“En dictadura nos dimos cuenta que se podía luchar por fuera de la dirigencia”

Por: Gabriela Juvenal

A 30 años de la huelga de 45 días encabezada por los ferroviarios en contra de los despidos y la destrucción de los ferrocarriles, el ex dirigente sindical Rodolfo Ortíz habla de aquel proceso de resistencia al "ramal que para, ramal que cierra" del menemismo. Este sábado a las 19 habrá un acto en homenaje a esa lucha que podrá verse por YouTube y Facebook live.

“Un compañero menos, un kilómetro de vías menos”, señalaba una de las tantas pancartas que envolvían las calles de Buenos Aires con 20 mil personas. Desde el 13 de febrero al 29 de marzo de 1991, las consignas que repudiaban las políticas neoliberales fueron noticia en el país. Hacía siete años que había vuelto la democracia y hacía cinco meses que el gobierno de Carlos Menem demostraba que la promesa de la revolución productiva y el salariazo era más que una traición. Poco después, continuó con el plan de privatización de las empresas del Estado que había iniciado el superministro de la última dictadura, José Martínez de Hoz -uno de los indultados de entonces-, de punta contra los ferrocarriles.

La historia de la huelga de 1991 la conocen bien las mujeres y hombres que 14 años atrás no imaginaban que pararían el país y mucho menos que lograran la reincorporación de los cesantes y el aumento de sus salarios. Si bien fue a corto plazo, la rememoran con orgullo, como también el apoyo de las Madres de Plaza de Mayo, en un marco de solidaridad popular. No así su triste y solitario final: la desaparición de centenares de pueblos, vías, locomotoras, maquinistas, señaleros y pasajeros.

El gobierno menemista no tuvo escrúpulos: de 90 mil ferroviarios, quedaron 22 mil. Los casi 65 mil trabajadores que alguna vez – entre 1945 y mediados de los 50 – habían corrido 53 mil kilómetros de vías quedaron en la calle. Menem empezó su gobierno con 37 mil y terminó con siete mil. Más adelante y paso a paso, con Néstor y Cristina Kirchner se recuperaron 11 mil y hoy son 18 mil activos.

“Queremos recordar a los que ya tomaron el último tren y que vivirán eternamente en nuestra memoria”, dice Ortiz, cuya historia de vida estuvo trazada por las locomotoras. Conocido como “el Flaco”, tiene 66 años, vive desde que nació en Barrio Campamento de Ensenada, donde su casa –heredada de sus abuelos-, fue la única que quedó intacta tras los bombardeos de 1955 donde murió su padre, Rodolfo Celedonio “Cholo” Ortiz, otro obrero ferroviario al que define como un “heroico resistente”.

-¿Cuál es el origen de la huelga de 1991?

Ortiz: No fue que de repente un día los ferroviarios fraternales, compañeros de la Unión Ferroviaria y señaleros nos levantamos y dijimos, “bueno, hoy somos reyes y vamos a hacer 45 días de paro contra Menem y sus privatizaciones”. No, los ferroviarios tienen una historia larga de luchas. Por ejemplo, La fraternidad fue uno de los primeros gremios en América Latina en crearse el 20 de junio de 1887. Uno de los paros más emblemáticos fue la huelga de 41 días de 1961 contra el Plan Larkin. Nunca les esquivaron el pecho y siempre defendieron a los ferrocarriles que deben ser del Estado.

-¿Cómo incidió la dictadura en la conformación de “los rebeldes”?

– Creo que el verdadero germen se dio en ese período que fue muy difícil. Los ferroviarios fuimos los que más paros le hicimos a la dictadura. Yo entré en el año 1974 y recuerdo que nos reuníamos en la clandestinidad para programar los paros. Lo hacíamos con la directiva de La Fraternidad, en cuyo hotel – recuerdo – había compañeros escondidos, algunos paraguayos exiliados de (Alfredo) Stroessner y otros nuestros. Entre ellos estaba el negro (Carlos) Zamora, compañero muy combativo que, bueno, después en los 90 fue el ideólogo de la traición. Ahí acordamos con la directiva que cuando se hiciera el paro, al otro día a la mañana ellos iban a salir a decir que las bases habían sobrepasado a la dirigencia y que ellos no tenían nada que ver. Es decir, que no era el gremio oficialmente el que lo había convocado, con lo que se evitaba una segura intervención del gremio. Lo real es que, en todos los paros de la historia, más allá de directivas con bastante burocracia, siempre los paros se hicieron con ellos. Sin embargo, en esa práctica se empezó a germinar la idea de que se podían hacer cosas por afuera.

-Cuénteme esos pasos.

– Empezó a funcionar a pleno la circunvecina de seccionales, después un estatuto por demás democrático y también un reglamento interno de elecciones donde los compañeros tenían que jugársela solos. No era por lista sábana. Y hubo un punto de quiebre, y esto lo pienso en lo personal, que fue el Congreso de La Fraternidad de Miramar en 1985 que empezó a juntar a los rebeldes. La directiva la llevó ahí para distender. Allá nos juntamos con Oscarcito Palacios del Sarmiento, el “ruso” Izik, el “Loco” Savariano Roca, el “Negro” Machado, el “Tigre” Millán y, así, llegamos a ser once. La historia cambió porque por primera vez tuvimos la necesidad de salir a luchar solos y desde abajo, desde las bases; mientras los cuatro gremios estaban en contra y con el gobierno, formando un bloque.

-¿Cómo un grupo tan reducido pudo contra semejante bloque?

-Fue duro, pero pudimos hacerlo aun sabiendo que era muy pesado pelear contra la dirigencia y el gobierno juntos. Éramos las bases y no tan fuertes (se ríe). El problema era ese: ¿cómo hacemos más fuertes? Como había muchos gremios que no se animaban a parar, salimos por ellos. Me acuerdo haber ido a la Asociación Bancaria. Hubo una asamblea en el Banco Nación y uno dice que se había enterado que estábamos allá. Nos aplaudieron, nos avivaron. Y así fue que todas las asambleas las hicimos con los telefónicos, docentes, la interhospitalaria, aeronáuticos; los fuimos invitando a sumarse a la lucha. Si no la hacíamos juntos, nos iban a derrotar de a uno.

-¿Cómo se consolidaron?

-Terminamos confluyendo en una lucha común. El 22 de febrero adhirieron todos a la marcha en Plaza de Mayo donde éramos unos 20 mil. Estaban las Madres, los papeleros, docentes y todos los que le nombré. Ahí supimos que nos habíamos hecho fuertes. Desde los edificios llovían papelitos y gritos de apoyo.

-¿Qué hacía el gobierno?

-Empezó a tambalearse, signo de debilidad ante lo que crecía. Hizo mil cosas para frenarnos, hasta le dio aumento a los estatales y a la UTA le ofreció 400 mil australes. Nosotros seguíamos plantados. Y los primeros logros empezaron cuando formamos parte de la mesa de enlace. Y la primera buena noticia llegó cuando nos reconocieron, nos sentamos con los gremios y la empresa. El gobierno nunca quiso dialogar en forma directa con los huelguistas porque las direcciones de los gremios no querían que nos reconocieran como algo oficial. Hacia el final, la empresa propone rever las cesantías caso por caso y lo rechazamos: era todos adentro o ninguno. Después decidieron que todos adentro y 100 por ciento de aumento. Así, el 27 de marzo levantamos el paro. Nuestra condición fue que los primeros cesantes sean los primeros que corrieran el primer tren en cada seccional y en la mía, Tolosa, me tocó a mí. La última jugada para descabezarnos fue cuando volvimos a trabajar. “No, estos no están autorizados”, dijeron. Así que se volvió al paro otra vez. El 28, a última hora, nos dicen que fue un error y así el 29 por la tarde lo levantamos.

-¿Cómo vivió esa vuelta?

-Ese día corrí el primer tren y fue una de las alegrías más grandes que tuve en mi vida, había mucha gente en la estación corriendo y gritando. Creo que nunca había tocado tan fuerte la bocina de la locomotora (se ríe). Salimos con los primeros trenes y todo terminó. Le torcimos el brazo al gobierno y a los cuatro gremios.

Cubanitos, panadero y una farmacia

La Fraternidad les había dicho que iba a intervenir la seccional y, de hecho, les mandó cartas documentos. Sin embargo, la solidaridad pareció ser uno de los grandes motores para que siguieran. “Pasó de todo. Un día apareció un señor mayor que nos dijo que quería colaborar con la huelga, nos contó que vendía cubanitos en la escuela de 1 y 57 y que nos había vendido 20 para nosotros. Se nos cayó el alma. El panadero de la esquina nos daba 8 kilos de pan y las facturas del día anterior que aumentaban cada vez más. Nos dimos cuenta que cocinaban de más para nosotros. ¡Tuvimos hasta una farmacia! La obra social no nos atendía porque era del gremio”, cuenta emocionado.

Rumbo a Mendoza: el robo de un tren

El paro de 1991 caló hondo. Previo a eso, estuvieron los “trenes de la resistencia” en febrero del 90 que, según “el flaco”, fueron difíciles de organizar. Para eso, la »Coordinadora Nacional Ferroviaria» caminó mucho. En el Roca, corrieron un tren a Bolívar que era uno de los ramales que cerraban. Y en el Sarmiento, otro tren de la resistencia.

-Y se robaron un tren, ¿verdad? ¡Así es! -responde Ortíz, fue en el San Martin, primero se iba a correr a Rufino, que era más cerca. Y después se fue agrandando tanto que, bueno, dijimos “nos vamos a Mendoza”. Lo arreglamos con los señaleros y con todo el personal para que nos den vía. Y llegamos a Mendoza con el aplauso de todos. Fue inolvidable. Y el tren del Roca fue a Bolívar, cuya historia está en la película Los trenes de la resistencia. Había pueblitos que tenían 50 o 60 habitantes y en la estación había 25, ¡la mitad del pueblo! Tres y media de la mañana, llovía y las estaciones repletas. Esto se organizó pueblo por pueblo unos diez días antes. Hubo intendentes que apoyaron porque tampoco les convenían que no haya tren. Piense que no había rutas y sabían que se moría el pueblo. Y, de hecho, el pueblo, los pueblos murieron. Los tres de la resistencia fueron una cosa de locos.

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