Si todo ocurre como anticipó la PASO, el próximo 27 Mauricio Macri será derrotado. Pero el proyecto de clase que encarnó no habrá sido vencido. Hará falta mucho más que un triunfo electoral para revertir el programa de odio, revancha clasista y saqueo institucionalizado que la restauración conservadora vendió como un “cambio”.
La marcha del #SiSePuede, más que una gira de despedida, inició la reencarnación del oficialismo en oposición. Más allá de las intención expresa de “darla vuelta”, el objetivo de Macri es afianzar el voto propio y consolidarse como la máxima expresión del antiperonismo. La movida amenaza la subsistencia de la Unión Cívica Radical, que desde hace siete décadas ocupa ese sitio. Y por eso mismo, cuenta con el respaldo de Elisa Carrió, que detesta a peronistas y radicales por igual.
Carrió tuvo razones personales y políticas para empujar a Macri hacia una caravana contranatura. En caso de que Juntos por el Cambio repita la cosecha de agosto, la diputada habrá convertido su último sello de goma -la Coalición Cívica- en un bloque legislativo con una docena de integrantes. Pocos para imponer leyes que le mejoren la vida a los argentinos, pero más que suficientes para provocar ruido e intoxicar el debate político, como le gusta a Carrió.
El radicalismo, por su parte, se prepara para dar el salto hacia la “tercera vía”, un espacio que Sergio Massa dejó vacante cuando se sumó al Frente de Todos. El mendocino Alfredo Cornejo dejará de ser presidente del partido en diciembre, pero aspira a conducir el bloque de diputados que hoy está en manos del cordobés Mario Negri, el amigo radical de Carrió. Gerardo Morales, gobernador autocrático de Jujuy, aspira a relevar a Cornejo al frente del partido, aunque el poder real recaería sobre Enrique “Coti” Nosiglia, quien aspira a la secretaría general. Enemigo declarado de Carrió, el histórico operador judicial y comercial de la UCR apadrina a Martín Lousteau como el candidato renovador de un partido que se mantiene a rosca y formol.
“El discurso de Macri anticipa cómo será su oposición” reflexionó el antropólogo Alejandro Grimson, quien esta semana coordinó tres jornadas para discutir los mecanismos del odio y su uso como insumo político y cultural. “Será una oposición dura, que va a denunciar desde el primer día que nos estamos convirtiendo en Venezuela -prosiguió Grimson-. El macrismo lanza ataques de la nada, inventos, como por ejemplo el dedito de Alberto Fernández. Con una oposición puesta en ese lugar, los desafíos del próximo gobierno serán mayores”.
La intolerancia y el poder concentrado de la futura oposición impone un reto adicional al futuro oficialismo. “El próximo gobierno debe ser el del 75%. Si hay conflicto hay que tener el cuidado y la sabiduría para que las grandes mayorías estén del mismo lado”, resumió Grimson.
La ampliación de la coalición de gobierno a todas las expresiones del campo popular puede funcionar como antídoto contra el veneno neoconservador, ahora en su envase centrista. El sistema de Poder y Negocios, como la serpiente, cambia de piel, pero no su naturaleza. A pesar del estrepitoso fracaso del gobierno que alumbraron -y que sostuvieron con un generoso blindaje mediático-, el establishment intenta imponer sus condiciones al gobierno por venir. Esta semana, por caso, representantes de grandes empresas reunidos en el Coloquio de Idea solicitaron que el próximo gobierno mantenga en sus cargos a los titulares del Indec, la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), el Banco Central y la AFIP. Es decir: que se mantenga en sus cargos a los partícipes necesarios del latrocinio financiero, a fuga de divisas y la elusión fiscal.
Total normalidad.