Era el mediodía del 15 de abril cuando la ex ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, presentó en la ciudad bonaerense de Capitán Sarmiento, situada a 145 kilómetros de la Capital Federal, su libro Guerra sin cuartel. El evento tuvo lugar en el lado exterior del Salón de Fiestas, situado sobre la avenida 29 de Junio, y contó con la participación del intendente local, Javier Iguacel, también célebre a raíz de su paso por el Gabinete del régimen macrista.
La visitante deslumbró a la concurrencia –unos 70 lugareños– con un vibrante discurso, cuyo remate fue a viva voz:
–¡Nunca vi un presidente tan desastroso como el que tenemos ahora!
Un cerrado aplauso coronó sus palabras.
Lo cierto es que en aquella urbe de 12 mil habitantes, el paso fugaz de la mujer que ahora detenta la presidencia del PRO generó reacciones dispares. Tanto es así que, en su programa Monerías, emitido diariamente por la radio FM Universo, el periodista Gustavo Pereyra –más conocido como “El Mono”–, le dedicó a Bullrich una extensa columna, en la cual reseñó con tono crítico su trayectoria zigzagueante y ciertos tópicos de su época ministerial, y dijo: “Ella fue cómplice del asesinato de Santiago Maldonado”.
Aquella frase fue la piedra angular de un entredicho.
Cuatro días después, el propietario de la emisora, Rubén Santamaría, recibió una carta del secretario municipal de Salud y director del Hospital de Capitán Sarmiento, doctor Luis Graziosi (así se apellida), en la que amenazó con iniciar una demanda civil (a la radio y al periodista) con el consiguiente “resarcimiento económico por el daño causado en caso de no poder probar sus dichos”. Pero también ofrecía al remitente una segunda alternativa: “Cancelar para siempre todo vínculo laboral con el señor Pereyra para evitar situaciones como las que –escribió– motivan mi solicitud”.
Ante semejante apriete, Santamaría citó de inmediato a Pereyra –quien desde mediados de la década pasada compraba aquel espacio en esa FM– y le extendió la misiva, no sin aclarar:
–Mirá, Mono, yo no quiero ningún quilombo, ¿entendiste?
Mientras Pereyra leía, Santamaría repitió esa frase. Y luego, preguntó:
–¿Qué vas a hacer?
Casi una pregunta retórica. Por lo que, al comprender Pereyra que no contaba con el apoyo del otro, decidió dar un paso al costado. La presión de Graziosi había tenido éxito.
–Es cierto, lo único que le dije a Pereyra es que no quería quilombo. La radio tiene 50 años y jamás recibí una carta documento. Así fue que le pedí a Pereyra que me dijera lo que iba a hacer. Yo no quería quilombo. Eso le dije. Fue él quien decidió irse –señaló, en dialogo con Tiempo.
–¿Pero usted lo apoyaba o no?
–Yo solo le dije que no quería ningún problema. El viernes hizo el último programa. Lo acompañé hasta la puerta. Ahí le puse una mano en el hombro. Y hasta le pregunté si necesitaba algo. Pero no lo eché, eh. Además, él no era empleado mío. Solo compraba el espacio.
–¿La radio tiene pauta publicitaria con el Municipio?
Tras casi 15 segundos, contestó:
–La verdad que sí. Pero, yo no vivo de la política…
Eso fue lo último que dijo.
En esa ciudad, el episodio corrió como un reguero de pólvora, ya que el programa del “Mono” era muy escuchado. Y causó un gran nerviosismo en el ingeniero Iguacel. Una figura de renombre a nivel nacional. La opinión pública lo recuerda por su gestión en Vialidad Nacional y su posterior conversión en ministro de Energía, en lugar del no menos vidrioso ingeniero Juan José Aranguren. En ambos cargos llegó a sumar una docena de imputaciones penales, siendo las más ruidosas su rol en el expediente sobre el soterramiento del Ferrocarril Sarmiento y la causa de la Autopista del Sol, por articular una maniobra para el direccionamiento en las concesiones de peajes con el propósito de beneficiar al Grupo Socma, de la familia Macri.
Pero seguramente será recordado por las futuras generaciones a raíz de una hazaña sin igual: haber gastado 55 millones de dólares en la construcción de un puente ferroviario sobre la Ruta 5, pero absolutamente inservible, dado que carecía del ancho que requieren las formaciones que debían circular allí. Un genio.
Ese hombre atendió la llamada de Tiempo y, al ser consultado sobre el acto de censura cometido por su funcionario, bramó:
–¡El periodista se fue solo! ¡Nadie lo echó! Llame al dueño de la radio.
–Vea, yo le pregunté sobre de la carta de Graziosi…
Entonces, se puso como loco, y alzó aun más la voz.
–¡Ustedes, los periodistas militantes, son todos iguales. Ya sé que van a poner cualquier cosa.
–¿La carta de Graziosi contó con su autorización o conocimiento?
–Graziosi se sintió ofendido por las expresiones del periodista y obró en consecuencia. Yo no sabía nada.
–¿No lo perjudica que un funcionario suyo obre de una manera, diríase, tan polémica, sin decirle nada?
–De ninguna manera –vociferó–. Vivimos en democracia.
Dicho esto, se oyó el clic que dio por concluida la llamada.
Graziosi también habló con este diario. Este médico, un acérrimo enemigo de las vacunas contra el Covid-19, adquirió recientemente una efímera celebridad por sus dichos acerca de la estrategia sanitaria que implementa para enfrentar la pandemia; a saber: “Más de 5000 personas en Capitán Sarmiento (la mitad de la población) tuvieron contacto con el virus, tienen anticuerpos y ya no se enferman más”. Lo que se dice, un auténtico teórico de la “inmunidad de rebaño”.
Ahora, desde el otro lado de la línea, su voz se oía más serena que la del intendente, aunque sin disimular su recelo.
Al oír la primera llamada, descerrajó de corrido:
–La carta al señor Santamaría fue a título personal. Yo tengo derecho a expresar mis opiniones.
–¿No consideró la posibilidad de que podría perjudicar a Iguacel?
–De ningún modo pensé eso. Es más, el ingeniero Iguacel me felicitó.
Delicias de un infierno chico. «