Se termina el peor gobierno desde el regreso de la democracia. Y uno de los más dañino de la historia nacional.
En sus cuatro años de mandato Mauricio Macri acumuló todo tipo de récords negativos. No fue un fracaso, fue una acción: Macri perpetró un latrocinio de clase amparado en el odio político y la segregación cultural.
Desarmar las mentiras que el presidente hiló en la cadena nacional del jueves resultaría largo, tedioso y, sobre todo, reiterativo: los lectores de este diario supieron del desastre en tiempo real.
No es una expresión de jactancia, sino de gratitud. Tiempo Argentino renació y sobrevivió estos cuatro años gracias al empuje emocional y económico de socios y lectores. El Estado aportó poco y nada, como lo prueban las planillas de pauta oficial, que se distribuyó en beneficio de los medios más poderosos. No es queja, es apenas otro ejemplo de la distancia entre el relato macrista y la realidad.
Como toda regla, esta semana ocurrió una excepción. Por primera vez en cuatro años, el Ejecutivo remitió a este diario cuatro páginas de avisos. Es la versión gráfica de la campaña de despedida que Macri inició con la cadena nacional, continuó ayer con la marcha a Plaza de Mayo, y cerrará hoy con un “docu-reality” de su gestión. El detalle: la factura “extraordinaria” deberá pagarla el gobierno que llega.
La anécdota ilustra el desafío que le espera a Alberto Fernández. Su mandato arranca condicionado por la espantosa herencia que recibirá y la demanda reparatoria de los propios, sometidos durante cuatro años a una campaña feroz de estigmatización y persecución. Ante la tentación de la revancha, siempre conviene seguir el faro de Madres y Abuelas. No comerse al caníbal. No ser injusto con los injustos. Memoria, verdad y justicia.
El gabinete anticipa la aplicación de un programa progresista con altas dosis de realpolitik, a tono con lo que impone el contexto geopolítico y con la necesidad de acumular músculo de cara a lo que viene: el 48% alcanzó para ganar las elecciones, pero es escaso para arar en tierra arrasada.
El nuevo contrato económico y social al que aludieron Alberto y Cristina en campaña tiene una primera expresión con el plan Argentina contra el Hambre. Es un objetivo sin ateos. Pero hay otras reformas necesarias que requerirán consensos más trabajosos -o mayorías especiales, como las que el FdT cultiva en el Congreso-: Justicia, matriz productiva, equidad distributiva, inclusión laboral y sociocultural.
Luego de años en el llano, Alberto reingresará el martes a la política de palacio, ámbito natural del status quo. Su éxito o fracaso dependerá, sin embargo, de la fortaleza que acumule en la calle. Porque el proyecto de clase que encarnó Macri se va del gobierno, pero no del poder. Sigue enquistado en los tribunales, la banca, en los directorios de las empresas monopólicas y el capital concentrado.
El desafío está servido.
Total normalidad.