La mayoría de los dirigentes reunidos en Buenos Aires para el II Encuentro del Grupo de Puebla destacaron que el triunfo del Frente de Todos en Argentina tiene un impacto en toda Sudamérica. "Vivir en un continente más igualitario no es una utopía", dijo el presidente electo.
«Algunos me plantearon si era conveniente (hacer aquel viaje relámpago al estado de Paraná, Brasil, un gesto que sería interpretado como hostil a Bolsonaro), pero era necesario estar al lado de los que padecen injusticias. Y Lula estaba padeciendo una injusticia», subrayó ayer el presidente electo. Queda claro que le salió bien. Al menos en una primera instancia. Aquella demostración de solidaridad y empatía personal, acaso desaconsejada por los manuales clásicos de la diplomacia, se resignificó con la reciente salida en libertad de Lula. Con su regreso al centro de la escena.
El arrojo, se supone, no es lo mismo que temeridad. Ni implica dar saltos al vacío. Detrás de una acción audaz puede haber un cálculo. Debe haberlo. Es lo que hace un mandatario ungido por las urnas cuando le resta apenas un mes para asumir la jefatura del Estado. Con su muy fuerte discurso de este sábado en el Hotel Emperador de Buenos Aires, como orador de cierre en la apertura del Grupo Puebla, Fernández asumió otra vez riesgos (que quedaron a la vista por la repercusión internacional de sus dichos) y se posicionó como el referente en alza del espacio progresista de una Sudamérica convulsionada como nunca.
Las palabras de Fernández estuvieron cargadas de recomendaciones, reclamos y protestas dirigidas a quienes, a partir del 10 de diciembre, serán sus pares en la región. No es algo habitual. A Sebastián Piñera le pidió que «haga un esfuerzo mayor» para que «Chile se reencauce en un modelo más igualitario» y, de ese modo, «la paz vuelva a imperar». Lo hizo a través de los micrófonos de un evento público, con periodistas de toda Sudamérica tomando nota de sus declaraciones. Al ecuatoriano Lenín Moreno, aunque esta vez sin nombrarlo, le transmitió una sonora queja por la prisión del ex vicepresidente Jorge Glas. Excompañero de fórmula del propio Moreno, Glas fue condenado a seis años de cárcel en una causa abierta a partir del caso de la constructora brasileña Odebrecht, una acusación que no está exenta de las arbitrariedades procesales que caracterizan al lawfare.
«En Ecuador detienen a gobernadores opositores. Hay un vicepresidente preso que se llama Glas y nadie levanta la voz. Pero debemos levantar la voz. Porque también allí hay situaciones de injusticia que no debemos tolerar», cargó Fernández en un planteo que, en un contexto distinto, sin encarcelamientos ni persecuciones, podría haber sido asociado con la injerencia indebida en asuntos de otros Estados.
En relación con Brasil, el presidente electo se mostró en total sintonía con las palabras que había utilizado Lula en un mensaje de video grabado y enviado como salutación. «Estoy con mucha disposición para combatir el lado podrido del Poder Judicial, el lado podrido de la Policía Federal, el lado podrido del Ministerio Público, el lado podrido de la empresa brasileña», había advertido Lula. Fernández se hizo eco de esos dichos. «Lo que Lula dice del Poder Judicial brasileño no es muy distinto a lo que digo yo, aunque acá se rasgan las vestiduras. Pero sólo dije la verdad», reafirmó.
La determinación de Fernández, el presentarse en sociedad con un posicionamiento tan fuerte en las disputas que polarizan a Sudamérica, lo coloca en un lugar de –inequívoca– centralidad. Se está convirtiendo en el reverso de la figura de Bolsonaro. Incluso antes de haber asumido. El contraste, aunque previsible desde un primer momento, se potenció en los últimos días. Como si se buscara construir esa diferencia como una señal de identidad del nuevo gobierno que se gesta en la Argentina. Un objetivo que no pasa desapercibido para los protagonistas de la política regional. En las últimas 48 horas, tanto la exmandataria brasileña Dilma Rousseff como sus compatriotas Mercadante y Amorim, reconocieron el rol personal de Fernández. Y destacaron que el triunfo electoral del Frente de Todos resultó clave para los países vecinos. «Lo principal es reconocer la importancia que tuvo para todos nosotros la victoria de Alberto y de Cristina acá en Argentina», dijo Rousseff. «Tenemos que agradecer al pueblo argentino. También a los políticos, a los liderazgos, a las organizaciones de la sociedad civil. Pero también al otro argentino que nos apoyó, claro que él no podía hacerlo con las palabras, ya que es jefe de Estado. Pero nos dio un gran apoyo: el Papa Francisco», deslizó Amorim el viernes, en un contacto con la prensa que pasó algo desapercibido. Ocurrió en la puerta del Hotel Emperador.
En agosto de 2018, cuando no se imaginaba ser candidato y mucho menos presidente electo, Fernández viajó al Vaticano y visitó al pontífice junto a Amorim y el exsenador chileno Carlos Ominami, padre de crianza del coordinador del Grupo Puebla: el excandidato presidencial Marco Enríquez Ominami, también de Chile. Por otro lado, la centralidad que asumió Fernández en los debates del progresismo de estos últimos días tampoco pasó desapercibida en otros puntos del planeta. Este sábado, a una hora de presentarse en el foro de dirigentes, Fernández recibió un llamado telefónico del jefe de Estado francés, el influyente Emmanuel Macron (ver aparte).
La intención de asignarse un perfil fuerte en las discusiones de Sudamérica, a la vez entendible por la relevancia de la Argentina en la región, no está exenta de amenazas. Algunas de ellas, por supuesto, graves. La más peligrosa transcurre en estas horas en Bolivia. Para protagonistas, analistas y testigos directos, Evo Morales enfrenta un golpe en plena marcha. Otro riesgo ocurrirá probablemente el 5 de diciembre, cuando Bolsonaro reciba a sus pares del Mercosur como anfitrión de una cumbre de presidentes. Allí intentará bajar el Arancel Externo Común del bloque regional, iniciativa que en caso de aprobarse constituirá una herencia muy peligrosa para una Argentina que a partir del 10 de diciembre intentará recuperar su industria.
En medio de este escenario convulsionado, Fernández se propone como un representante de escala continental. Una suerte de leading case del progresismo latinoamericano en el marco de la segunda oleada que, en rigor, había arrancado con el mexicano Andrés Manuel López Obrador. «Vivir en un continente más igualitario no es una utopía», subrayó este sábado desde Buenos Aires. «
El llamado de Emmanuel Macron
El llamado de Emmanuel Macron al presidente electo Alberto Fernández debe leerse de múltiples formas. Tiene muchas implicancias. Alberto F. recibió la comunicación telefónica entre las 8 y las 9. El diálogo duró casi una hora y obligó al responsable de la apertura del segundo encuentro del Grupo Puebla a demorar su llegada a la sede del foro. El propio Fernández contaría luego algunos de los tópicos que se abordaron en la conversación. “Hablamos de Lula, de Chile, de Argentina, Venezuela y Bolivia. De los problemas del continente. Fue una charla espléndida”, dijo. Fernández contó que el titular del Palacio del Elíseo “entendía lo que estaba pasando en Bolivia, donde hay una clase dominante que no se resigna a perder el poder en manos de un presidente que es el primer presidente boliviano que se parece a los bolivianos”. Según hicieron saber desde el equipo de colaboradores del presidente electo, Macron invitó a Fernández a viajar a París antes de la asunción, el 10 de diciembre. Se descuenta que el viaje se concretará. Entre los antecedentes del mandatario francés en su vínculo con Sudamérica figuran dos cruces muy fuertes con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Macron gobierna un país que tiene poderío nuclear, que suele abastecer de armamento (sobre todo de la Marina de guerra) a Brasil y cuyas empresas tienen intereses en la explotación de recursos naturales de Sudamérica.
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