Meritocracia es un término que últimamente viene resonando en medios de comunicación con fines publicitarios pero el mismo tiene un anclaje histórico en la formación de las sociedades capitalistas. Podríamos discernir dos tipos de meritocracia:

– Una social, impuesta por el mismo sistema escolar, de premios al esfuerzo que permitirá a los alumnos ascender año a año académicamente, ir a la bandera, participar de actos escolares, notas obtenidas, competencias ganadas etc. Parte de la enología estructural existente en la cultura escolar.

– Y una individual, la más significativa, donde el individuo se esfuerza por auto superarse, descubrir, desarrollar y potenciar sus capacidades. Para abordar críticamente este concepto de mérito, debemos detenernos para pensar en la génesis de los sistemas educativos que fueron pensados por grupos hegemónicos pertenecientes a elites con intereses particulares sobre la población en un preciso momento histórico. Mecanismos económicos lo llaman algunos, inteligentzia lo llaman otros autores, lo cierto es que estas ideologías profundizan más las desigualdades manipulando a la población y obligándolos a formar guetos en diferentes esferas sociales: barriales, salud, seguridad y educación. Los sistemas educativos han funcionado en su mayoría pero observamos con el correr de los años que se pronuncian cada vez más las diferencias. Entonces debemos hablar de lo que se llama “minorías” o grupos sociales más vulnerables. En términos de justicia social es necesario diferenciar dos cuestiones: la igualdad y la equidad, en función de pensar en proyectos educativos, escuelas, aulas y sobre todo y particularmente en los alumnos para que su origen social no sea su condena y se utilicen las herramientas necesarias para que la escuela pueda transformar, mejorar y ayudar a los alumnos a evolucionar personalmente.

Un buen comienzo podría ser en pensar de antemano la heterogeneidad de las aulas con el fin de hacer frente a la desigualdad reinante y reconocer la responsabilidad de los actores de la educación: docentes, estudiantes, funcionarios y familias para aunar objetivos para un bien común, haciendo hincapié especialmente en los que más necesitan de tiempo, atención, cuidados específicos, recursos u otras herramientas preponderantes para realizar eficazmente el acto educativo en términos de otorgar las mismas oportunidades a todos los alumnos por igual. Para hacer frente a este planteamiento es necesario cuestionar dichos tales como: “La cuestión de las desigualdades al acceso escolar es sustituida por la desigualdades del éxito en el mismo” y finiquitar esta concepción que se basa en la injusticia y no en la confianza de los alumnos, con una deuda en la tan ansiada justicia social. Afortunadamente el avance y la investigación de las pedagogías críticas proponen nuevas teorías y análisis de la escuela para poder avanzar socialmente en esta materia. Sus proposiciones van desde el rol del educador, abarcando dimensiones políticas y colectivas para interpelar el sentido común y contribuir eficazmente a la educación en general y a los sectores populares en particular. Este déficit histórico de antagonismos sociales requiere un consciente trabajo cultural para modificar la hegemonía impuesta y redimir el compromiso de los actores intelectuales con el pueblo, reconquistando la confianza…

Como restablecer el papel de la educación para desarrollar en cada individuo una alfabetización crítica, un pensamiento autónomo y homogeneizar desde lo cívico enajenando las ideologías tiranas extranjeras y proteger las valores propios para una buena vida democrática. Esta crisis es vigente e ineludible, los educadores deben ser más conscientes que nunca en el cuidado del otro y no obturar la pasión por la justicia social. Estos tiempos invitan al placer por lo inmediato, el consumismo desmedido, estímulos constantes para satisfacer superficialidades. Primero ser conscientes de ello para luego poder congregar objetivos para el bien común y desarrollar estrategias y habilidades para iluminar eficazmente las relaciones entre conocimiento “crítico”, autoridad y poder. Definitivamente, el promedio no puede definir el destino de un alumno, los principios y valores de los actores sociales deben ser realmente justos y equitativos atendiendo las necesidades de quiénes más necesitan, haciendo hincapié en sus talentos y no incapacidades, ayudándolos a redescubrir esas potencias que traen consigo mismos, transformar sus realidades en victorias personales. Para ir concluyendo con esta idea, la meritocracia no es un mito, la educación es el medio de la justicia social. Es importante para que todos los ciudadanos la descubran, una buena política presente y que todos los actores pertinentes accionen con responsabilidad, solidaridad y compromiso social, para llevar esperanza a millones de niños que necesitan cambiar su realidad. Su nacimiento no puede condenarlos, las políticas de estado deben ser eficaces a fin de ayudarlos. La educación es sin duda la herramienta transformadora de realidades, negarlo es negar cientos de casos que pudieron cambiar sus historias, es ardua la tarea pero más que redituable la satisfacción personal de autosuperarse.

*La autora es docente-investigadora, especializada en la enseñanza de Lengua Inglesa, con más de 17 años años de experiencia internacional en niveles primario, secundario y universitario, preparación de exámenes internacionales, finalista del concurso inglés- polimodal UTN, autora del proyecto “Aprender Inglés Naturalmente”, registrado en la propiedad intelectual, tesis de investigación realizada en Europa (Inglaterra, Irlanda y España).