Cualquier presidente puede pretender negar a China, pero la gravitación de China en la realidad del mundo puede llevárselo puesto, como bien lo comprenden los candidatos a presidente del país más poderoso del mundo, que la tienen en el eje de su campaña electoral.

En el próximo párrafo volvemos a Javier Milei. Mientras, recordamos que esta semana se cumplieron 75 años de la revolución socialista liderada por Mao Zedong. Una evaluación arroja siete resultados que no dejan de ser asombrosos. Desde 1949 China demostró que el socialismo es posible, que para una nación, ser independiente de los imperios es posible, que el desarrollo económico es posible, que un mundo que no tenga a Estados Unidos como único poder hegemónico es posible, que un país que acabe con la indigencia es posible (y siendo el país más poblado, quizás, un mundo sin indigentes es posible), que la esperanza de un futuro mejor es posible y que, en fin, una revolución es posible.

Y todo eso junto. Suena casi ridículo, parece un cuento… chino, pero China jaquea esa sensación, porque lo hizo real. Y en esa realización reemergió como una de las mayores potencias, que ahora todos los países tienen inevitablemente en su futuro. Atilio Borón llama a China “la locomotora del siglo XXI”.

Volviendo a Argentina, la falta de profesionalidad y ética informativa de algunos medios locales se vuelven desvergonzadas cuando amplifican la campaña occidental contra China. Uno de esos medios anunció en junio que Milei viajaría a Beijing y que el presidente Xi Jinping lo recibiría el 4 de julio, como diabólico gesto de hacerle morder el polvo a la genuflexión del presidente argentino con Estados Unidos. La noticia, naturalmente, era falsa.

Ahora es el propio Milei quien anunció su viaje a China, con la misma liviandad, falta de seriedad y naturalización de las fake news que aquel medio, lo que se evidencia, por ejemplo, en su anuncio de que irá a una reunión de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), que en la realidad no existe.

En la entrevista que le concedió a la ex vedette Susana Giménez, Milei precisa que su alineamiento no es exactamente con Estados Unidos sino con “los valores de Occidente o con las democracias liberales”, rechazando “las autócratas”. En esta definición asoma un sentido de la realidad menos desopilante, porque recita palabra por palabra el mantra de los pesos pesados que tienen un poder decisivo sobre el gobierno de los Estados Unidos, desde Larry Fink hasta Mark Zuckerberg, Peter Thiel, Elon Musk o Alex Karp.

Milei pareciera estar ofreciéndose —ofreciendo a la Argentina— a esos patrones. Ellos fustigan a China, pero no tienen problemas en hacer negocios con China. Con su “giro pragmático” hacia China, Milei imitaría a su héroe Elon Musk. El New York Times ha detallado que “la fábrica de Shanghai ha sustituido a la planta de Tesla en Fremont, California, como la mayor y más productiva, y representa más de la mitad de las entregas mundiales de la empresa y la mayor parte de sus beneficios.”

¿Cómo reaccionaría el Gobierno de Xi Jinping ante un Milei que luego de vociferar que no hace trato con comunistas, ahora afirma orondo que “yo me sorprendí muy gratamente con China”? Difícilmente no responda al pragmatismo con pragmatismo, lo que no dejará de incluir sacar ventaja de la futilidad agresiva de Milei. Sin embargo, aunque podría utilizar la condición veleta del presidente argentino poniendo en evidencia cómo algunos que le ladran de lejos terminan pidiéndole la escupidera, lo más esperable es que se concentre en tomar recaudos para asegurar las condiciones de cualquier negocio.

Lo que China espera obtener de Argentina va más allá de Milei. Y a Argentina le convendría ubicarse también en ese plano. Tenemos mucho para ganar si nos asociamos con China de una manera soberana. Mucho más que solucionar los incendios que parecen forzar el giro prochino de Milei.

Argentina puede seguir vendiéndole sus recursos naturales o puede negociar con China venderle sólo recursos naturales industrializados. Más aún, no es imposible una cooperación fuerte en ciencia y tecnología. El caso de la relación de China con Alemania en este terreno es una muestra de un buen negocio. Podemos ganar con las inversiones en infraestructura, energía y otras áreas que China necesita hacer para beneficiar su comercio con Argentina.

Por otra parte, una relación más trabajada con China ofrecería la potenciación de articularse con Brasil y otros países de la región, habilitaría las ventajas que otorga China a los países que entran en las asociaciones que crea y facilitaría la relación con los países de esas asociaciones.

Pensar que podemos ganar en una cooperación con China puede ser una propuesta surgida de una simpatía por China, o una ilusa quimera, una fantasía, pero aún así, la relación con China será inevitable. La voltereta de Milei es una pequeña demostración de ello, aunque se trate de un gesto desopilante.

Tarde o temprano China volverá a aparecer en nuestra realidad, porque China ya no desaparecerá del escenario global, y cada vez tendrá mayor peso. Si no tenemos un plan, China sí tiene un plan para sacar beneficio de Argentina.

Tenemos fuertes recursos intelectuales, científicos, que constituyen valor agregado puro; tenemos un territorio muy rico, una ubicación geopolítica que será clave en el futuro —con el Atlántico Sur y el acceso a la Antártida. Es decir, tenemos materia para negociar.

Estará en nosotros impedir que China nos explote, comprender bien a China para negociar en mejores términos y utilizar los beneficios que obtengamos de la relación con China para desarrollarnos económicamente más y distribuir la riqueza que obtengamos de un modo más justo en nuestra sociedad. China no lo va a hacer por nosotros.