La separación entre el «adentro» y el «afuera» de los centros clandestinos de detención no siempre fue tan tajante. A pesar de la clandestinidad del sistema concentracionario, la cercanía con el resto del vecindario que se dio en las grandes ciudades hizo que esas barreras no fueran tan rígidas y tanto los vecinos y vecinas como las personas que permanecían desaparecidas pudieron distinguir alguna porción de lo que sucedía del otro lado.
El paso del tren Mitre, los motores de los aviones de Aeroparque, las voces y risas de cientos de jóvenes que estudiaban en las escuelas técnicas Raggio. La ciudad entraba al casino de oficiales de la ESMA a través de esos sonidos, que permitieron a muchos detenidos desaparecidos poder situarse a pesar del aislamiento y el tabicamiento. Ese entorno urbano comenzó a ser explorado por el Espacio Memoria y Derechos Humanos Ex ESMA desde 2020 para conocer cómo impactó el terrorismo de Estado en el barrio.
Primero fue la señalización de la estación Rivadavia como «Estación de la Memoria» y luego la iniciativa Cartografías de la memoria, en el que se hicieron recorridos e intervenciones artísticas en los alrededores. Ahora, el Espacio comenzará un proyecto de investigación para conocer las experiencias de quienes vivían ahí y su vínculo con el lugar, para que compartan sus recuerdos y anécdotas en relación a la ESMA desde su instalación en Núñez en 1928 hasta la actualidad.
«En este caso va a ser algo más prolongado e investigativo que las intervenciones anteriores. Vamos a entrar al barrio con voluntarios de la carrera de Trabajo Social de la UBA para hacer un timbreo casa por casa en un sector que delimitamos cercano a la ESMA», explicó Daniel Schiavi, coordinador de Investigación y Archivo del Ente Público que gestiona el Espacio Memoria. «Vamos a estar trabajando durante cuatro meses. Nuestra expectativa es poder conocer el barrio más en profundidad, superar los prejuicios y entrar en diálogo con los vecinos y vecinas», añadió.
Las grandes avenidas y las autopistas que rodean el predio de la ESMA producían un efecto de isla con el resto del barrio. Sin embargo, la represión de la marina se irradió hacia el otro lado de Libertador, con operativos de control vehicular y de población, secuestros y asesinatos.
La experiencia del ex Olimpo
Otros lugares utilizados por el terrorismo de Estado estuvieron más integrados. Rodeados de casas, oficinas, edificios y calles, las fronteras con lo clandestino se agrietaban, como fue el caso del «Olimpo», creado en un playón de la División Automotores de la Policía Federal en el barrio de Floresta.
Ubicado a apenas una cuadra de la Avenida Rivadavia, el Olimpo estaba rodeado de viviendas y desde su instalación, a mediados de agosto de 1978, modificó los movimientos del lugar y sus alrededores notoriamente. Es por eso que cuando en 2005 se constituyó como Espacio de Memoria, se decidió comenzar a investigar cómo el centro clandestino había afectado a su entorno.
Comenzaron entonces con una encuesta en las manzanas más cercanas al sitio para conocer las experiencias que habían vivido entre 1978 y 1979. El proyecto se llamó «Memorias de Vecindad» y se complementa hoy con otro trabajo que se está realizando sobre la lucha colectiva del barrio por la recuperación del sitio.
«En las encuestas, los vecinos que todavía vivían en el barrio contaban cosas que le habían sucedido en esa época. Hay un edificio que desde su terraza se puede ver el centro clandestino y entonces una de las cosas que decían eran que no podían subir a la terraza, que se lo habían prohibido. Una mujer, que tenía siete años en ese momento, se acordaba que cuando pasaban en el auto tenían que prender las luces de adentro y apagar las de afuera», señaló Isabel Cerruti, sobreviviente y co-coordinadora del Espacio para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos ex CCDTyE «Olimpo».
Cerruti recordó también la experiencia de un hombre que se acercó a las audiencias en la legislatura que se realizaron antes de la recuperación y que les preguntó si ya podía abrir una persiana de su casa que enfocaba al CCD, porque en 1978 le habían dicho que la bajara y que no la abriera más.
Entre las víctimas también hubo vecinos, como el sobreviviente Jorge Osvaldo Paladino. «Un día me llevan a sacar la basura. Abren un portón que era el acceso al campo, me hacen sacar unos tachos de basuras de unos tres o cuatrometros, y ahí sí vi que había muchos autos estacionados, era temprano a la mañana y veo una edificación baja que me hizo dar cuenta que estaba a tres cuadras de mi casa», relató durante su testimonio ante la Comisión Israelí por los Desaparecidos Judíos en Argentina.
Entre quienes vivían allí circulaba información más o menos completa de lo que sucedía. Se escuchaban gritos y música fuerte, se habían tapiado algunas ventanas, a lo que se sumaban la prohibición de caminar en algunas veredas, cortes de luz y de teléfono y personal policial fuertemente armado.
El impacto de esos meses en los que funcionó el CCD fue muy fuerte y todavía continúa. A más de 40 años desde que dejó de ser el Olimpo, todavía hay personas que cuando pasan por el portón se persignan o se cruzan de vereda. «