La reunión bilateral entre los mandatarios está prevista para el sábado. Peligra la redacción de un documento único por las diferencias. Sería un fuerte golpe para el gobierno.
Esta última perspectiva se transformó en una alternativa concreta luego de que la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés) se transformara en el escenario de una violenta disputa entre Estados Unidos y China en torno al comercio.
A apenas dos semanas de la cumbre de Buenos Aires, la disputa en Port Moresby, capital de Papúa Nueva Guinea, encendió todas las alarmas del tablero diplomático argentino. Más cuando el tema que dividió las aguas entre EE UU y China fue uno que ya se trató en la ciudad de Mar del Plata como parte de los encuentros del G20 con presidencia argentina.
El asunto fue qué hacer con la Organización Mundial de Comercio (OMC, o WTO por sus siglas en inglés). El gobierno de Donald Trump considera que tiene la potestad de establecer reglas comerciales internacionales de manera unilateral y aplicar las medidas que considere necesarias para defender su producción industrial y la prestación de servicios.
Esta posición se traduce en límites tarifarios y aduaneros al ingreso a EE UU de productos del exterior. Pero también se proyecta en una actitud agresiva sobre terceros mercados. Por caso, EE UU inició en estos días una campaña en la que invitó a gobiernos de Italia, Alemania y Japón y a empresas proveedoras de servicios inalámbricos e Internet de esos países a que eviten los equipos de telecomunicaciones de la empresa china Huawei Technologies. Esta actitud se complementa con préstamos blandos destinados a las empresas estadounidenses del rubro para que desarrollen políticas comerciales agresivas en los países en los que China tiene el control de los mercados de telecomunicaciones.
La verdadera cumbre
El gobierno argentino hizo de la presidencia del G20 una acción permanente de política interior. Resaltó que había introducido tres temas en la agenda mundial: el futuro del trabajo, la seguridad alimentaria y el flujo de capitales privados hacia la inversión en infraestructura. A ellos se les sumaron otros temas con perfil más bajo: cambio climático, criptomonedas, migraciones y comercio, el problema central de las relaciones económicas internacionales.
«La agenda oficial del G20 va por un lado, pero los temas calientes se resuelven en otro lado», le dijo a Tiempo el experto Carlos Bianco, secretario de Relaciones Económicas Internacionales durante el gobierno de Cristina Kirchner.
El capítulo sobre la guerra comercial se saldará en la bilateral que mantendrían Trump y el presidente chino, Xi Jinping. Información proveniente de China indica que la reunión tendría el formato de una cena el sábado 1 de diciembre de la que participarían los dos mandatarios y un equipo de seis ayudantes por cada uno, el lugar elegido sería un hotel porteño de lujo.
Las medidas de seguridad que tomaron las autoridades argentinas, que incluyen fuertes restricciones al movimiento de personas y vehículos en las zonas céntricas de la Ciudad de Buenos Aires, se mantendrán hasta la noche del sábado, otorgando suficiente tiempo a las dos delegaciones para discutir en extenso.
Según esas fuentes, el objetivo de EE UU es lograr «avances concretos» en comercio de bienes, moneda y propiedad intelectual. Corea del Norte y la situación del Mar de China Meridional también serían parte del temario.
Además, aseguran que ambos mandatarios quieren la cumbre. Del lado de Xi, es por el impacto negativo que las sanciones económicas estadounidenses comenzaron a tener sobre las exportaciones de bienes chinos y sobre la posibilidad de que el capital de ese origen no pueda invertir fuera de su territorio.
Del lado de Trump, las consecuencias de la guerra comercial desatada por sus decisiones comienzan a golpear a las empresas de EE UU.
Octubre será recordado como uno de los peores meses en toda la historia de los mercados bursátiles. Las acciones de los gigantes Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google perdieron un billón de dólares de valor. Las razones fueron varias, pero entre las más importantes se encuentra la contradicción que surge entre la necesidad de estas empresas por lograr un mercado global y la política del gobierno que las representa que se afana en poner barreras a ese mismo mercado.
A ello hay que sumarle que el mercado interno chino ha comenzado a perder peso, lo que impacta en las cuentas de las demás multinacionales que operan en su territorio y esperaban compensar con ese mercado la caída del consumo en sus países de origen.
Según Matthew Goodman, un experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) entrevistado por South China Morning Post, «habrá un cierto alto el fuego acordado [en Argentina] en gran parte porque el presidente Trump y el presidente Xi tienen un incentivo para suspender esta disputa».
Con todo, otros analistas son escépticos respecto de la posibilidad de una solución de fondo gracias a una cena en Buenos Aires. «Su enfrentamiento histórico y un sector busca maximizar sus ganancias mientras que el otro busca reducir sus pérdidas», señaló Liu Weidong, especialista en asuntos de China y Estados Unidos de la Academia China de Ciencias Sociales.
Beijing y Washington han tenido cuidado de no envenenar la atmósfera de la cumbre de Xi-Trump luego del fracaso vivido en el foro de APEC. Trump redujo significativamente sus publicaciones sobre China en Twitter desde la conversación telefónica en la que Xi y él acordaron reunirse.
Pero lo sucedido en Papúa Nueva Guinea sobrevuela la mesa de control de la diplomacia argentina. Ese país era por primera vez anfitrión de la APEC, como Argentina lo será del G20. No quieren que Mauricio Macri, que ha apostado mucho por figurar como un facilitador de buenos oficios entre las partes, termine como Peter O’Neill, el primer ministro de la isla asiática: «Ya sabés cómo son esos dos gigantes en una habitación. ¿Qué podía hacer?», dijo derrotado. «
Un nuevo orden mundial para seguir beneficiando a las minorías de siempre
El próximo fin de semana la maquinaria del poder mundial estará en Buenos Aires moviendo sus engranajes en la Cumbre del Grupo de los 20, autodefinido como el Foro Internacional para la Cooperación Económica, Financiera y Política. Se encontrarán las principales potencias del mundo representadas por sus presidentes o primeros ministros, los máximos responsables de la Unión Europea y las conducciones del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, entre otros organismos.
Es el retrato del grupo de países que controla el 85% del producto bruto global y realiza el 75% de las transacciones comerciales internacionales. Es el 1%, aunque dos tercios de la población mundial habiten en sus territorios. Al 99% restante apenas le cabe expresar sus posiciones en las calles, como ocurre en cada cumbre con millares de partidarios de la antiglobalización –el gobierno argentino destinó fortunas para una inédita y descomunal militarización de la Ciudad de Buenos Aires con el fin de reprimir las protestas o volverlas invisibles–, o en las llamadas «contracumbres»: la concentrada por el Grupo Confluencia Fuera G20-FMI y el Foro Mundial de Pensamiento Crítico, organizado por Clacso.
Tras la última crisis global del siglo pasado, que afectó severamente a los países periféricos, el entonces G7 (Canadá, Francia, Alemania, EE UU, Japón, Italia y Reino Unido) se convirtió en el G20 y allí Argentina logró una plaza. Ahora, Cambiemos, tras lograr la sede para esta cumbre, busca capitalizar la ocasión con la bandera de «la vuelta del país al mundo». Pero la verdadera tarea de países como la Argentina es la de acompañar decisiones ajenas y cumplir en forma obediente con los deberes y las acciones indicadas.
Así como hace casi dos meses decíamos que la agenda del Women20 (una de las siete reuniones preparatorias de los ‘grupos de afinidad’) le daba las espaldas a las demandas de la vida cotidiana de las mujeres de carne y hueso, se puede afirmar que los tres ejes de debate establecidos en el G20 conllevan el real objetivo de beneficiar a exiguas minorías. El «futuro del trabajo» apunta, en realidad, a concebir políticas de liberalización económica y desregulación laboral, impulsa el ideal del emprendedurismo y esconde la pérdida de derechos laborales y la precarización. El «futuro alimentario sostenible» promete una agenda alimentaria segura, pero impone el modelo de producción transgénica sin advertir la cuestión de distribución equitativa de los alimentos y del acceso a la tierra, por ejemplo. La «infraestructura para el desarrollo» dice asegurar la construcción de megaproyectos al servicio de las poblaciones, aunque sólo garantizan el traslado de bienes y productos naturales extraídos de países menos desarrollados para beneficio de las grandes potencias, favoreciendo a las empresas de la economía digital, financiera y transnacional.
Tal como explica en este suplemento el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, el nudo de la cuestión es la puja desatada entre Estados Unidos y China, y sus respectivos aliados, por un nuevo orden económico mundial, con temas esenciales como las barreras arancelarias y el libre flujo de capitales, al tiempo que, definitivamente, se juegan los intereses de varias multinacionales en un tema clave para el futuro de la privacidad y la libertad de las personas: la regulación de datos y la inteligencia artificial.
En este contexto, y como en otras ocasiones, Tiempo y la Fundación Rosa Luxemburgo se unen para trabajar en la cobertura de este hecho significativo, con la intención de reflejar un discurso no oficial y alternativo al poderoso sistema de medios hegemónico, tanto en la Argentina, como en el mundo. «
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