La vida sin contradicciones es un ideal que sólo los necios pueden sostener. Vivimos inmersos en un mundo repleto de contradicciones. Lo afectivo, lo político, los valores, los amores, todo se mezcla en una maraña que es única para cada persona.
Tal vez sea por eso que dicen que nunca es bueno adoptar posiciones extremas frente a nada. Ni a nadie. Y tal vez sea por eso que cuando me preguntan qué pienso o qué opino de Diego Armando Maradona, yo no puedo contestar sino desde lo que siento por él, por el Diego. Porque no se puede hablar del Diego únicamente desde la dimensión de la razón. Sería no comprender en lo más mínimo lo que el Diego significa para la argentinidad, para nuestra identidad popular.
Intentar definir al Diego es un poco como intentar definir al peronismo. Podemos debatirlo durante horas sin poder ponernos totalmente de acuerdo. Porque el Diego es mucho más que Diego Armando Maradona, el hombre de carne y hueso que puso al fútbol argentino en boca del mundo. El Diego excedió al Diego y se convirtió en símbolo. En símbolo de la pasión, del amor por la pelota, del compromiso con la camiseta.
El Diego es ese tobillo hinchado hasta lo imposible en el mundial del 90, es esa mano de Dios que le hizo un poco de justicia a nuestra historia con Inglaterra. El Diego es esa pelota que no se mancha en el corazón de cada argentino y argentina que vibró con él en cada partido. Y podría seguir con las metáforas un buen rato y aun así, quedarme siempre corta. Porque el Diego es también quien entre Fidel y Bush, se quedó siempre con Fidel. Es ese hombre que sostuvo su ideología frente a cualquiera, sin miedo y de frente. Es el que logró romper con lo que “se espera” como destino para un pibe de Villa Fiorito que aprendió a jugar descalzo. Y sin embargo, no rompió. Porque de su origen no se olvidó nunca y a pesar de que lo rebautizaron como D10s, nunca dejó de ser pueblo.
El Diego también es ese hombre que sufrió, lloró, se equivocó, se enfermó, se entregó en cuerpo y alma en cada momento. Y más allá de su magia con la pelota, probablemente sea toda esa profunda humanidad la que lo convirtió en un ídolo popular que trascendió fronteras. Él nunca quiso ser un ejemplo, lo ha dicho varias veces. Y seguramente podemos pensar que no lo fue en muchos sentidos. Pero el cariño de un pueblo agradecido por tantas alegrías no entiende de la frialdad de la razón ni de la lógica.
Nuestra historia nunca tuvo un D10s tan humano. Será por eso que tal vez, a pesar de las contradicciones, podamos coincidir en que al Diego lo tenemos adentro.