El 11 de septiembre pasado, la candidata presidencial de Juntos por el Cambio (JxC), Patricia Bullrich, y su compañero de fórmula, Luis Petri, presentaron en la Fundación PRO al filósofo Santiago Kovadloff, quien –según los dichos de ella– encabezará un consejo de notables para asesorarla en temas relacionados con lo «humano». En ese sitio flotaba un clima sereno y cordial. 

Lástima que, en ese mismo instante y no lejos de allí –específicamente, en los tribunales federales de la calle Comodoro Py–, se desarrollaba un evento de lo más inoportuno para Bullrich: la primera audiencia del juicio oral a ocho exagentes de la AFI macrista –acusados de fisgoneo ilegal, armado de causas penales, extorsiones y lavado de dinero–, siendo la estrella del grupo el espía polimorfo Marcelo D’Alessio.

¿Acaso, abandonado a su suerte, este sujeto prendería allí el ventilador para poner de relieve el lazo operativo que lo unía a la buena de Patricia?

El socio del silencio

Ya no quedaba nada de aquel hombrecillo con mirada encendida y alegría de duende que solía deslumbrar en el programa de Alejandro Fantino. Ahora, al promediar la mañana de aquel lunes, D’Alessio carraspeó, mirando de reojo a los miembros del Tribunal Oral Federal (TOF) Nº 8. 

El tipo está bajo prisión preventiva desde 2019 en el penal de Ezeiza, donde además cumple una condena previa –dictada por el TOF Nº 2– por el intento de extorsión al empresario Daniel Traficante.

En este punto es necesario retroceder al 19 de febrero de aquel año. Fue cuando se lo detuvo en su lujosa residencia del country Saint Thomas, situado en la localidad bonaerense de Canning. Y en aquellas circunstancias, bramaba: «¡Yo quiero hablar con la ministra!».

Se refería, claro, a Bullrich.

Consultada por la prensa, ella sostuvo: «Lo he visto una sola vez. Me pareció una persona que tiene algún tipo de problema. Pero jamás trabajó en el Ministerio de Seguridad».

Repitió dicha frase a través del tiempo, siempre con dientes apretados, labios casi inmóviles y mirada esquiva.

Desde entonces, D’Alessio insiste en resaltar la ingratitud de esa mujer.

La causa en cuestión fue instruida por el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, por los aprietes al empresario Pedro Etchebest. Tal asunto sacó a la luz unas 70 «operetas» ilegales de todo tipo que, para colmo, derivaron en los procesamientos de personas tan intachables como el fiscal Carlos Stornelli y el periodista del diario Clarín, Daniel Santoro. Pero ambos al final lograron esquivar el banquillo.

«También falta en este juicio la señora Bullrich», no se cansa de decir el abogado José Ubeira, a quien esa pandilla quiso ponerle una cámara oculta.

Todo indica que, durante este debate, el nombre de la exministra saldrá con frecuencia de los labios del principal acusado. Motivos no faltan.

La divina comedia

En aquel expediente de Dolores brilla un embarazoso intercambio de mensajes entre D’Alessio y Bullrich por WhatsApp.

«Hola Patricia, espero estés bien. Vengo de Rosario. Tengo una escucha para darte. Cuando quieras nos vemos. Un beso», le escribió él en 2018.

Días antes, Ramón Machuca, «Monchi», un líder del clan narco de la familia Cantero – conocido como «Los Monos»– departía en el locutorio de la Alcaidía del Centro de Justicia Penal (donde fue alojado durante el juicio a esa banda en Rosario) con un individuo menudo, de traje gris y ojos centelleantes. No era otro que D’Alessio. Y se daba dique por su cercanía con Bullrich.

En rigor, pretendía averiguar el paradero de 50 millones de dólares que, supuestamente, Monchi tendría a buen resguardo en algún «embute». Pero también le soltó una propuesta indecente: efectuar tareas de espionaje desde la cárcel (entre otras, una cámara oculta) para involucrar con el narcotráfico al gobierno provincial de Miguel Lifschitz.

D’Alessio grabó la entrevista a hurtadillas.

La contestación de Bullrich al mensaje de D’Alessio fue: «Ok. ¿Podés reunirte con Bononi? Y le das el material. Después nos vemos».

Rodrigo Bononi era el funcionario que supervisaba los «trabajitos» que D’Alessio efectuaba por encargo de la ministra.

«¡Vos sabés, Patricia, que estoy a tu disposición! ¡Lo que vos digas!». Así remató D’Alessio ese diálogo electrónico.  

Tal evidencia fue una de las razones por las que Ramos Padilla dispuso su prisión preventiva.

Es que el «Peladito» –como le decían al espía– era una pieza crucial en la estructura inorgánica del Ministerio. Tanto es así que estuvo detrás de casi todos sus hitos operativos.

Pero algunas de sus hazañas desembocaron en el ridículo. En junio de 2016 se produjo, en el lado brasileño de la Triple Frontera, la aparatosa captura del traficante de efedrina, Esteban Ibar Pérez Corradi. Un arresto negociado porque le garantizaba al protagonista una confortable y corta estadía carcelaria a cambio de enlodar en su testimonio al exministro Aníbal Fernández.

Obviamente, el orquestador de la maniobra no fue otro que D’Alessio.

La llegada de Pérez Corradi a Aeroparque fue televisada. Bullrich, maquillada en exceso, se entregó a la requisitoria de la prensa. «Si yo fuese Aníbal Fernández estaría muy preocupada», soltó ante los micrófonos con rictus malicioso.

Pero algo falló. Días después, en las maratónicas declaraciones de Pérez Corradi ante la jueza federal Servini de Cubría, lejos de nombrar a Fernández, únicamente mencionó al principal aliado radical de Cambiemos, Ernesto Sanz, por una presunta coima.

No menos sublime fue la denuncia de corrupción efectuada por Bullrich al entonces director de Aduanas, Juan José Gómez Centurión. Se sabe que, al final, el viejo carapintada fue rehabilitado tras no comprobarse sus presuntos delitos. El derrumbe de aquella acusación fue para Bullrich otro duro golpe. Y por un tiempo se mantuvo muda ante la prensa.

Fue el diputado Petri quien en esa oportunidad habló en su nombre. Al fin y al cabo, él era su espada y vocero en la Cámara Baja.

Entonces, soltó por radio a boca de jarro:

«El Ministerio de Seguridad está infiltrado por grupos criminales».

Era una dramática revelación no debidamente valorada por los medios.

Al legislador le habían preguntado sobre las graves inexactitudes en las que Bullrich solía incurrir con creciente frecuencia al informar ciertos hechos a la ciudadanía. Y Pietri amplió:

«Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas y la llevan a seguir líneas investigativas erróneas».

Durante el verano de 2019, con D’Alessio ya procesado y detenido por el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, aparecieron fotos de Gómez Centurión en su celular. Y en el allanamiento a su casa, fueron secuestrados documentos que acreditan las tareas de inteligencia sobre el exjefe de la Aduana días antes de la denuncia efectuada por la ministra.

En su cuenta de WhatsApp también había un video con una salutación por el año nuevo enviada por Bullrich y su esposo, Guillermo Yanco. Aquella imagen, que los muestra sonrientes y con sendas copitas de champán, chorrea confianza, afecto y amistad.

Lástima que el devenir del destino malograra tan nobles sentimientos.

Ahora, mientras en el juicio tales bloopers saltan a la superficie, Patricia Bullrich sueña con gobernar al país.  «