No hay un solo índice que refleje un cambio en sentido positivo: crece la inflación, la desconfianza de los consumidores, la queja de los comerciantes, el pesimismo de los dueños de las pymes, la recesión, la desocupación, el precio de las tarifas, el endeudamiento del país, la quiebra de la economías regionales y, sobre todo, la certeza de que asistimos a un fabuloso retroceso en materia de derechos conquistados en los últimos años. El escenario de ganancias y pérdidas cierra con el encendido elogio que el buitre Paul Singer (Macri es el campeón de las reformas económicas) prodigó al presidente un día antes de embolsar los 2280 mil millones de dólares que el gobierno les garantizó a él y sus socios. Dime quién te halaga y te diré a quién o a quiénes alegran tus políticas y a quiénes producen tristeza.
Singer no miente. Da testimonio de su algarabía. Nos hace un gran favor, también: evita largas discusiones sobre cuáles son los verdaderos beneficiarios del modelo macrista con sus votantes y nos recuerda, por oposición, que la principal enemiga de Singer, desde diciembre pasado, ya no ocupa Balcarce 50. Son los dueños del poder y del dinero reales los que hoy gobiernan la Argentina oficial con su utopía de un país para pocos donde haya incluidos y excluidos permanentes, desocupación de dos dígitos para lograr inflación de un dígito, salarios bajos y flexibilización laboral para atraer inversiones y apertura de importaciones con endeudamiento para destrozar el círculo virtuoso del mercado y el consumo internos.
En este contexto tortuoso, tras cuatro meses de prudente silencio, volvió CFK del sur. Y produjo la primera reacción política opositora en serio, de envergadura, en medio del consenso fabricado por la casta política oficial y paraoficial, y la comunicación concentrada justificadora del ajuste. Fue un soplo de aire fresco ante lo nauseabundo, un quiebre al clima pactista postkirchnerista alentado desde la Casa de Gobierno, con apoyo del Foro de la Convergencia Empresarial, la AEA, la AmCham y el Departamento de Estado.
Quizá CFK no dijo todo lo que debía decir. Tal vez dijo simplemente lo indispensable. Denunció las políticas excluyentes y antidemocráticas, enmarcó lo que ocurre en una situación geopolítica regional, apuntó contra el Partido Judicial y su amañada persecución y trazó una línea de recomposición del movimiento popular que revela un cambio de estrategia: la organización de la resistencia a las políticas de ajuste hacia la constitución de un nuevo Frente Ciudadano que se haga cargo de la crisis de representación de partidos y dirigentes que defraudaron la expectativa social para sumarse al proyecto macrista y sus consecuencias.
El gobierno sintió el impacto. Su paquete de medidas sociales y el acto en la Ballena Azul del CCK con el gurú de la felicidad Daniel Cerezo fue una respuesta a la vuelta de CFK al ruedo y a la idea generalizada de que Macri gobierna para los ricos, principal crítica que surge de los focus groups que encarga Jaime Duran Barba, atento a la baja de 9 puntos en la imagen presidencial. Pero, sobre todo, la conmoción del retorno de la jefa del kirchnerismo se sintió en el massismo, porque desnudó la limitación de un espacio que creció haciendo antikirchnerismo y en los últimos meses terminó licuándose embarulladamente en las estrategias oficiales, desdibujándose en el papel presuntamente opositor que le asignó buena parte de sus votantes.
La recorrida de Alberto Fernández por los canales de TV haciendo oposición tardía al ajuste y criticando a Macri por los Panama Papers llamó la atención de algunos pero fue desnudada en su oportunismo por Facundo Moyano, quien salió a manifestarse molesto, no tanto con Macri y sus políticas de destrucción de empleo y producción y su intento de veto a la ley antidespidos, sino contra la propia CFK porque su reaparición volvía a dividir al peronismo. Lo que queda claro, en verdad, es que un sector del peronismo venía configurándose como pata alternativa comprensiva del macrismo, votándole leyes clave y haciéndole pucheros con otras menores esperando el recambio, y la contundente vuelta de CFK rodeada de multitudes, diputados, intendentes, senadores, artistas e intelectuales, científicos, dejó en evidencia su sintonía fina con el oficialismo. Sobre todo al sector del FPV que se entregó a los deseos de Macri y Singer, pero también al massismo que imaginaba confluir con ellos en un dispositivo que sepultara al kirchnerismo político, balbuceando un falsa oposición, un macrismo blue, subsidiario del gobierno.
Frente a eso, conviene volver a analizar el planteo de CFK, que no se jubiló en Calafate como esperaban, sino que desafió el acoso judicial y gubernamental retornando al centro de la escena con una propuesta superadora del binarismo kirchnerismo/antikirchnerismo que ordena el mapa político actual.
CFK volvió y habló de ciudadanía, categoría casi ausente en la narrativa política vigente. El sociólogo inglés Thomas Marshall definió al ciudadano como aquel miembro pleno de una sociedad de iguales, sin que importe su clase social. Y dividió a la ciudadanía en: a) legal, compuesta por las leyes que lo amparan civilmente, b) política, que comprende el ejercicio de los derechos políticos, activos y pasivos, y c) sociales, que implica tener acceso a la salud, seguridad, educación, trabajo y vivienda dignos, que comprende la protección de contingencias como desempleo, enfermedad o vejez.
Es de una obviedad que enceguece decir que las recetas neoliberales en países periféricos como el nuestro, lejos de garantizar estos derechos, los ponen en riesgo o directamente los desconocen. CFK está postulando un nuevo nivel de representación que incluya a los agredidos por el modelo, que no son sólo los kirchneristas, ni los militantes tiempo completo. La categoría ciudadanos es mucho más abarcativa e invisible. Entender esto es el camino más corto del kirchnerismo para salir del núcleo duro donde el macrismo quiere recluirlo y volver a expresar aquellas mayorías que le dieron no hace mucho el 54 por ciento.
También CFK habló de libertad para todos: libertad para ejercer esos mismos derechos políticos, económicos y sociales que son impedidos por gobiernos regresivos como el actual, que sólo pretenden garantizar la libertad de mercados y corporaciones que terminan conculcando la de los individuos. Y libertad, también, para ser opositores al neoliberalismo y sus secuelas, es decir, ciudadanos con plena conciencia de sus derechos democráticos, de la manera que cada uno decida serlo en el ámbito que le tocó ser agredido. El trabajador, el comerciante, el empresario pyme, el empresario de mayor porte que apoyaba un país industrial, el artista, el intelectual, el docente, el estudiante, cada uno de los que deberá preguntarse si estaba mejor antes o ahora, y en función de la repuesta buscar confluir con otros que atraviesen una experiencia vital parecida, que no son ni serán pocos.
¿Es de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba este proceso? Teniendo en cuenta que el kirchnerismo, principal espacio opositor al neoliberalismo que lo está planteando desde una capacidad de movilización callejera capaz de llenar dos Plazas de Mayo en horario laboral y bajo una lluvia pertinaz, no gobierna ni tiene resortes estatales que empujen esta evolución desde las alturas, la respuesta es una: desde abajo y de manera transversal, generando un amplio movimiento ciudadano que marque la agenda de la vuelta a políticas de inclusión y soberanía con una impronta más horizontal, diversa y plural.
Volver es una idea. Para que no sea simple añoranza, ni testimonialismo nostálgico, ni letanía del desplazado, había que agregarle futuro. Eso mismo fue lo que hizo CFK durante la semana que pasó en Capital Federal.