Todavía es pronto para decir que al Frente de Todos le espera el destino de una tragedia griega, un fatalismo inevitable que radicaría en su propia concepción. Y que cada uno de los protagonistas sabrían que ese destino fatal espera en el horizonte y de todos modos siguen el camino que conduce a ese desenlace. Sin embargo, el aumento de las tensiones internas a partir del debate por el acuerdo con el FMI arrojó otra oleada de discordia en la coalición oficialista.
A esto se sumó el ataque al Congreso Nacional de un pequeño grupo de manifestantes durante la protesta contra el acuerdo con el Fondo. Y la lluvia de piedras que cayó en el despacho de la vicepresidenta, Cristina Fernández. El hecho disparó teorías conspirativas en todos los campamentos del oficialismo, que ahora se miran con más desconfianza que antes. También impulsó el cruce público entre Aníbal Fernández y Andrés Larroque por la falta de un repudio explícito de ciertos sectores de la coalición gobernante al ataque direccionado.
En el trasfondo de la tensión política del FdT, se puede divisar que la figura que aportó el grueso del caudal electoral y que despierta la pasión en millones de argentinos no participa de las decisiones estratégicas. Por ejemplo, del modo en que se encaró la renegociación de la deuda con el FMI. Esto significa que su opinión quizás sea escuchada pero no es tomada de modo vinculante para decidir.
El documento difundido por los diputados de La Cámpora luego de la votación fue muy nítido. Sus críticas se centraron en la estrategia política para enfrentar al Fondo. Al respecto, otra anécdota del baúl de los recuerdos. El 10 de septiembre de 2015, con Héctor Timerman como canciller, Argentina logró en la ONU algo inédito: 136 países votaron un documento contra los fondos buitre. Hubo seis países que se pronunciaron en contra, entre ellos uno de los dueños del mundo, Estados Unidos, y 41 que se abstuvieron. Todo ocurrió en el marco de la disputa legal que Argentina había perdido en EE UU contra el fondo buitre manejado por Paul Singer.
A este tipo de acciones se refiere el documento de los diputados de La Cámpora.
El punto es que el estilo y la visión del presidente Alberto Fernández son otros. Y que a la hora de decidir se recuesta en la lógica más básica del funcionamiento de una democracia presidencialista: él es el presidente. ¿Por qué motivo haría algo con lo que no está de acuerdo si en él se asienta el poder institucional? Y la vicepresidenta, ¿por qué aceptaría de modo vertical cualquier decisión si es la que más poder político tiene por el afecto popular con el que cuenta?
El dilema se parece mucho a la definición de la tragedia griega que el brillante José Pablo daba cuando citaba a Hegel: es cuando todos tienen razón.
En el medio está la política, la capacidad de la condición humana para encontrar un mecanismo y articular contradicciones, aunque haya que inventar resortes que no existen.
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