Mientras gran parte de la energía militante se distribuye –y se ocupa– en las expectativas ligadas al estallido que «se viene», en el calendario electoral del año próximo, en las reflexiones sobre «la crisis política» que se profundiza, en auscultar con asombro –y en algunos casos, con profundo desconocimiento– las vidas populares que soportan la inflación «y no la pudren»; mientras se hacen mapas y se encargan diagnósticos apurados para saber «en qué andan los territorios» pensando en las interpelaciones partidarias, las implosiones sociales llegaron hace rato y no paran de crecer en intensidad y densidad.
Barrios ajustados y «picantes», pibes y pibas con la SUBE vacía, el celular sin carga y sin dinero para la ropa, laburantes con menos changa, más deudas y más tiempo muerto obligado pesando sobre el cuerpo, aumenta la gaseosa, la cerveza y la leche –estos no son los ’90–, escuelas y comedores rebalsados y detonados. Barrios en los cuales todas las implosiones que «antes» acontecían, dispersándose por diferentes zonas de la geografía urbana y suburbana, ahora lo hacen en cada vez menos metros cuadrados: todo parece pudrirse cada vez más acá; y esto incluye disputas cuerpo a cuerpo, violencias en los interiores estallados, entre vecinos y vecinas, incluso cuerpo adentro. A la intranquilidad y el terror anímico que la precariedad provoca se le suma el terror económico (una imagen de este doble terror son las brutales aumentos en las tarifas de luz o gas que revientan las economías domésticas).
Todo se rompe y estalla hacia un adentro cada vez más espeso e insondable. Implosiones –en muchos casos– huérfanas de imágenes políticas y regaladas involuntariamente al gorrudismo ambiente, al securitismo.
¿Cómo pensar y alimentar una militancia en la implosión? Hay un ojo militante acostumbrado a mirar únicamente lo que se muestra como «conflicto social»: la movilización callejera que enfrenta al Palacio, los cortes de calle, etcétera. Durante estos largos tres años de macrismo, la sociedad argentina mostró la buena salud de un históricamente robusto músculo militante; pero parece no ser suficiente si no se puede conectar y ampliar esa militancia del estallido social a la militancia en las implosiones: una militancia recargada que logre moverse en ambos planos y que vaya más allá de las escenas públicas masivas y evidentes; una militancia que no espere que lo que viene implosionando simplemente «estalle hacia fuera». Hay que trabajar sobre y en esas implosiones –imprevisibles, amorales–; un trabajo de verdadera artesanía política; una militancia que trabaje «del lado de adentro» de los cierres, que piense en los bajones anímicos y en los momentos de repliegue solitario.
Militancia en la implosión es el armado de redes en medio de la precariedad que conjuren el terror anímico.
Para oponerse realmente al macrismo hay que salir de las falsas oposiciones: la calle o las elecciones, «lo micro o lo macro», «la economía o la política», «la paz social o el quilombo». Más que una separación inofensiva organizada por las «o» se trata de una apuesta por alargar y poner en serie las «y», en las cuales será inevitable encontrarnos y reforzarnos.
Desde esas conjunciones y «ensanchándose» hay que pensar al macrismo: ajuste, inflación y precariedad totalitaria de fondo; FMI, recesión y endeudamiento a escala barrial y en las vidas implosionadas; luz verde para la represión de las fuerzas de seguridad y engorramiento vecinal; terror económico y terror anímico; gendarmería, policía local y violencia entre banditas; organización política y agite permanente; asambleas y reuniones políticas a plena luz del sol y encuentros y agites en plena noche; investigaciones sobre las vidas de los otros e investigaciones sobre la propia vida. Si el macrismo ataca en todos los frentes es imposible pensarlo y «resistirlo» desde una única y conocida columna.
El macrismo parecería ser la suma de los odios históricos de la derecha tradicional y de los «nuevos odios» de la derechización existencial en la precariedad (desde los «cabecitas negras» hasta las «mantenidas del plan»). Una suma de todas las fuerzas Anti-Todo a las que sólo cabe oponerle un Aguante-Todo: sacrificio, disciplina y ascetismo, fiesta, agite y gedientismo; militantes de rostro serio y militantes de pura carcajada; vidas endeudadas y vidas sonadas; pibas a todo ritmo y doñas de vieja moral; economía popular, laburantes pillos y vagos inquietos. Que estén los «cuadros» pero también las vidas heridas por el ajuste de guerra.
Una «militancia» que convoque a las fuerzas silvestres que circulan sueltas por la sociedad gorruda. El rumor cada vez más audible de esas fuerzas caóticas no puede «aislarse»: para esas fuerzas no hay «antídoto» posible y eso el Palacio lo sabe.
Sería deseable que también lo aprendamos nosotros; caso contrario, la recesión seguirá siendo también vital. «
*En diciembre de 2017 publicaron La gorra coronada. Diario del macrismo.