La memoria en donde arde

Por: Ricardo Gotta

El semáforo detiene el trayecto cerca del Obelisco. Un letrero luminoso suele advertir cuestiones de tránsito. Ahora flashea: #primero la escuela. ¿Bajada de línea subliminal? ¿Publicidad encubierta? Es una de las menores canalladas del gobierno porteño. Por debajo de la mentira lisa y llana. Unas horas antes –sin vergüenza, no la tiene–, Larreta gesticulaba su bocota de payaso para asegurar que el 100% de las escuelas había regresado a la presencialidad.

La primera señal en contrario que este periodista recibió fue íntima, dolorosa. «¿Cómo empezó Manu el primer grado?», fue la pregunta sobre el nieto. «Comienza el lunes: la escuela no está preparada», fue la lacónica respuesta. La segunda señal se lee en la web de este diario. “Ni todos los chicos ni todas las escuelas ni todos los días”, ironiza una de las notas que describe con ejemplar rigor las escuelas que no estuvieron en condiciones. Entre muchas otras, una de Barracas, otra de Soldati, la de Patricios en la que dio positivo la dire y prohibieron cerrarla; el jardín de Parque Chacabuco también con docentes con Covid. Agreguemos la de Manu. Todas en el sur porteño. La hipocresía es el reino de un gobierno irresponsable: nada es casualidad.

El colmo es esa foto de los chiquilines con sus mochilitas sentados en el patio. Podrán dar mil justificaciones. Tal vez alguna con fundamento verosímil. Pero es un símbolo que desgarra el alma de la “presencialidad a como dé lugar”.

Símbolo del poder real representado en amarillo. De qué modo tuercen brazos, incluso del Ejecutivo nacional. No hay caso más flagrante que el manejo de la pandemia. Marketing puro, base conceptual del ideario pro, mezclado con neoliberalismo profundo y sazonado con condimentos electorales ausentes de pudor. El postre lo aportan los medios hegemónicos carroñeros.

El feudo del “sálvese quien pueda” propiciado por el gobierno de CABA que responde a la sociedad que no para de elegirlo. Sin advertir que en esas mentiras hay delito de criminalidad. Sin reaccionar cuando ven que se juega con cosas que no tienen remedio. O siendo cómplice. Por caso, en el sistema de vacunación. ¿Alguien que no sea un desfachatado podía creer que no colapsaría en segundos la web de la inscripción de los 150 mil mayores de 80 años? Nos toman por imbéciles. Hacen mucho daño.

Como daño, y dolor, y vergüenza causa el escándalo de las vacunaciones vip del Ministerio de Salud nacional. No puede haber justificativos, no puede haber errores en un tema tan sensible. Un ministro como Ginés, el mejor sanitarista de las últimas décadas, un cuadro político, el que le quebró la resistencia al emporio farmacéutico con los medicamentos genéricos. Un exmilitante revolucionario como Verbitsky, un sagaz investigador que se zambulló en los barros más profundos, un periodista con décadas de preciso manejo de las palabras y las circunstancias. ¿Dos tipos así cometieron la torpeza de balearse los pies? Dos tipos como ellos rifaron pueril aunque salvajemente el prestigio de un gobierno, que desde ya tiene sus bemoles, pero como varios afirman, es lo que se pudo construir para sacarse de encima el infierno macrista. Nada menos. Lo que hubo acá es otra cosa que una mera metida de pata descomunal, que Alberto Fernández intentó resolver con la premura que la hora requería. Esa decisión enérgica y sustancial que se le requiere para otros temas, sí, de muy distinta factura.

Para quienes seguimos reclamándole actitudes éticas al quehacer político significa una verdadera paliza. Para quienes propugnamos un mundo más digno, una nueva derrota lacerante.

Una enorme pena este final político de un viejo luchador de batallas justas como Ginés. El que luchó por la Salud Pública, un tipo leal que acompañó a Néstor Kirchner, el que impulsó el cuidado y la educación de la salud sexual y reproductiva; el que promovió la despenalización del aborto, se enfrentó a las mafias de los laboratorios, se ocupó de los más dignos programas para pacientes de enfermedades cruentas. El que recuperó el Ministerio de Salud denigrado a Secretaría y que se bancó la pelea a la pandemia.

Pero la macana es tan pesada que no admite ni olvido ni perdón. Aunque no merezca ser recordado por este escándalo que no le hace justicia a su trayectoria.

Exactamente lo opuesto al expresidente muerto hace una semana.

Por qué, justo en estas horas, no hacer un imprescindible ejercicio de memoria y recordar, también en modo de catástrofe, esa década de los ’90, que se testimonia dolorosamente con la emblemática figura del riojano fallecido. Es que su muerte generó reacciones de amnesia, de brutal sinceramiento o de cochino fariseísmo.

Efectivamente, acá tampoco, ni olvido ni perdón.

¿O no consideramos que ese neoliberalismo que vino a clamar en democracia similares postulados que los Martínez de Hoz y los Chicago boys nos sometieron bajo el garrote de la dictadura? Las convicciones no deben ser tan cortitas para olvidar las traiciones al peronismo, la híper que hizo volar por el aire a Alfonsín, la flexibilización laboral anunciada con perfidia un 1 de Mayo; el atroz desguace del Estado a cambio de chirolas; el abrazo con el almirante Rojas, asesino de sus mal proclamados compañeros peronistas; los indultos a los genocidas; el decreto de la fusión de Clarín y Canal 13; la voladura de un pueblo para encubrir el chanchuyo de armas a Ecuador; la conversión de las escuelas en shoppings. La cultura de la pizza con champagne.

Fue el adalid del cinismo, del desprecio por la palabra empeñada, el que dejó sus patillas en la puerta de entrada a la Rosada, el que le clavó un puñal republicano por la espalda a Néstor, huyendo como rata de las elecciones y obligando al nuevo presidente a remar desde el pastoso 20% del voto popular y el exiguo poder real.

En muchos casos, la muerte (como una de las formas del adiós) nos deja la sensación de gritar «muera la muerte». Como contrapartida, la muerte jamás se celebra. De mismo modo que nunca, absolutamente nunca, mejora al muerto. Eso, si la memoria cumple su cometido.

No estamos entre los que subestiman a Hegel y a Marx. Creemos, como ellos, que «la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Ya vivimos la tragedia.


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