Columna de opinión
A priori, aguantar en la retaguardia silente a la espera de que el bloque de poder encarnado en Macri se encargara de «cocinar la muerte» de Cristina Kirchner y sus seguidores para luego reclutar desde la memoria de una gestión K eficiente y de buena imagen a los derrotados en desbande, no carece de lógica. Aquí no se juzgan morales, sino estrategias. Pero toda estrategia se mide en un terreno, el de la realidad, además de la imaginación. En concreto, el macrismo viene fracasando en su propósito de marginar al kirchnerismo desobediente del sistema de decisiones institucionales. Desde el primer día, trabajó incansablemente para bajarle el estatus de espacio político a «banda de forajidos y ladrones», con la complicidad del poder mediático y judicial. Esta semana lo volvió a hacer señalando como jefe de una «mafia» al presidente de la principal bancada opositora, Héctor Recalde. Y lo sigue haciendo, cada vez que puede. Sin haberlo logrado del todo, sería necio ignorar que parece haber reducido al kirchnerismo a su núcleo más duro de adherentes. Sin embargo, no pudo apagar la estrella de Cristina Kirchner, que sobrevivió en la constelación de encuestas que constituyen el menú de la Casa Rosada. Esto cambia los planes de todos.
Depender de un ejército exterminador ajeno, alquilar las posibilidades propias, no siempre es lo más aconsejable. A Randazzo le está pasando eso. Es hablado porque no habla, y aunque lo hiciera, calló por demasiado tiempo a la espera de que Stalingrado cediera; y se encuentra, ahora, con que debajo de los escombros, hay rusos que todavía respiran con ánimo de dar batalla. Al invasor de la Patria, y no a su supuesto dictador soviético. La analogía es arbitraria. Valga aclarar que ni Randazzo es la Rusia zarista a la espera de dar el zarpazo contra el bolcheviquismo, ni Cristina Kirchner es el Stalin del PJ del que se quejan los escuderos del hombre de Chivilcoy. Nada de eso. Ocurre que el macrismo comienza a tener problemas propios que no son los de Randazzo. La prioridad cambió. Porque, en esencia, el gobierno de Macri no puede mostrar éxitos después de haber prometido tanto, y también ve reducido su apoyo al núcleo minoritario galvanizado. La suerte de Randazzo les preocupa bastante menos que la propia.
La Argentina hoy es un país que está peor que en 2015. La desocupación se duplicó. Diez años sostenidos de crecimiento del empleo encontraron insensible sepultura entre los pliegues de la política de ensayo y error de Cambiemos, no importa lo que digan Clarín y La Nación al respecto, es un dato irrefutable. La caída del consumo, la pérdida del poder adquisitivo, el incremento de la inseguridad, el déficit fiscal galopante, el endeudamiento y la fuga de divisas del sistema en alza y el nuevo ajuste de tarifas que se viene después de octubre por exigencia del FMI, son los problemas con los que debe lidiar la sociedad. Discutir a Cristina Kirchner, al kirchnerismo, al modelo anterior, hoy no está dentro de las prioridades básicas de la mayoría de los votantes. Eso es asunto de panelistas pagos o de muchos heridos que no dejan de ser una inmensa minoría. A Randazzo le faltó astucia para advertirlo. Quiso heredar por anticipado, comenzó a gastar a cuenta y el difunto que le prometieron en cajón de golpe está levantado y convirtiendo el velorio en una peña festivalera. A todo esto que pasa y siempre dejándonos llevar por lo que dicen los voceros randazzistas no se le puede responder con una única propuesta en loop: una interna en el peronismo. Eso no resuelve nada. Una obsesión de minorías, por repetida, no corporiza en verdad de mayorías. La gente está preocupada por llegar a fin de mes, no por ver si Randazzo le gana a Cristina Kirchner unas PASO.
También vale para el kirchnerismo esta advertencia. Encarnizarse con un exministro que puso en juego su ambición legítima por disputar un liderazgo, ahora que no le está dando resultados, distrae de lo esencial: que haya en octubre una alternativa opositora clara y amplia frente al macrismo y a sus muletos electorales. Ya tendrá tiempo Randazzo de ir por lo suyo y el kirchnerismo de ajustar cuentas con quien considera un caballo de Troya del oficialismo, surgido nada menos que de sus propias filas. Además, el kirchnerismo tiene oponentes de mayor porte de qué ocuparse. El fiscal Marijuan se lo recordó estos días, con la imputación por lavado de dinero a la expresidenta. La elección va a ser una carnicería. Jueces y medios macristas van a intentarlo todo por reducir la chances electorales de Cristina Kirchner y el Frente Unidad Ciudadana. Habrá más tapas escandalosas, zócalos por miles, operaciones a destajo y citaciones judiciales a granel. La palabra elegida es «mafia» como sinónimo del kirchnerismo. Es una campaña de diseño que busca restarle legalidad y legitimidad al armado opositor.
El antecedente para enfrentarla, de todos modos, no es malo. Después de casi 19 meses de asedio, el movimiento encabezado por Cristina Kirchner ya obtuvo una victoria, impensada hace un año. El peronismo mayoritario de la provincia de Buenos Aires, el más grande del país, cerró filas junto a ella en la propuesta de unidad. De 50 intendentes del viejo FpV, 40 la apoyan. El 90% de las autoridades partidarias del PJ, también decidió alistarse detrás de su candidatura a senadora. Es más: la están acompañando en su definición de resignar el partido, buscando una nueva oferta electoral. No es poco. A dos años del gobierno de la Alianza, Duhalde ya le había birlado el partido a Menem a nivel provincial. Y sobre las críticas a la jugada de la expresidenta, dos cosas: una, es la confirmación de la centralidad que todavía tiene en la pelea (a esta altura, se sabe, solo la muerte embellece a las personas que se dedican a la política); y dos, pecar de astucia no es un ningún pecado cuando se trata de luchar por el poder o preservarlo.
Ceder a unas PASO cuando las otras fuerzas la evitan, lidiar con una interna cuando la sociedad está exigiendo certezas ya y no dentro de dos meses, neutralizar al interior de su fuerza cercada la casi segura intromisión del poder del gobierno y los medios que iban a transformar los matices y las vanidades en carnicería, parecen ser síntomas de un liderazgo atento y en condiciones de presentar batalla, es decir, de elegir cuándo y dónde va a la disputa de verdad. Siempre con ventaja estratégica, con información reservada, en situación de fortaleza y eligiendo el terreno, nunca lo contrario. La victoria propia no se construye siguiendo los consejos de los generales enemigos. Es de Perogrullo.
Es una jugada arriesgada. Cristina Kirchner no lo ignora. Ella es la Dama, pieza clave que come en todas las direcciones. La más poderosa del tablero. Pero entra en juego cuando los alfiles, los caballos y las torres están superados en su tarea. Ponerse a discutir hoy la construcción política del kirchnerismo en estos años no conduce a ningún lado: enfrente está Macri y ningún peronista de los muchos que quisieron arrebatarle el liderazgo a CFK o todavía sueñan con hacerlo hizo mucho por complicarle los planes o hacer que la sociedad, al menos, volviera a abrirle el oído a una propuesta verdaderamente opositora. Pero eso no salva ni cierra el debate, aunque está claro que la trinchera no es el mejor lugar para la autocrítica. Si el kirchnerismo aprendió de la derrota, debería reflejarse en el armado de sus listas. Su vocación de futuro debe estar ahí. La amplitud tan declamada tendría que traducirse en que allí aparezcan, además de los candidatos partidarios que van a hacer respetar un programa sin convertirse en canguros, referentes ciudadanos en la emergencia que expresen a los sectores más agredidos por el ajuste: científicos, docentes, trabajadores, artistas, intelectuales, ingenieros, curas, empresarios pyme, y muchas mujeres, sobre todo, ante un escenario de falta de representación que asusta.
El 24 se verá. No falta mucho. Pero en el medio comienza a jugar la Dama, nada menos que en Arsenal. Vaya nombre, vaya lugar para comenzar una pelea como la que se viene. Está casi todo dicho. «
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