Muchas lecturas apresuradas tras el anuncio de la candidatura a vicepresidente de Pichetto plantearon un cambio en la estrategia de la coalición gobernante. Sin embargo es, ni más ni menos, una variante en la apuesta a la polarización permanente que Macri y la dirigencia de Cambiemos, ahora Juntos por el Cambio, encaró desde que asumió el Ejecutivo.
La promesa electoral de “unir a los argentinos” quedó tan trunca como gran parte de las que se hicieron durante la campaña de 2015.
El discurso en los márgenes de una derecha sólida seduce a la dirigencia justicialista y la invita a la trampa de la polarización. A la vez impulsa la pregunta del millón acerca de si es posible contrarrestar esa estrategia y cómo.
La tentación es grande. Al peronismo le gusta el barro, elemento central del ADN de un movimiento que rehúsa de los corsés y que tiene pliegues y límites difusos. El oficialismo es bastante distinto. De buenos modales ha demostrado con creces que es mucho más sólido haciendo campaña que gestionando.
Un punto a favor para el peronismo es la unidad territorial que alcanzó. Las comparaciones, dicen, son odiosas. Pero a diferencia de 2015, el peronismo, el kirchnerismo y el massismo juntos encaran el proceso electoral con un mejor semblante. En esto el Partido Justicialista, en tanto estructura partidaria, pudo de la mano de un incansable Gioja limar asperezas y ayudar a que primen los valores sobre las diferencias.
Mientras, desde Casa Rosada hicieron pesar suficientes razones sobre los partidos provinciales para que vayan con boleta corta, iniciativa que busca ni más ni menos que forzar una segunda vuelta.
Ahora bien, evitar caer en la trampa de la polarización requiere de manera urgente que los equipos de campaña de la dirigencia peronista se profesionalicen. Esto implica que el peronismo, muchas veces reacio a la investigación social, trabaje no solo en mensajes apropiados, sino también en la urgencia de propiciar la unidad en la comunicación.
Esta unidad, quizás, sea aún más difícil de lograr que la del Frente de Todos, pero mucho más urgente y necesaria. Habitualmente todos los movimientos nacionales y populares, y el peronismo no es una excepción, padecen de un diagnóstico precario sobre la comunicación: invierten poco y mal, eligen pésimos consultores, y subestiman el peso de una estrategia correcta. En los tiempos que vivimos, de campaña permanente, las consecuencias de estas malas decisiones son peores.
El peronismo llega competitivo a una elección difícil. Es ahora que debe comprender que cuando hablamos de comunicación política no hablamos de otra cosa que no sea de política. Que en el Siglo XXI la tan mentada unidad de acción y concepción requiere además la de la comunicación.
Todo lo anterior implica abandonar prejuicios, o por lo menos, tener la humildad y la inteligencia de apoyarse en las herramientas que brinda la investigación social. También, dejar de lado la “intuición” con la que buena parte de la dirigencia peronista toma decisiones estratégicas. Y finalmente, desestimar la buena voluntad de la militancia y apostar a profesionales que puedan decir aquello que no queremos o no nos gusta oír.
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