Hacia un nuevo Congreso Filosófico Nacional

Por: Juan Ricci

Como el primero, promovido por Juan Perón en 1949.

El capitalismo ha entrado en una etapa que puede caracterizarse como “situación de guerra”; las relaciones que entabla con las distintas comunidades del mundo tienen mucho que ver con una situación bélica en aparente paz, o guerra por otros medios. Hasta el concepto de paz se va corriendo en el corpus hegemónico hacia una naturalizada “paz bélica”, oxímoron de la actualidad. “El capitalismo sería la continuación de la guerra por otros medios” se ha dicho parafraseando a Clausevitz. Si a esto le sumamos la intensidad que en este momento toman las acciones militares de la Otan y Rusia en Ucrania,  parece asomar una tercera guerra mundial, que quizás quede así, latente, pero que corporiza en el aire esa “naturalización” de la guerra constante en estos tiempos, mientras las corporaciones cosechan un botín de guerra “imprevisto”. Eso por arriba. Por abajo los pueblos van incorporando una cultura cada vez mas externalizada, una manera de ser universal que no es propia sino prestada. Una puerta abierta en cada cultura nacional a todo interés foráneo, que vulnera no solo la soberanía sino también el ánimo de los pueblos desde la individualidad y la subjetividad.

Son claras sus consecuencias en nuestra situación de hoy: la creciente manera “derecha” de pensar y la dificultad para gobernar que suscita, la división que se ha impuesto entre nosotros, la falta de credibilidad y confianza en todas las instituciones, la crisis quizás ética que todo esto significa en la población.

Y obliga a pensar en una política nacional que una a todo el pueblo argentino en un solo interés, el de su realización, y lo anime a impulsar sin demora acciones en ese sentido. ¿Es posible?

El 10 de junio de 1944 inaugurando las cátedras de Defensa Nacional Perón se refirió a la teoría de la “Nación en armas”. En ese momento el mundo estaba en guerra y el flamante gobierno emergido el 4 de junio de 1943 venía presionado por las potencias mundiales para tomar partido por alguno de los bandos. La teoría del pueblo en armas significa que la defensa nacional implica a toda la Nación y no solo a sus fuerzas armadas para quienes se reserva la acción militar: “…La realidad es que entran en juego todos sus habitantes, todas sus energías, todas sus riquezas, todas sus industrias y producciones, todos sus medios y vías de comunicación, siendo las fuerzas armadas solo el instrumento militar de ese gran conjunto que constituye la Nación en armas”. Seis años más tarde, en 1949 Perón promueve el Primer Congreso Filosófico Nacional en Mendoza, porque percibe que el cambio económico y político requiere una reforma cultural, una manera diferente de mirar al mundo desde acá. Es que si el gobierno se limita a satisfacer las necesidades inmediatas, y lo logra, no será poco por supuesto, pero a la larga nada impide que las clases pobres ascendidas a medias en un medio cultural dominado por el mercado se comporten como individuos mercantilizados y voten en consecuencia. No podría ser de otra forma. ¿Qué hay que hacer?

El cambio cultural

Los históricos movimientos nacionales en nuestro país se han visto a sí mismos no como un simple partido político liberal donde las individualidades definen candidaturas, sino como movimientos multitudinarios de todo el campo social. Yrigoyen definía a la Unión Cívica Radical como “la unión civil de los argentinos para la realización de la Nación”. Y cuando Perón cierra el I Congreso filosófico de Mendoza lo hace con el discurso de la Comunidad Organizada, que sintetiza lo que serán las Veinte Verdades y también inspirará a la misma Constitución del 49, que en su estratégico Artículo 40 dice: “La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del Pueblo”. Hay que detenerse en esa frase y repetirla. Es la función social de la propiedad privada, una innovación mundial en materia económica y política. Nacimos como Nación tensionados por las ideas liberales europeas y del Norte, que aparecen con toda claridad en 1810 y en la misma Constitución de 1853, donde se sientan las bases del sistema representativo argentino. En 1955 la Constitución de 1949 es derogada por decreto para volver a la de 1853 al tiempo que la Libertadora nos asocia al Fondo Monetario Internacional. ¿Qué era lo inaceptable de 1949? Además del citado concepto de función social de la propiedad, era clara la contraposición con los conceptos de libertad y poder que definen espacio y tiempo en todo paradigma: mientras en 1853 la libertad es entendida como libertad del individuo para hacer lo que quiera, en sintonía liberal, en 1949 es concebida como libertad de situación: una persona no puede ser libre en una sociedad que no lo es; y en cuanto al Poder, en 1853 “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” mientras que en 1949 el poder procede del pueblo, no del gobierno ni del Estado, ni el pueblo lo delega.

Y esta no delegación del poder es crucial, porque “las instituciones formales del Estado no alcanzan a expresar ni a satisfacer las demandas del Pueblo”. En cambio es vital la presencia y expresión de las Organizaciones libres del pueblo como “factores concurrentes”, ya que desean “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación”. “Nuestra comunidad, a la que aspiramos, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto de que existe una alegría del ser, fundada en la persuasión de la dignidad propia” palabras de Perón en el cierre del Congreso. De esa manera organizada la sociedad en lo productivo, lo social, lo político y lo cultural, resulta una Comunidad Organizada que gravita sobre dos dimensiones; un sistema social en relación singular entre pueblo y estado y un sistema de poder que detenta el pueblo (sin jamás delegarlo), por medio de sus organizaciones sociales distribuidas en toda la sociedad, que de esta manera pasan a ser pilares fundamentales de la justicia social.

Se trata de otra cabeza que mira al mundo desde aquí y se nutre de su propia creación, como lo cantan las coplas populares: “No hay nada mas sin apuro que un pueblo haciendo su historia, no lo seduce la gloria ni se imagina el futuro, marcha con paso seguro….”. Es la osadía de la sangre mestiza americana frente a los poderes constituidos y los saberes dominantes de todo el Mundo, o el coraje de Atahualpa, Caupolicán, Lautaro (en quien se inspira San Martín). O “el subsuelo de la Patria sublevado” de Scalabrini. O el espíritu indomable de la tierra, como decía José Hernández refiriéndose al gaucho; que se expresa en toda nuestra historia y en nuestros próceres más queridos. Para todos ellos, al crecimiento y desarrollo con distribución hay que agregarle una política institucional de Estado que promueva la expresión y participación de todos los sectores del país, de modo que el gobierno pueda hacer suya toda esa información, actuarla y sostenerla con el mismo poder de la voluntad nacional.

La propuesta

Es que el Proyecto nacional no surge de un gabinete de expertos sino de la expresión de la Nación misma. De toda la Nación. Eso es una democracia veraz. En tal sentido, en la huella de aquel Primer Congreso de 1949, y también la experiencia del Congreso Filosófico de Altagracia en 1971 en el marco del Concilio Vaticano II y Medellín, el de Córdoba de 1987, el de San Juan de 2007 y de tantos esfuerzos históricos para pensarnos desde la realidad, parece posible avanzar hacia aquella Expresión convocando a un multitudinario debate de todo el país, pero no con filósofos graduados sino con el mismo pueblo haciendo filosofía, que sería convertir en palabras y en políticas lo que aun no ha sido expresado sino por las experiencias concretas y el deseo. El Estado puede convocar a pensarnos, a expresar lo que somos y deseamos ser y lo que hemos sido, a todos sus habitantes, a toda su producción, a todas sus corrientes, a todas sus religiones, a todas sus expresiones de pensamiento y de acción. Todo el país productivo puede reunirse en Encuentros: la industria, el campo, los empresarios, el arte, las ciencias, las distintas escuelas, las religiones. Y las Universidades públicas del país desde sus cátedras de Filosofía, Comunicación y Economía Social podrían coordinar en un marco lógico esa multitud de Encuentros, de modo de no perder de vista desde lo local la realidad de toda la Nación y el Continente. Ese trabajo productivo del pensamiento nacional extendido en un tiempo preciso sería un paso fundamental hacia esa “otra cabeza” que necesitamos vitalmente para entusiasmarnos de nuevo, para encontrar la nueva institucionalidad y la alegría en la propia dignidad como querían nuestros próceres que nos han querido bien, y puede concluir en la síntesis de un Nuevo Congreso Filosófico Nacional en el curso del año 2023 a los 74 años del primero.

El proyecto cultural popular diferencia al gobierno nacional de cualquier política liberal, porque privilegia la intensidad de la vida en su dimensión social en cuanto incrementa su potencia. Se trata de ponerle el pecho y si nos da el cuero, todo el cuerpo a la verdad, que  siempre es política, como los precios.

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