Por la apretada Autopista 9 de Julio Sur, avanza desde la fabril Avellaneda una caravana bullanguera. La imagen parece sacada del cuento de Cortázar. Pero el embotellamiento, menos afrancesado, es más bien nacional y popular. Súmele el calor, el color, la liturgia justicialista rodante.
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Los descamisados vienen en multitud andariega desde el suburbio del suburbio del Conurbado y mucho más allá. La tarde es sueño diurno hecho realidad de las vanguardias futuristas, esas que cantaban loas al rugir de los motores. La pandemia cambió los hábitos, pero no las mañas de los militantes en su día. Peronismo a todo motor.
La banda de sonido obligada es con La Marcha. Una orquesta de bocinazos acompaña la voz de Hugo del Carril que sale de los parlantes de una F100. Trompetas y redoblantes que vienen de un curtido camión Mercedez Benz completan el recital popular a cielo abierto, limpio, celeste. Sin dudas, un martes peronista.
Los brazos de la autopista sobre la avenida San Juan acunan a mil y un micros escolares que duermen la siesta. Arrimaron a los militantes que peregrinan hasta el Ministerio de Desarrollo Social. La chica de la remera de La Cámpora mira la Evita tierna que cuelga de la cara sur del edificio. Con los dedos dibuja la V. Antes de acomodarse el barbijo, regala una sonrisa plebeya.
En el parate de la caravana se baila, se agitan banderas, se pide por el impuesto a los ricos. Pero de repente, la marcha de los bólidos reanuda su deriva hacia el Congreso. Todo el mundo mira fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante. Aceleran a fondo. Saben que el movimiento se demuestra andando. Hacia la justicia social.