De visita en la Argentina, repasa la coyuntura política. Advierte que hay señales de una crisis de legitimidad, pero hace falta un "clic" para la ruptura: "No alcanza con el relato del sufrimiento".
Acomodado ya en la mesa, y con las espaldas custodiadas por los paneles de vidrio repartido de la librería, el psicoanalista pide un minuto para hablar por celular con España. Es su hijo, abogado. Al que le permitió, cuenta luego, hacerse hincha del Real Madrid porque el abuelo republicano, un obrero que escupía al suelo cada vez que escuchaba el apellido Franco, simpatizaba por el club de la capital española.
Esta semana, a partir de una invitación del diputado porteño Leandro Santoro, Alemán dio una conferencia en la Legislatura: su libro Horizontes neoliberales en la subjetividad (2016) fue declarado de interés cultural. «El neoliberalismo, como mutación histórica del capitalismo, quiere construir un nuevo tipo de humanidad. Quiere volver al ser humano un capital humano», señala en diálogo con este diario.
En la conversación se suceden definiciones sobre la actualidad del país, sobre las perspectivas de la oposición, sobre la irrupción masiva del movimiento de mujeres y el potencial emancipatorio del feminismo como práctica social. Alemán no elude el debate ni cierta provocación. Su visión sobre la Argentina que imagina para 2019, con la que deberá lidiar el gobierno que asuma tras el mandato de Macri, anticipa un nivel de conflicto muy agudo. «El kirchnerismo vino por sorpresa. Ahora están todos los sectores de poder advertidos y será durísimo», vaticina.
–¿Cómo es la postal de Buenos Aires que encontró en esta última visita?
–Es un país intervenido. Intervenido, claro, por el FMI. A diferencia de las ocupaciones militares clásicas, está intervenido financieramente. Pero al mismo tiempo está comenzando a haber una señal de crisis de legitimidad. Lo que pasa es que hoy no se puede, en absoluto, establecer cuál es la lógica en la que esto se va a desarrollar.
–Una crisis de legitimidad que está empezando. No en plena crisis.
–Así es. Está empezando a haber una crisis de legitimidad. No plena crisis. Porque si así fuera habría algún tipo de irrupción social que testimoniase eso.
–Además de intervenido es un país mucho más empobrecido.
–Argentina es muy rica en lo que emerge desde lo cultural. En las corrientes internas de su mundo cultural y social siempre hay cosas interesantísimas. Eso sí, desde el momento en que vivir es una tarea imposible y administrar la propia vida se vuelve cuesta arriba todos los días, entonces sí se nota el empobrecimiento. Se nota el sufrimiento. El dolor. La tensión, la amargura, la impotencia. La sensación de desamparo, de no poder. La sensación fatídica de que el país se repite. De que todo vuelve al mismo sitio, al más horrible de todos. Incluso los que no quieren avalar el gobierno anterior –y por eso hablo de comienzo de crisis de legitimidad– ya empiezan a decir: «Son todos iguales», «son todos lo mismo», «este país no tiene ninguna solución» o «este país no tiene ningún arreglo». Eso está muy instalado.
–¿Estamos condenados a sentir y pensar como quiere el neoliberalismo?
–Yo siento la obligación teórica y ética de describir al neoliberalismo en todas sus modalidades. El neoliberalismo es el intento histórico de construir un nuevo tipo de humanidad. Volver al ser humano un capital, convertir al hombre en un capital humano. Busca generar un tipo de subjetividad en competencia consigo mismo y con los otros. Aunque, dicho esto, tengo que hacer una salvedad. Mientras algunos, ante esta descripción, proponen una suerte de nomadismo, o de sustracción, o de abandonar la lógica de las ciudades, yo sigo dándole un enorme valor a la construcción política. A la articulación de una voluntad popular. Porque no hay ninguna forma de poder que pueda ser absolutamente totalizante, sin fisuras. Sobre la que no se pueda intervenir.
–¿Se pueden promover maneras de vivir y pensar distintas a las que promueve el neoliberalismo? ¿O es puro voluntarismo?
–Esa pregunta es muy difícil de responder. En todo caso, para tener alguna oportunidad de salirse de ese marco, uno no puede deshistorizarse. No puede permitirse pensar que uno es idéntico a sí mismo todo el tiempo. Uno no puede congelarse. Tiene que buscar aquello que en uno va más allá de uno mismo y que, por lo tanto, uno mismo desconoce de sí. También creo que uno tiene que hacer un esfuerzo para no seguir los distintos mandatos neoliberales. Mandatos de consumo, de competencia. Y, por lo tanto, hacer distintos tipos de experiencias con el amor, con la amistad, con el deseo. Que no estén delimitadas o determinadas previamente por el circuito neoliberal. Hay que hacer el esfuerzo para diferenciar a la mercancía de uno mismo.
–¿La vio a Cristina últimamente?
–He tenido en algún viaje la ocasión, sí, de conversar un rato con ella.
–¿Qué piensa de su futuro? No la Cristina que conocemos, sino lo que la está esperando. Hay una frase de Perón que dice: «Detrás de mí vendrán aquellos que bueno me harán».
–En el caso de ella no es necesaria esa frase porque ya fue muy buena, ¿no? Ha sido, para mí, una gran presidenta. Incomparable con muchos políticos y políticas del mundo. Es una persona que reúne, junto con una gran pasión política, una gran pasión intelectual.
–¿Es lectora de sus obras?
–Nooo (ríe). Se habrá interesado tal vez.
–No se lo pregunto para estimular su vanidad sino para saber si en las charlas con ella aparece alguna reflexión sobre lo que usted desarrolla.
–Leyó Horizontes neoliberales en la subjetividad. Me dio muestras de que conocía perfectamente el planteo. Es muy aguda y tiene mucha capacidad de rápidamente relacionar temas y de incorporar lo que el otro dice.
–¿Y qué piensa sobre el futuro de Cristina? Esta semana se sucedieron muchas notas, incluso de medios de derecha, que dicen que va a ser candidata.
–Nunca pude descifrar nada. Y con respecto a su silencio, me parece oportuno. Porque, como empiezo a vislumbrar una crisis de legitimidad, no creo que sea muy necesario seguir añadiendo y añadiendo cosas. Sobre los tarifazos, sobre la situación inflacionaria, sobre lo que supone el ajuste acordado con el FMI. Hay que darle un tiempo para que esa crisis de legitimidad se ponga en curso y hable por sí sola. Y ahí sí tiene que aparecer el discurso. Y ahí también tienen que aparecer la organización y la militancia. No sé si es el resultado de un cálculo estratégico ese silencio. Sí me parece un silencio muy elocuente.
–Usted dijo alguna vez que el mero relato de las víctimas del neoliberalismo no genera una transformación, que no alcanza.
–El misterio es el «clic». El misterio es el momento de la ruptura de la legitimidad. El momento en el que hay un desplazamiento en los sujetos y no se sienten más representados. Y en ese momento es cuando tiene que aparecer la práctica articulatoria de lo político. En efecto, el relato del sufrimiento no es suficiente.
–O sea, el macrismo puede volver a ganar a pesar de todo…
–Podría ser. Aparte, estas denuncias no llegan hasta el final. Fíjese lo de los aportantes truchos. Un juez tendría que invalidar la elección. Porque si fue financiada ilegalmente, esa elección fue ilegítima.
–¿En España a Rajoy se lo desplazó del poder por el tema de los aportes?
–Y, sí. Finalmente. Comenzó con la Caja B (sistema de financiamiento paralelo del Partido Popular que puso en marcha el el extesorero del partido, Luis Bárcenas, NdR) y se fue desarrollando todo eso. Y, como España es un sistema parlamentario, la investigación siguió hasta que hubo una moción de censura y se lo destituyó.
–Voy a la coyuntura. El FMI le recomienda frenar con la disminución de las retenciones porque el Estado necesita dólares y Macri dice que no.
–Argentina es una especie de laboratorio del neoliberalismo absoluto. Un neoliberalismo que prescinde, como lo dije desde el primer día, de toda teoría de gobierno. El FMI sí sabe que para estructurar incluso financieramente el mundo –porque la distancia entre la economía real y la financiarización del mundo se ha perdido– hay una cierta gobernabilidad que es necesario garantizar. Entonces le dice a Macri: «Poné las retenciones de nuevo». Porque desde el FMI creen que hay una cierta lógica para garantizar la gobernabilidad. El macrismo, en cambio, no tiene ninguna. No es de extrañar, entonces, que hasta el FMI intente introducir alguna.
–¿Cómo será la relación con el complejo agroexportador para el gobierno que venga?
–El kirchnerismo vino por sorpresa. Ahora están todos advertidos y será durísimo. Un retorno del kirchnerismo es verdaderamente bastante difícil de imaginar. Por lo que sucedería en los sectores de poder en la Argentina. Ese es uno de los temas que, desde luego, hay que considerar.
–¿Un nuevo gobierno necesitará de la movilización social para sostenerse?
–Sí. Muchísima. Necesitaría no sólo movilización social sino también una relación con una internacionalidad que no hay. En la región hoy estamos en situaciones muy adversas. Ya no sólo el problema es ganar una elección. El problema es realmente cómo es sostenible un proyecto transformador y emancipador.
–Si tuviera que encontrar una palabra para definir la Argentina de 2018, ¿cuál sería?
–Insistir. «
Feminismo y política
–Una innovación de los últimos años es la irrupción del movimiento de mujeres. Algunos incluso hablan de la feminización de la política.
–El feminismo encarna posibilidades que el discurso político tradicional no: interrogantes sobre el amor, sobre el deseo, sobre la diferencia sexual, sobre cómo es la relación con el otro. Hay algo de la experiencia existencial y política que el feminismo introduce con mucha fuerza que le podría permitir ser una de las lógicas más transformadoras de la vida política. Siempre y cuando no sea identitario.
–¿Por qué no debería ser identitario?
–Porque la idea de que hay que realizar una identidad femenina frente a un opresor exterior que la impide, que la obstaculiza –el patriarcado machista, esa exterioridad que imposibilitaría el acceder a una identidad plena–, supone un riesgo: la asimilación al mercado y, en definitiva, al neoliberalismo. Porque si el feminismo se queda nada más que en reivindicar una identidad será muy fácil asimilarlo al mercado y al neoliberalismo. Si se articula con las luchas obreras, si se articula con otras luchas sociales, es otra cosa. Ninguna práctica es intrínsecamente emancipatoria. Toda práctica empieza a ser potencialmente emancipatoria en la medida que muestre que se articula.
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