Crecen los mejores amores, crecen desde el pie… Crece desde el pueblo en futuro. Crece desde el pie…”, continúa cantando Alfredo Zitarrosa, 30 años después de morir.
Hubo un primer llamado la noche anterior. Su voz crujía, lenta, partía el alma. Horas antes se había conocido el fallo. Acordamos que saliera al aire por la radio, la mañana siguiente.
-¿Cómo estás?
-Ahí, no más… Esperando que un día salga el sol para todos los presos políticos. El sol del alma y de la libertad.
Su tristeza lacera. Sólo se energiza, se repotencia cuando afronta la injusticia: «Antes los chicos estaban panza arriba disfrutando de las piletas, ahora también están al sol, pero trabajando en el tabaco y en la calle”.
Es Milagro. Son Mirta Lizama, Gladys Díaz, Graciela López, Bachila, Javier Nievas, Cacho Sibila… Es su drama y también el de sus compañeros. No se queda en su agredido cuerpo dolorido, en su coyuntura. Desde su dignidad, repite y repite: “Yo sólo les pedí a todos que dijeran la verdad, nada más que la verdad, que digan la verdad.” Sostiene: “Nos tienen mucho miedo, no nos quieren en la calles. Ellos lo saben: cuando hay una injusticia, a nosotros no interesaba el color de las banderas.” Ellos y nosotros.
Asegurábamos cuando se cumplían 1000 días de su arresto político que jamás un jujeño había dado tanto a su provincia. Que escasas personas, si es que las hay, sembraron hogares con esa fuerza con la que ella ejecutó un plan de obras histórico, por más que se lo quiera secuestrar de la memoria. De todas las injusticias es la que más duele, porque ella es la que más hizo. Asegurábamos entonces y lo hacemos ahora, tras tres años de esa ignominia perpetrada por el poder, que “le debemos mucho a Milagro”.
Como dice Fernando Borroni, «no son tres años, son más de 500 los que Milagros carga en sus espaldas». Su prisión es saqueo y opresión. Es genocidio y grito de resistencia. Gerardo Morales les da a los blancos de Jujuy -no sólo a ellos-, el pesar, la pena, la cárcel de Milagro. En Brasil el enfrentamiento entre el negro y el mulato es mas fuerte que entre ellos y el blanco. Es terrible que gente, mucho más que enojada por el poder, ese que le resulta invisible, esté molesta, preocupada, envidiosa, celosa, porque el vecino cambió el auto… Vivimos en esa estúpida minucia. El rico necesita del menos rico para que le luzca su riqueza, y tironeando para abajo, la clase media, el pobre y el indigente. No sólo son tres las capas sociales. Lo misterioso, horrible, es que hay gente que toma como una ofrenda que le entreguen a Milagro, para sentirse alguien, para sentirse más que ella. Como dice Gustavo Campana «ya no es un problema de clases. La clase más importante que está aliada con su propio enemigo es el desclasado. Alejado de su historia jamás encuentra a su enemigo».
Es Morales y es Macri, aunque al presidente, lo único que le queda para entusiasmar a alguien para votarlo son los ojos azules. Donde se le achinen, no existe. No hay nada que hayan dejado en pie. Entregan todo. Lo de Morales es una entrega muy particular. La presa convertida en premio. Milagro los pasó por arriba, fue más que todos ellos, más que los políticos. Se impuso a su propia historia y no solamente se elevó ella, sino que elevó a toda la gente. A todos los que acompañaron su movida de trabajo y su sueño. A meter casas, 8500 casas nada menos. Esa coya, esa negra convertida en una heroína.
“No puede ser que una coyita con su cultura tan apaleada resista tanto… y se haga ladrillo para las piletas, trabajo y casas.” Desgarra el canto hecho grito de Graciela Pesce. Con ese mismo sentimiento, hace casi más de dos años, escribí el poema Noche, en su homenaje:
A veces pienso en los silencios que por la noche
escucha Milagro desde su celda.
Un sonido continuo de viaje por
el espacio, sin ruidos y sin luz.
Una eternidad de pocas horas hasta el amanecer. Las celdas vecinas, el patio, los árboles silbantes, un
portazo a lo lejos, un trueno, la lluvia, una frenada,
la voz de una niña interior desprotegida
y rebelde que la abraza por dentro.
La imagino quieta a Milagro, rebelde la noche boca arriba, respirando el ácido olor
de ese aire de encierro.
Los brazos al costado del cuerpo como
una estatua estoica y milenaria.
Hay siglos en sus ojos y gritos en
la boca que se aprieta los labios.
Parpadea, Milagro.
La noche está en el mismo lugar
desde hace horas.
Es un animal que la mira indolente,
la tristeza con sus fauces abiertas.
Sé que si me desvelo en mi cama tibia,
puedo mirarla.
Ella está despierta, a toda hora, esperando el sol que le debemos.
Cuando la metieron presa fuimos con el doctor Eugenio Zaffaroni a reclamar por ella. Por ese tiempo, descontábamos que su padecimiento sería de unos días, a lo sumo de unas semanas. Ya van tres años. Da mucha pena, mucha vergüenza, mucho dolor que puedan proceder con tanto odio, con tanta impunidad, con tanto miedo a Milagros. Un símbolo.
De eso tiene que trabajar: de símbolo por la recuperación de la Argentina. Se lo expresé en ese diálogo radial, a modo de confesión. Es extraño, pero tiene un trabajo importante. En su sacrificio, en el dolor de su cuerpo, de su alma, en la bronca, en la rabia, en la soledad de tantas noches sin poder dormir, Milagro, pensate como un símbolo que ayuda a que se recorran otros caminos. Que se dispongan de otras posibilidades que, en la correntada de un cambio verdadero, lleven el germen de tu libertad. «