Damián Selci asevera que escribió Teoría de la militancia. Organización y poder popular para «darle prestigio filosófico a una figura denostada como la del militante», a la que define como «el producto más civilizado que puede tener una sociedad».

Editado por Cuarenta Ríos, el libro es el primer ensayo de Selci, también autor de la novela Canción de la desconfianza (Eterna Cadencia, 2012) y La tendencia materialista. Antología crítica de la poesía de los ’90 (Paradiso, 2012) junto a Ana Mazzoni y Violeta Kesselman.

En esta entrevista con Tiempo Argentino, el autor habló sobre una teoría que dialoga con el populismo de Ernesto Laclau y propone repensar la militancia desde una ampliación del campo de batalla.

–¿Cómo surge la Teoría de la Militancia?

–Después de que Macri gana las elecciones, aparece la pregunta recurrente que es ¿por qué perdimos? La explicación más veloz era que había faltado capacidad para escuchar las nuevas demandas de la sociedad, que había pasado de demandar cosas que los gobiernos populares latinoamericanos habían satisfecho bastante bien, como trabajo, salud y educación, a las demandas de segunda generación que son más difíciles de satisfacer. Por ejemplo: viajar al exterior, ahorrar en dólares, no pagar Impuesto a las Ganancias. Esas demandas se fueron poniendo más y más difíciles de satisfacer para los gobiernos populares. Se produce así un impasse del populismo porque justamente ese populismo que surge articulando demandas insatisfechas, que una vez en el gobierno logra resolver, de pronto se encuentra con que se lo llevan por delante. Lo primero fue buscar una explicación de por qué se produjo esa derrota, ese repliegue en Latinoamérica. Me pareció que si había problemas en la práctica concreta de los gobiernos populistas, esas fallas no había que buscarlas en algún problema de error táctico, como «elegimos mal el candidato, nos peleamos con la clase media», sino que tenía que haber un problema en la teoría. Tenía que haber algo en la teoría del populismo que explicara las fallas en la práctica.

Así es como retoma a Ernesto Laclau como un autor central para pensar la militancia del campo popular…

–Sí, la teoría de Laclau ganó prestigio internacional porque salió airosa de los exámenes más elevados de la filosofía contemporánea. Hoy el objeto sigue siendo el populismo porque la derecha lo siguió demonizando y lo convirtió en el mal. Justamente ahora que estamos tratando de ver cómo ganamos de nuevo estamos haciendo otra vez populismo: articular demandas insatisfechas. El libro La razón populista salió en 2005, lo tuvimos durante una década como marco teórico y hoy lo sigue siendo. En ese momento (Rafael) Correa recomendaba leer a Laclau, que se convierte en una especie de visitante especial de muchos países de Latinoamérica. Estamos hablando de un teórico argentino, latinoamericano, que se formó con Abelardo Ramos en la izquierda peronista.

Dice que hay que pensarlo de vuelta, pero radicalizándolo. ¿Por qué?

–Porque la idea del libro es que el populismo es una táctica. La cuestión es ¿qué pasa si en Latinoamérica se produce una nueva oleada popular como la llama (Álvaro) García Linera? ¿Para qué volvemos? ¿Otra vez a repartir netbooks, reabrimos Atucha? El populismo articula demandas que aunque parezcan diferentes todas están frustradas y si las juntamos podemos derrotar al enemigo que, en la teoría de Laclau, es la oligarquía. La cuestión no es solamente cómo ganar sino qué significa, cuándo nos damos cuenta de que efectivamente ganamos porque cuando la teoría de Laclau termina o baja el telón es cuando se están enfrentando el pueblo y la oligarquía.

Para referirse a algunos gobiernos actuales se habla de populismos de derecha. ¿Cómo caracteriza esas experiencias?

–Laclau decía que los populismos podían ser de izquierda o de derecha y su funcionamiento sería un signo de que su teoría sigue siendo explicativa. Están los que dicen que (Donald) Trump es más populista que Hillary Clinton y por eso ganó, que (Jair) Bolsonaro es más populista que el PT. Lo cierto es que quedó clara una idea básica de la teoría del populismo que es el antagonismo, que significa que entre las partes no hay lenguaje común, por lo tanto hay antagonismo. Esas diferencias que en Argentina se llamaron grieta se vuelven improcesables y se genera un antagonismo social cada vez más importante. Lo que habría que pensar es si ese antagonismo no se volvió contra nosotros, cuando era una teoría evidentemente nuestra. La pregunta de la teoría de la militancia es: además de demandar resoluciones a otro, ¿cuándo cae la demanda en uno mismo? Como cuando Cristina dice «vos vivías bien y creías que era por esfuerzo propio y ahora te seguís esforzando y no vivís bien». Eso significa que existe la política y que no basta con ir de casa al trabajo y del trabajo a casa.

–En el libro hace una distinción entre dos figuras: el militante y el cualunque. ¿Cuáles serían las diferencias?

–Militante es todo el proceso de la militancia. Lo que pasó en 2008 fue que la crisis de la 125 se trasladó al pueblo, a los cualunques y los politizados, que son los que pasaron de mirar televisión creyendo que todo era verdad a mirar 678 a todo volumen. Eso fue una explosión, donde el kirchnerismo se convierte en otra cosa y se interioriza el antagonismo, así es como progresan los procesos políticos. Cae en la mesa de la casa y divide porque la conciencia es producto de esa división. El primer momento en el que aparece la politización no es cuando te peleas contra los malos sino cuando la pelea cae adentro de uno mismo.

–¿Cómo repensar la figura del militante hoy en un contexto de fuerte estigmatización?

–La idea de hacer una teoría de la militancia es darle prestigio filosófico a una figura denostada como la del militante. A veces más, a veces menos pero siempre denostada y estigmatizada. En Argentina hubo un genocidio contra 30 mil ciudadanos, de los cuales una inmensa mayoría eran militantes políticos, sindicales, estudiantiles, de distinta extracción social. El militante es el producto más civilizado que puede tener una sociedad porque hay gente que sin tener la obligación de hacerlo, se ocupa de los demás sin recibir nada a cambio. El militante construye lazos sociales, la dictadura lo que hizo es destruir a los que construían esos lazos. El militante es además uno de los productos más civilizados de la cultura, estigmatizarlo forma parte del genocidio social. El cualunque es el que dice que la culpa la tienen otros, es el eterno inocente que deposita toda la responsabilidad y los males del mundo en otros. Es el «déjenme trabajar y vivir en paz», vive en el régimen de la demanda, siempre está pidiendo que las autoridades hagan algo pero nunca hace nada. Cualunque es una denominación que surge a raíz de una publicación italiana que se llamaba «El hombre cualunque» y entre quienes la hacían estaba el abuelo de Mauricio Macri. Estamos hablando del postfascismo y la referencia era el hombre trabajador, padre de familia, defensor de la propiedad y la policía y anticomunista.

–¿Cuál le parece que es el principal desafío de una teoría de la militancia hoy?

–Algo que creo que este libro bosqueja un poco, que es algo parecido a una utopía. Las y los que militan en política, para qué lo hacen. A raíz de este libro, se puede responder que lo que se busca es que más gente se haga cargo porque es un gesto liberador, que el otro aprenda a hacerse cargo. La pregunta de por qué en la Argentina, en Latinoamérica, gobiernan los que perjudican al pueblo es porque todos y cada uno, en algún nivel, no nos hicimos cargo del antagonismo, la contradicción, los problemas. Por ejemplo, ante la pregunta ¿por qué ganó Macri las elecciones? Porque se equivocaron en el candidato, porque hicieron mala campaña. Hay que hacer autocrítica pero tienen que ser 44 millones de autocríticas si no, no sirve. La utopía consiste en que la gente se haga cargo. El desarrollo de la conciencia política en un lugar más bajo pone a los dirigentes en un lugar en el que, por un lado, son infalibles y, por otro, nunca se equivocan. Es la idea de los dirigentes políticos corruptos. El planteo de que el pueblo es bueno y los dirigentes son malos es terrible porque pone al pueblo en un lugar de víctima muy impotente. Prefiero pensar que el pueblo está dividido y que hay un proceso por hacer. Nada peor que pensar que el pueblo es bueno y se convierte en malo cuando es dirigente. Diría exactamente lo contrario. Parte de lo que estamos aprendiendo todos los argentinos y argentinas con el feminismo es que la mujer no está en el lugar de víctima. Hay que salir del lugar de víctima. Por más que el pueblo efectivamente sea víctima de los gobiernos neoliberales hay que salir de ese lugar porque así vamos a estar en estado de queja permanente, de susurro, de represión que cada tanto se convierte en un «que se vayan todos».

¿Por qué le parece que cuando se habla de la dirigencia se suele omitir a la empresarial y la responsabilidad y la autocrítica siempre parecería recaer en la dirigencia política?

–Porque al que más le piden es al que más da. Es una paradoja un poco superyoica. Cuánto más popular es un gobierno, más en falta cree estar con el pueblo. El tema es quién exige, en qué lugar se pone el que está reclamando, demandando. ¿Es una postura constructiva? En el caso de la política el Estado es la visibilización total porque se supone que el poder está ahí, y es falso porque hay sólo una parte del poder. «