Dictadura nunca más

Por: Alejandro Kaufman

I

Lo que sigue a una dictadura como la que nos asoló entre 1976 y 1983 no puede ser tan simplemente la “democracia”, ni debe ser el olvido, ni aun tampoco cualquier cosa llamada “transicional” ya sea la justicia o lo que se quiera. Desde el año pasado se anunciaba el cuadragésimo aniversario del advenimiento de la institucionalidad democrática con el tono ingenuo del olvido, así como sucedió con el conformismo hacia una película como 1985, descrita como una gran revelación transgeneracional, cuando se trata del rescoldo vacilante de una memoria que se supo más exigente. La tibieza de ese film recula el ánimo. Que así no se la haya considerado es un signo más del marasmo en que nos encontramos, aun si no el principal.

Por fortuna, no fue magia tampoco: la caída por ahora se detuvo justo en el borde del abismo. No conseguimos el resultado óptimo, prácticamente cuatro puntos menos de los que hubieran permitido ganar en primera vuelta, después de una campaña en la que se nos aterrorizó con el triunfo en primera vuelta de una estampa de Marvel. Lo que sigue a una dictadura como aquella, entonces, finalizada su vigencia, arrojadas sobre la sociedad civil deudas morales irreparables, es eso, una convivencia con lo irreparable. Nada nuevo, aunque sí una y otra vez omitido. A medida que transcurren las vidas ya adultas de los bebés apropiados por la dictadura, y mientras continuamente se desvelan hallazgos de nuevos testimonios “no soy quien creía que era, quien me dijeron que era, descubro que mi historia es otra a la que renazco ahora”, nuevas generaciones, más tempranamente munidas del derecho al voto, vienen a reclamar su derecho al olvido, a la indiferencia y a la abyección. No son las únicas generaciones, sino las alegadas como soplo vital de la novedad y el cambio, quienes contribuyen a que se renueven la convivencia y la connivencia con la dictadura, inherentes a tiempos postdictatoriales de institucionalidad democrática en estado de lucha por el despertar de su potencia inhibida.

Contribuyen así a que, en nombre de un retorno al siglo XIX, vuelva también la dictadura de modo más explícito, sincero y eficaz que en 2015. Entonces se ofendían y agredían cuando se les enrostraba su afinidad con la dictadura. Ahora prometen mucho más que eso, de manera crecientemente amenazante. Ya vamos a ver. Y tal sinceramiento viene con un treinta por ciento de apoyo electoral. Es un gran logro la transferencia de la subjetividad conformista y cómplice con la dictadura a nuevas generaciones que nacieron veinte años después. Lo dicen ellos. Ahora parece que ante el balotaje desde el segundo lugar tendrían que modificar su discurso y adaptarlo a nuevas connivencias políticas de la “casta” en flagrante contradicción con el supuesto contrato electoral que habían enarbolado. Parece que no importa, dado que se puede decir cualquier cosa, y luego cualquier otra, y nada importa lo que se diga o se calle, dado que la clave de bóveda del auge mileísta está en otra parte que pareciera que no llegáramos todavía a comprender.

II

La connivencia y convivencia con la dictadura no son nada nuevo. No hemos hecho otra cosa durante estos cuarenta años en el campo popular que recordarlo de mil maneras, y de luchar por dejar atrás el horror, siempre de vuelta, de un modo u otro. Entre lo olvidado de los días que corren está cuánto se avanzó en dejar atrás a la dictadura en los mejores años transcurridos. Fue imperdonable para la dictadura, y ahora nos lo están cobrando con creces, así como prometen magnitudes colosales de odio y venganza si ganan. Todo aquello que fue subrepticio, enmascarado, disimulado o negado circa 2015 viene ahora con el rostro descubierto a reclamar su deuda de terror, y procede con la lógica del terror: cuando más te quejes, más reclames, más hables, más susurres o gesticules peor te será, más firme será mi determinación en favor del horror. No hemos develado esta retórica de la perpetración, implantada en el votante, en miles de conversaciones mencionadas en testimonios, en las redes, en videos que se pueden resumir en uno que circuló hace unos días, en que una pasajera de colectivo, al ser preguntada por la renuncia a los subsidios del transporte y sobre si podría o querría viajar pagando la tarifa plena, responde que no, que no los podría pagar. Y a quién va a votar, se le repregunta: y la respuesta es la de un guión de terror, a quien más daño le va a propinar. O una frase repetida hasta el cansancio en las redes ante cualquier argumento en favor de la razón: ah, pero ahora sí lo voy a votar a Milei. Es la retórica y la lógica de la perpetración que la dictadura nos ha legado, y también una forma de restaurar la crueldad patriarcal, antifeminista. ¿Te quejás? Más fuerte te golpeo. El candidato la ha anunciado como parte de su método de gobierno mientras miramos para otro lado. La conservación del porcentaje de votos de las PASO, descontadas las variaciones de menor cuantía que son de esperarse por la mayor participación en el voto popular, indican la persistencia de esa retórica de la perpetración. Miles de personas, interrogadas de diversas maneras, y en diversos contextos, responden con la sinrazón de la perpetración. Si me hablan, interpelan o gesticulan va a ser peor. Solo es aceptable la desaparición, el silencio, la completa discreción, y entonces tal vez lo repiense. Esta es la trampa retórica y de la subjetividad política que implantó en parte de la población el colosal aparato de propaganda instalado sobre todo en la TV ante la inadvertencia, la incompetencia, la defección de una sociedad vulnerable y víctima. ¿Qué le falta decir a Milei para que nos escandalicemos y de nuevo comprobemos su impermeabilidad absoluta a cualquier disparate? ¿Someter también al mercado el canibalismo? Ya lo dijo, a quién le importa si no lo que hagan con su brazo en venta.

Foto: Pedro Pérez

III

Pudo haber sido peor y aun todavía peor de varias maneras. Pudo haber sido algo mejor de ganar en primera vuelta, lo cual hubiera sucedido con menos mezquindades y mayor alerta ante el peligro, como si estuviera garantizada la espera hasta noviembre y ahora se dispusiera de una escena congelada para votar por preferencias de gusto, estéticas o afectivas, para “después” rectificar la decisión ante el borde definitivo del horror. Pudo haber ganado el horror en primera vuelta, puedo haberse obtenido un segundo puesto en el balotaje, pudo haberse obtenido un tercer puesto fuera del balotaje. De todas las posibilidades, el resultado, sin ser el ideal, nos causó alivio, alegría, emoción, porque entonces todavía hay esperanzas. Massa presidente. Se nos rectificó la metáfora leonina, el león rendido a sus plantas, las de la Patria, como dice el himno, y no al revés como perversamente se nos quiso retrotraer a la celebración de la Hispanidad. Transcurridas las horas dedicadas al alivio y a la celebración, más que merecidas, llega el momento de designar como victoria pírrica a la que ya lo era por la propia candidatura designada, la cual, no obstante, a cada paso se ha ido revelando como virtuosa en su propósito. Un gran talento político capaz de contenernos y de augurarnos escenarios viables para el debate, la divergencia y el acuerdo.

IV

Sea la presente la oportunidad en este triunfo electoral de primera vuelta, aun sin ser el óptimo, gran victoria a contramano de tantos augurios funestos, para sostener el trabajo discreto en favor de una nueva agenda contra el fascismo. Sin perjuicio de acompañar y promover las grandes tareas que este mes que viene nos demanda para ganar el balotaje, en otro plano hay mucho que pensar y hacer contra la dictadura.

No todo lo que se necesita hacer es contra la dictadura. El vector político frentista amplio que concurrirá a un 10 de diciembre de reparo y promesa no puede ni debe tener tal tarea como central. Alcanza con que ponga freno a su misma antagonista, la propia dictadura encarnada en la actual competencia electoral.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

Lo que se necesita hacer y pensar es inconmensurable y tampoco es novedad, dado que cruzó con su lacerante hilo todos estos cuarenta años, y desfalleció cuando la conmemoración de la democracia fue mostrando raudamente en semanas y meses que no iba a ser una celebración sino un réquiem. De ello nos estamos salvando y necesitamos sobrepasar para que no se nos pierdan varias generaciones de luchas populares.

Nuestra propia lengua común, los signos sociales del lazo que nos comprende, se ha desfondado. La lengua se ha desarticulado, la sinrazón se instaló de manera transversal y ubicua. Cuando un personaje, ya no de Marvel, sino de una parodia de Marvel, un producto subcultural de última categoría se convierte en la nueva normalidad que se anunciaba de modo incauto hace tres años…, cuando esa nueva normalidad se basa en un repertorio de negacionismos obsesionado en no omitir ninguno, tanto que hasta ha sido mencionado incluso el terraplanismo, aunque parece no haber sido el caso, sino un rumor causado porque aparte del canibalismo explícito viene a ser de entre lo único que faltaba… Cuando todo eso sucede, y mientras se profieren decenas de enunciados vacíos de sentido que se toman como verdades establecidas, cuando nos sorprendemos por cada acontecimiento resultante de un trayecto histórico social como si hubiera caído del cielo, cuando es así, es cuando necesitamos reparar el lenguaje, la reflexión, los vínculos conversacionales sin los cuales solo postergaremos en el mejor de los casos la caída al abismo.

Ojalá podamos elaborar como sociedad que el voto popular no debería ser manoseado y mortificado como lo viene siendo en la esfera pública, continuamente sometido a la abyección de una observación cosificadora, invasora, supersticiosa, la población convertida en objeto de irrisión. Todo ello para trazar predicciones y proyecciones ¿útiles para quién? Seguro que no para la política. De la reparación de la lengua y el lazo social que necesitamos imperiosamente forma parte elaborar la incertidumbre sobre la voluntad popular de maneras más dignas, más racionales, más respetuosas, más políticas.

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