El primer expresidente en llegar fue Carlos Menem, que se sentó junto al estrado de la Presidencia acompañado por su hija Zulema Menem. Minutos más tarde llegó Eduardo Duhalde y se sentó en la misma fila. El gobernador Mariano Arcioni no dudó un segundo y se aceró a los mandatarios para sacarse una selfie.
Los palcos de la primera bandeja, las más destacada, volvió a estar ocupado por sindicalistas, intendentes y organismo de Derechos Humanos. También en el primer piso estuvo parte de la familia de Alberto Fernández y uno de los abogados de Cristina Fernández, Gregorio Dalbon.
Para los dirigentes de la CGT no hubo grieta. Héctor Daer y Hugo Moyano compartieron uno de los palcos de la izquierda.
Como suele suceder en estos casos, los primeros grandes aplausos de la jornada, que luego fueron acompañados por cánticos, llegaron de la mano de la mención formal de la fórmula presidencial.
En su camino desde Puerto Madero hasta el ingresó al recinto de Diputados, Alberto decidió dejar su impronta marcada: manejó su auto y, una vez dentro de Congreso, empujó la silla de ruedas de la vicepresidenta Gabriela Michetti hasta el recinto.
Muchas de las medidas anunciadas por el flamante presidente despertaron aplausos. La primera fue la decisión de declarar la emergencia sanitaria y la segunda fue la decisión de reformar la justicia e intervenir la AFI. Pero el único aplauso que unificó a todo el recinto fue la mención del “Ni una menos” y la apuesta a que se transforme en una “bandera de toda la sociedad”.
Cuando el discurso terminó, hubo aplausos de pie pero no se cantó la marcha. Tampoco hubo papelitos y no bajaron banderas desde los palcos. El discurso anti grieta de Alberto también aplacó un poco el folklore peronista. La oposición salió del recinto conforme. La declaración anti grieta los hace sentir cómodos más allá de las menciones sobre el desastre económico y social.