No se trata de una sensación, es la realidad pura y dura que percibe cualquiera que trajine las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Lejos de la «pobreza cero» que proclamó Mauricio Macri como objetivo de campaña antes de asumir la presidencia, son cada día más visibles los indicios de un deterioro social creciente en los sectores más vulnerables de la Ciudad y el Conurbano, especialmente en las personas en situación de calle que recurren a servicios sociales y comedores proporcionados por parroquias y algunas organizaciones de la sociedad civil. Referentes sociales y religiosos como Margarita Barrientos, el sacerdote Eduardo de la Serna, el director de Cáritas Argentina Horacio Cristiani señalaron y admitieron, con matices, el incremento.
«Lo que se va viendo progresivamente, obviamente no desde el 10 de diciembre, es un aumento de personas que cartonean, que vienen a pedir ayuda a las parroquias, por ejemplo en Cáritas», marcó a Tiempo Eduardo de la Serna, principal referente de Curas en la Opción Preferencial por los Pobres y párroco de la parroquia El Buen Pastor, en la localidad bonarense de San Francisco Solano. «Se ve también un aumento de la tristeza, que significa más violencia, droga, depresión y a veces muerte. De hecho, ya tenemos dos muertos por tristeza gracias a la Revolución de la Alegría», acusó.
«Realmente la evolución no es positiva», evaluó ante este periódico Horacio Cristiani, director de Cáritas Nacional, organismo oficial caritativo de la Iglesia Católica y con labor en más de 3500 parroquias, capillas y centros misionales en el país. «Prácticamente hemos notado que esta tendencia, en términos de situación social de los más vulnerables, lejos de mejorar en los últimos tiempos, ha empeorado, básicamente en el último año, año y medio», analizó. Cáritas ya lanzó su Colecta Anual 2016 que se concretará el 11 y 12 de junio próximos.
La realidad callejeraDurante la semana, Tiempo recorrió las Plazas Libertad y Congreso, la estación de trenes de Once, así como la interseccion de la Avenida 9 de Julio y Arenales, algunos de los tantos lugares en la Ciudad donde por las noches, voluntarios católicos y de algunos sectores de la sociedad civil, con muy bajo perfil, acercan alimentos y ropa de abrigo a personas en situación de calle. Mientras algunos voluntarios ven una continuidad en la cantidad de personas en situaciones sociales durísimas, otros reconocen que en los últimos meses aumentó. Las personas en situación de calle consultadas por Tiempo en cambio no tienen dudas: aseguran que se incrementó. Por ejemplo, la Orden de Malta, que desde 2013 todos los jueves organiza «Noches de Caridad» entregó esta semana alimentos y bebida caliente a unas 100 personas en la Plaza Libertad. «No somos una ONG y no recibimos ninguna ayuda gubernamental», aclaró una de las organizadoras, que pidió no ser identificada. En la fila para recibir sándwiches, manzanas y café, Ricardo, de 21 años, contó que en la semana lo echaron de su trabajo como repartidor de gaseosas. «Ahora duermo en la calle y paro solo», cuenta. No tiene hijos ni pareja. «Estoy buscando trabajo», dice. Carlos Roberto Figueredo, de 32 años, tiene en la mano una bolsa, de donde saca un currículum guardado en un folio transparente. «Fui ayudante de cocina, cadete administrativo, trabajé en el Correo Argentino. Mi último trabajo fue de bachero para un patrón chino, que pagaba poco y me echó. La gente tiene que saber lo que está pasando», dice, mientras comparte los números de celular de su hermano y un amigo para buscar trabajo. «Mi celular me lo robaron en la calle», lamenta, y cuenta que se enteró de la labor de la Orden de Malta «por el boca a boca» callejero. En la fila, al principio están las señoras mayores. Luego, una mayoría de hombres. «Hace años que vengo acá, ando por distintos lugares», narra Alejandro R., de 54 años y paciente del Hospital Borda. «Soy discapacitado y tengo que buscar trabajos en negro para no perder una pensión derivada. Vivo en un hotel. Aumentó la pobreza, la cantidad de gente en la calle», observa. Daniel, alias «El Largo» es cartonero y vive en Glew, provincia de Buenos Aires. Tiene 46 años, mujer y tres hijos. Muestra orgulloso en un celular viejo las fotos de sus hijos, mientras cada tanto vigila su carro. «Hace 26 años que hago esto. Ahora somos más (cartoneros), hay más competencia y menos plata», reconoce. «Se ve que hay más desocupados en la calle», cuenta. Más allá del eslogan de campaña, ellos dicen ser más. Y esperan.