En los primeros días de junio de 2003, Néstor Kirchner se vio por primera vez con Lula da Silva. El argentino había asumido la presidencia el 25 de mayo; el brasileño, el 1º de enero. La sintonía fue total: hablaron de Racing y del Corinthians, de históricas rivalidades futbolísticas, de cómo armar un equipo competitivo.
Habían leído cómo venía el partido regional, y se armó equipo para construir un período virtuoso para las relaciones sudamericanas. Con Hugo Chávez fomentaron la integración sin distinción de ideologías. Lograron sentar a una misma mesa a Álvaro Uribe o Sebastián Piñera con Raúl Castro o el mismo Chávez.
Bajo ese calor alumbraron gobiernos como los del Frente Amplio en Uruguay, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Fernando Lugo en Paraguay.
Kirchner mostró su cintura política cuando logró impedir un conato bélico entre Colombia y Venezuela semanas antes de que asumiera Juan Manuel Santos, en agosto de 2007. Los acuerdos de paz con las FARC nacieron tras la amistad entre Santos y Chávez y el auspicio de Castro en La Habana. Ese fue un “centro” de Kirchner.
Creaciones como la Unasur mostraron de qué podía servir la unidad democrática cuando el intento secesionista del Oriente boliviano en 2008 yla rebelión policial contra Correa en 2010.
Kirchner tuvo un rol tan destacado que fue designado primer secretario general y la sede del organismo en Quito llevó su nombre. A la entrada lucía una estatua del mandatario argentino inaugurada en 2014. El imponente edificio representó los ideales de un puñado de gobernantes y de los pueblos latinoamericanos. Eso explica que la Unasur fuera el objetivo a destruir por los gobiernos de derecha.
Poco a poco fueron vaciándola, Mauricio Macri, el brasileño Michel Temer y el propio Piñera. No hubo acuerdo para elegir nuevo secretario general a principios de 2017, y el organismo quedó acéfalo.
La Argentina de Macri, Colombia, Chile, Perú, Paraguay y Brasil se alejaron de ese modelo de integración con un argumento bien explicado por Piñera: “Unasur fracasó por exceso de ideologismo”. El chileno propuso crear “un nuevo referente”, Prosur, supuestamente libre de ideologías, abierto a todos y “100% comprometido con democracia y derechos humanos”. Pero dejó afuera a gobiernos como el venezolano y tampoco condenó el golpe contra Evo Morales, aunque si cuestionó las revueltas populares en Ecuador y Chile de fines del año pasado. En sintonía con Washington.
En marzo de 2019, Lenin Moreno, en flagrante contradicción con su pasado reciente como vice de Correa, decidió sacar a su país de Unasur y destinar el edificio a la Universidad Indígena de Ecuador. Además, ordenó retirar la estatua de Kirchner aduciendo que “él no representa los valores y la ética de nuestros pueblos”, sin aclarar cuáles eran esos valores ni cuál habría sido el pecado del expresidente que recién entonces descubría.
A diez años de la muerte de Kirchner, la región sigue en disputa, tratando de remontar un partido complicado. Los bolivianos avanzaron en ese sendero, los chilenos, también. Quién sabe si en febrero los ecuatorianos abren la puerta al regreso de Kirchner al complejo de la Mitad del Mundo. «