Alberto Fernández asumirá con la economía y la crisis social como principales urgencias, pero necesitará ampliar las señales a los sectores del electorado que también reclaman seguridad, transparencia, eficiencia y austeridad en la gestión del Estado. Una lectura sin absolutos del 27-O.
¿Cuántos de sus votantes son ajenos al núcleo duro que sirvió de base de sustentación al crecimiento aritmético de la coalición opositora? ¿Qué porcentaje de la adhesión a Mauricio Macri resultó de un «préstamo» contingente? La conversación con esos universos inasibles –un territorio que investigadores y analistas definen como franjas lábiles o blandas del electorado– será una de las claves de la nueva etapa política.
Atender la emergencia social e instrumentar un plan eficaz para hacer frente a la crisis económica son, sin dudas, los objetivos urgentes de la próxima gestión. Sin embargo, en las oficinas del mandatario electo circulan borradores sobre cómo dar volumen –en un sentido social, ciudadano– al acuerdo sectorial que Fernández convocará apenas inicie su mandato. Todavía en rol de candidato, el sucesor de Macri encontró en la lucha contra el hambre una primera consigna de consenso amplio que presentó como una segura política de Estado. Su inaugural e hiperactiva semana como presidente electo dejó otras señales combinadas: la foto con Braian, el joven autoridad de mesa discriminado por su aspecto y vestimenta en las redes; la visita a una empresa textil de San Martín que reabrirá sus puertas en marzo; y, en el cierre, el diálogo telefónico con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Lo que viene
Las PASO abroquelaron alrededor de la candidatura de Fernández al tercio de votantes que aseguraba como piso el liderazgo de CFK, junto a dos franjas en intensa disputa simbólica con el oficialismo. «La estrategia de instalar la candidatura de Alberto funcionó con mucha eficacia. Se logró captar todo el voto duro, más el voto probable y blando que indicaban los estudios de opinión. De ahí el 47% de las Primarias», evalúan en el equipo del FdT.
El desafío por venir es cómo interpelar desde la gestión a esos sectores que hoy adhieren a la oferta del PJ-kirchnerismo, pero en el pasado se expresaron por otras opciones político-partidarias y en el futuro pueden volver a migrar. Aunque el período de gracia para establecer contacto ya empezó a correr por el efecto de la mega-encuesta del 11 de agosto, esa empatía quedará revalidada –o no– en los primeros meses y medidas de gestión a partir del 10 de diciembre.
«El nuevo gobierno enfrenta el reto de sostener una estrategia persuasiva que no tienda a homogeneizar a los votantes y mantenga la unidad de los sectores blandos», razona la socióloga Ana Castellani. Para la investigadora, una prioridad en esa tarea es desarrollar y avanzar propositivamente en una «agenda transversal» que incluya temas como seguridad, calidad institucional y un perfil de dirigencia con eje en la humildad y la austeridad. Y agrega: «En un segundo nivel, también deberían incluirse demandas de sesgo etario como las de género o medioambientales».
En una línea de razonamiento similar, la politóloga Paola Zuban advierte: «La agenda económica es la urgente. Inflación, desocupación, deuda con el FMI, presión impositiva a las pymes dominan todas las mediciones». Y complementa: «Más allá de ese listado, un reclamo común de los sectores más laxos es la prolijidad en la institucionalidad, un aspecto que la opinión pública cree que le faltó a la gestión de CFK».
Zuban subraya que el diagrama de las urnas implica que Fernández «no ganó la elección solo, no tiene un ‘cheque en blanco’ y su ‘luna de miel’ con el electorado será muy corta». Además, señala: «La situación de crisis que atraviesa el país y el ahogo que tiene gran parte de la población generó una sobreexpectativa. Debe explicar sus primeras medidas antes de asumir, y gestionar consensos amplios con la política escuchando a la opinión pública».
PASO y efecto balotaje
La necesidad (futura) de dar respuesta a demandas por fuera de la agenda económica –o al menos no minimizarla como un anclaje del diálogo político– comenzó a prefigurarse en el escenario inédito que diseñaron las PASO: sin competencia interna por las candidaturas, ese turno operó como una primera vuelta, en tanto que el domingo 27 fungió como balotaje. Las campañas tuvieron un antes y un después. Macri dejó de lado el rol institucional para sumergirse en el de candidato, se puso al frente de la saga de marchas del #SíSePuede y viró a un discurso neoconservador para capturar adhesiones en los campamentos de José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión. Fernández, en cambio, se vio empujado a adelantar posibles acciones de gobierno y adoptó un tono «institucional» por fuera del típico registro de una pulseada electoral. «Macri se derechizó y buscó el voto útil de las fuerzas menores. Salió a la ofensiva y, en forma similar a 2015, reclamó participación de los sectores que miran a distancia el proceso político. A futuro, ese apoyo es endeble», subraya la investigadora Ana Natalucci.
El giro del oficialismo se tradujo en el crecimiento del 21,57% de Juntos por el Cambio entre las PASO y las generales. Esa fórmula estuvo especialmente centrada en «nuevos» electores, reducción del voto en blanco y captura de apoyos en los frentes Unite y Despertar. Fernández, contrasta Natalucci, siguió una estrategia de «campaña suave». Y agrega: «Hubo dos campañas distintas. La consolidación de la derecha es un fenómeno que viene desde 2008. Sin embargo, la elección confirma que el espacio logra reproducirse en el tiempo. Es un dato que habla de la estabilidad política, incluso en un escenario de crisis aguda».
Mapa y territorios
El análisis de los distritos que logró ¿reconquistar? Cambiemos también señala tonalidades que ponen en juicio las conclusiones absolutas. El macrismo se impuso en el centro del país: su performance fue contundente en Córdoba, Mendoza y la Ciudad de Buenos Aires, pero dibujó resultados más parejos –que incluso el escrutinio definitivo puede despejar a favor del FdT– en Santa Fe y Entre Ríos. En ambos distritos, la victoria del macrismo se apoyó en el sector agropecuario, pero estuvo lejos de teñir el mapa de amarillo rabioso: el oficialismo convive con regiones «manchadas» por el frente opositor. El comportamiento se repitió en el interior de la provincia de Buenos Aires, primer distrito electoral del país.
Lejos de los exitismos de una fuerza que, por primera vez desde la reforma constitucional de 1994, no consiguió la permanencia en el poder con un segundo mandato, y de las lecturas forzadas de una victoria ajustada, el triunfo del FdT comenzó a escribir otra historia. El diálogo con «dos minorías intensas y una periferia blanda», como describe Castellani, será uno de sus principales retos.
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