AMIA: el encubrimiento del encubrimiento

Por: Ricardo Ragendorfer

Quien esto escribe se cruzó a fines de 2005 en un restaurante de Palermo con el ex juez Juan José Galeano, quien acababa de ser destituido. Lo acompañaba su antigua secretaria letrada, María Susana Spina. Y por todo saludo, dijo: «El Lobo me ganó».

Se refería al ex comisario de La Bonaerense, Juan José Ribelli, a quien mantuvo injustamente preso por 115 meses (junto a otros tres miembros de esa fuerza) en el marco de la causa por el atentado a la AMIA.  

Ahora, ya a más de 13 años de aquella cena, transcurre la etapa final del juicio por el encubrimiento de dicho ataque terrorista (iniciado el 6 de agosto de 2015 por el Tribunal Oral Nº 2), en el que Galeano comparte el banquillo de los acusados con los siguientes personajes: el ex presidente Carlos Menem; el ex titular de la DAIA, Rubén Beraja; los ex fiscales José Barbaccia y Eamon Mullen; el ex comisario de la Federal, Jorge «Fino» Palacios; y el ex agente de la Side, Patricio Finnen; además de otros cinco procesados. Se les atribuye el invento de la llamada «Conexión Local» y el bloqueo de la «pista siria».

Si el objetivo formal de este proceso es juzgar las trapisondas cometidas en la instrucción hecha por Galeano, es probable que sus propias disfunciones den lugar a un tercer proceso que bien se podría caratular «encubrimiento del encubrimiento». De hecho, nada resume mejor dicha situación que la denuncia del ex titular de la Unidad Especial AMIA, Mario Cimadevilla (designado por el actual Poder Ejecutivo), contra el ministro de Justicia, Germán Garavano, y el mismísimo Mauricio Macri por eludir el compromiso de buscar la verdad en la voladura del edificio de la calle Pasteur, por sujetar la pesquisa a los deseos de Estados Unidos e Israel y por proteger en el juicio en cuestión a los amigos del gobierno. Un nido de intrigas donde también salen a la luz las internas en la antigua Side –llamada sucesivamente SI (Secretaría de Inteligencia) y AFI (Agencia Federal de Inteligencia).

No está de más repasar alguno de sus hitos.

El 25 de julio de 2004, Gustavo Beliz –quien acababa de ser eyectado del Ministerio de Justicia por Néstor Kirchner a raíz de la actuación policial en una protesta– protagonizó un momento sublime de la televisión argentina al exhibir en el programa Hora Clave una foto de espía Antonio Stiuso. Su rostro era el secreto mejor guardado del país.

Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado el «Fino» Palacios.

Este hombre había sido echado de la Policía Federal apenas unos meses antes, luego de que le llegara a Kirchner la grabación de un diálogo telefónico entre él y un reducidor de vehículos vinculado al asesinato de Axel Blumberg. En la cinta el Fino se muestra interesado en una camioneta para ir de pesca a la localidad correntina de Esquina.

Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado el vengativo Stiuso.

No contento con eso, filtró tales escuchas a la prensa en 2009 para así malograr la designación de Palacios en la Metropolitana.

Cabe destacar que su gran encono hacia el uniformado era una secuela del enfrentamiento que mantenía con dos colegas suyos: los agentes Finnen y Alejandro Brousson, aliados con el Fino en la investigación del atentado a la mutual israelita.

Aquellos dos agentes –al igual que Stiuso– eran en la Side parte de una capa geológica nacida durante la última dictadura. Una generación de fisgones profesionales que se educó bajo las reglas del terrorismo de Estado y que, con el paso del tiempo, supo madurar al amparo de gobiernos democráticos.

Finnen se inició en la llamada Base Billinghurst, bajo cuya ala estaba el centro de exterminio Automotores Orletti. Brousson era un oficial del Ejército asimilado a la Side luego de servir en el Batallón 601. Ya en los ’90 lideraron la denominada «Sala Patria», un grupo de «La Casa», cuya cueva secreta –todo el barrio lo sabía– se encontraba en el cuarto piso del Edificio Barolo, sobre la Avenida de Mayo. Eran los espías de cabecera del entonces «Señor 5», Hugo Anzorreguy. Bendecidos con poderes y recursos presupuestarios sin límites, jamás imaginaron el estrepitoso final de sus carreras. Eso pasó en 2001, a raíz de un falso atentado contra Bill Clinton.

Aquella historia tuvo su origen cuando el marido de Hillary, a poco de dejar la presidencia, viajaba a Buenos Aires para un coloquio internacional. La dupla Finnen-Brousson vio entonces la ocasión propicia para articular una fina operación de inteligencia. Su objetivo: ganarse la confianza de la CIA. Así fue como contrataron en la Triple Frontera a un soplón paraguayo que antes había trabajado para los norteamericanos. A cambio de un suculento fajo de billetes, concurrió a la Embajada de los Estados Unidos en Asunción para informar que se preparaba un complot en contra del ex mandatario. Al mismo tiempo, desde Buenos Aires, Sala Patria irradiaba un informe idéntico. Los autores del plan creían que ambas advertencias, llegadas en paralelo por vías supuestamente distintas, encenderían todas las luces de Washington, logrando así la estima de la central de inteligencia más poderosa del mundo. Pero algo falló: los agentes criollos no habían previsto que el paraguayo sería sometido en la Embajada al detector de mentiras; el tipo terminó confesando que la Side le había pagado para llevar el dato apócrifo. Y proporcionó la identidad de sus empleadores. El escándalo fue mayúsculo. A partir de entonces, Finnen y Brousson pasaron a integrar el ejército de desocupados.

La proeza de Sala Patria fue haber manejado a su antojo la pesquisa de la causa AMIA en franca complicidad con el juez Galeano, los fiscales Mullen y Barbaccia, además de Palacios. Y bajo una precisa directiva del presidente: no investigar la llamada «pista siria» y concluir el caso lo más rápido posible. Lo primero se tradujo en el «extravío» de pruebas valiosas y en el aviso a los sospechosos sobre la inminente realización de procedimientos en su contra. Lo segundo, en fabricar la «hipótesis» de la «Conexión Local», una impostura que incluyó el arresto de los policías bonaerenses y el soborno de 400 mil dólares a Carlos Telleldín para involucrarlos en su testimonio. La estrategia contó con el apoyo de la DAIA, liderada por Beraja.

Pero lo cierto es que la caída en desgracia de esta gavilla de simuladores propició el irresistible ascenso de la línea interna de la Side conocida como «Grupo Estados Unidos» (por la calle en donde anidaba). Su jefe era Stiuso. A partir de entonces tomó las riendas del caso.

Así fue el nacimiento de la pista iraní. Una construcción hipotética a la medida de la CIA y la derecha de Israel, que además contó con la adhesión de todos los dirigentes comunitarios que condujeron la DAIA desde la década pasada hasta la actualidad.

Brousson murió súbitamente en 2007, tras jugar un partido de tenis; al parecer, había sido derrotado.

En la actualidad, sus cómplices y mandantes van de tanto en tanto a las audiencias del juicio por el primer encubrimiento.

Se estima que en marzo habrá sentencia. «

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