El 12 de septiembre fue publicado en el diario Clarín un artículo de Virginia Messi sobre el juicio que actualmente ventila los detalles del operativo “Flor de Acero”, realizado en 2003, que tuvo por trofeo unos 44 kilos de cocaína. El asunto es que, casi como al pasar, el texto se refiere a uno de los acusados con las siguientes palabras: “Numerosas fuentes sostienen que (Julio) Pose es “La Morsa”, apodo que se le atribuyó a Aníbal Fernández para incriminarlo en el tráfico de efedrina”. De modo que, a cinco años de la “revelación” efectuada por Jorge Lanata en su programa Periodismo Para Todos, el diario de Héctor Magnetto desligó al exministro del triple crimen de General Rodríguez.
En este punto es necesario retroceder al domingo 10 de agosto de 2008. Corría el mediodía cuando una llamada interrumpió mi almuerzo en una fonda de San Telmo.
– Soy Julio. Nos conocimos por Gabriel, ¿te acordás? –dijo una voz.
Se refería a un periodista de La Nación que, en efecto, diez años antes me había presentado a un tipo de porte retacón y ojos muy claros que –si mal no recuerdo– solía proporcionarle datos sobre la causa AMIA.
Pero el tal Julio no me dio tiempo de asentir:
–Hay tres pibes desaparecidos. Son empresarios.
Y tras un breve silencio, agregó:
–No es un secuestro extorsivo. No se entiende lo que pasa. Las familias están desesperadas.
Entonces vino a mi memoria otra conversación telefónica que ambos habíamos mantenido. Fue en el verano de 2003 y en aquella oportunidad su voz también irradiaba cierta zozobra. Al parecer, un malentendido generado en el marco de una investigación por drogas estaba a punto de mudarlo a la sombra. Lo paradójico fue que él –según sus propios dichos– había aportado la información necesaria para poner en evidencia a los verdaderos implicados. Nunca más supe sobre su persona. Hasta ese momento, claro.
–Las familias están desesperadas –repitió.
Entonces sugerí vernos de inmediato.
–Mejor mañana –fue su respuesta.
Para eso quedó en comunicarse nuevamente.
El lunes esperé aquella comunicación en vano, al igual que el martes. A esa altura ya me había olvidado del asunto. Pero el miércoles, al hojear en un bar el diario Clarín, me topé con un pequeño título:
“Desaparecen de forma misteriosa tres jóvenes empresarios”. Ellos eran Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón.
Sus cuerpos aparecieron unos días más tarde.
Era el caso que desvelaba al hombre llamado Julio. El Triple Crimen de General Rodríguez había saltado a la luz. Unos días después, hablé del tema por teléfono con Cristian Sanz, quien dirigía el portal Tribuna de Periodistas. Se decía que Forza era un soplón de la DEA y mi propósito era chequear eso con él.
Sanz negó el rumor; en cambio, dijo:
–¿Oíste hablar de un tal Pose? Ese sí es de la DEA.
Y tras un breve silencio, agregó:
–En realidad ese Pose está relacionado a los servicios; dice que trabaja en la Side y que colabora con la DEA. Eso fue desmentido por la Embajada. A lo sumo es un agente inorgánico, un informante.
–¿Cuál era su vínculo con Forza?
–Caminaba siempre con él. Le hacía de “culata”.
En este punto hizo una pausa. Luego, dijo:
–Acabo de recordar algo…
Y finalmente, soltó:
–Pose estuvo involucrado en una causa por drogas. Él dijo que operaba para la DEA como agente encubierto. Fue en 2003. Pero el juez no le creyó una palabra. Creo que todavía está procesado.
Se refería a la Operación “Flor de Acero”; así llamaban los diarios al caso. La historia me sonaba. Pose no era otro que Julio.
Ese fin de semana escribí una nota al respecto en el semanario Miradas al Sur. Y días después me reuní con Pose en Los 36 Billares.
El aspecto del tipo era extravagante; estaba disfrazado de turista: vestía una camisa hawaiana, bermudas y una gorrita roja con visera.
Pero su ánimo no era bueno. Y creyó necesaria una aclaración:
–No soy un buche de la DEA, como se anda diciendo por ahí.
Entonces explicó que durante años fue agente de la Side. Y que, como tal, participó en varias “operetas” de renombre; entre ellas: la captura del jefe guerrillero Enrique Gorriarán Merlo, quien era buscado por el ataque al cuartel de La Tablada. Después mencionó su actuación en el caso AMIA, pero sin dar mayores detalles. Pero ya se sabía que, el 5 de julio de 1996, él fue –junto a Juan Carlos Legascue y Héctor Maiolo– uno de los agentes de la Side que se encontraron en un bar de Ramos Mejía con Ana Boragni, la esposa de Carlos Telleldín, el principal acusado, para pagar los 400 mil dólares pactados con él a cambio de involucrar en el tema a un grupo de policías bonaerenses.
Forza había conocido a Pose por Bina, quien se lo presentó durante una tarde de 2007 en el Hotel Libertador Kempinsky.
Pose animó ese encuentro con anécdotas referidas a su oficio secreto. También se ufanó de su amistad con Néstor Lorenzo, un poderoso traficante de medicamentos, con quien Forza mantenía tratos comerciales.
Pose, quien por entonces lucía un bigote tipo manubrio, no le cayó de maravillas al empresario, quien luego, a solas, le dijo a Bina:
–Por favor no me traigas más a este tipo con cara de morsa.
Pero luego lo contrató para que le frene a los acreedores más enojados. Y lo siguió llamando así. Sus socios también empezaron a decirle “La Morsa”. Sin embargo, en el trato con él, Forza lo trataba de “Tío Julio”.
Incluso, en una ocasión, Sebastián llamó a su mujer, Solange Bellone, tras reunirse con Pose, y le dijo: “La Morsa ya me rompe las pelotas”.
Ella declaró eso a fines de 2012, en el Tribunal Oral Criminal Nº2 de Mercedes, durante el juicio por el triple crimen.
El apodo, por lo tanto, consta en esas actas. Quizás allí fue descubierto aquel sobrenombre por quienes, casi tres años después, operaron contra Aníbal Fernández para así evitar su llegada a la gobernación bonaerense. «