Desde que apareció la primera edición de El país de la cola de paja y les enrostró a los uruguayos del poder su hipocresía (la de ellos) y sus negociados (los de ellos), Mario Benedetti pasó a ser un mal bicho para los integrantes de lo hoy conocido como el establishment y entonces, hace seis décadas, lo que sin compasión ni pruritos se llamaba la cofradía de los corruptos. Hay que admitir que tuvieron olfato. El escritor, poeta, ciudadano más querido por los uruguayos adscribió a todo aquello que era el blanco del odio de los portadores de la cola de paja, es decir, a su decir, de los dueños del “país esquina, con vista al mar”, al que le pusieron bandera de remate cuando aún era un modelito a emular. Por su democracia, por su justicia social, por su laicidad. Ahora, el blanco del odio/establishment, con la exquisita mezquindad del tiempo de los corruptos, es el propio Benedetti.
Esta es, en todo caso, la pura noticia: desde hace un cuarto de siglo, por idea de no se sabe quién, los uruguayos celebran el Día del Patrimonio. En nombre del gobierno de turno, le corresponde al Ministerio de Educación y Cultura (MEC) determinar un año antes alguien a quien encomendarse el primer fin de semana de octubre. El 14 de septiembre del año pasado, como ocurría desde hacía 25 años, el gobierno declaró que el homenajeado sería aquel blasfemo, el Benedetti querido y premiado en todo el mundo. Junto con el Instituto Cervantes de España, la española Universidad de Alicante, la cubana Casa de las Américas y otras entidades del mundo, se empezaron a coordinar los homenajes.
El 4 de junio, del medio de la nada, surgió en toda su opacidad la figura del ministro Pablo da Silveira, un jefe de cátedra de la Universidad Católica, casualmente la casa privada en la que consiguió un título de abogado el nuevo presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, responsable de haber llevado a la función pública a su antiguo docente. En medio de la pandemia que a todos aterra, Da Silveira creyó oportuno anotar que el MEC, el gobierno mezcla derecha con nazismo comandado por Lacalle, había decidido conmemorar en el Día del Patrimonio al médico Manuel Quintela (1865-1928). En un mundo que ama los festejos cuando terminan en cero, los números de Quintela no daban, aunque sí su valor científico.
En el universo de la educación, en estos días indignado con Da Silveira, porque el ministro está en campaña contra la ayuda alimentaria que se da en las escuelas públicas a los niños de las familias carenciadas, fueron comprensivos, sin embargo. Se condolieron, porque Da Silveira no descansa en paz desde el 20 de febrero, cuando Interpol se cruzó en el camino de su felicidad y detuvo a la contadora Maya Cikurel Spiller, su mujer. Panamá la investiga por participación en sociedades offshore desde las que se pagaban fabulosos sobornos de la empresa brasileña Odebrecht a gobernantes de todo el mundo. Ese día, del brazo del ministro, la mujer fue apresada en Colonia cuando intentaba –¿fuga, viaje de enamorados?– llegar a Buenos Aires.
“El mismo ministro que salió a cuestionar el gasto del Estado en la comida de miles de escolares de todo el país, se despacha ahora con este acto de mezquino oportunismo”, dijo en Twitter el secretario del Sindicato de Trabajadores de la Enseñanza Privada (SINTEP), Sergio Sommaruga. Pasará, agregó, que mientras en todo el mundo se “recordará el natalicio del gran uruguayo, el Estado uruguayo le dará la espalda con una decisión torpe, pueril, decadente y miserable, una decisión de escritorio pero saturada de ideología. La supresión del homenaje a Benedetti es una decisión de odio ideológico”.
La Fundación Mario Benedetti se dirigió al MEC, señalando que no duda de la importancia del sector salud, “así como tampoco dudamos de que la mejor manera de homenajearlo es con salarios y condiciones dignas de trabajo, incluyendo un presupuesto adecuado para la Universidad de la República, cuyo hospital escuela lleva el nombre de Manuel Quintela”. Siguiendo la sorprendente consigna del “portarse bien” que lleva el progresismo –el Frente Amplio, la central sindical, las asociaciones de estudiantes– ante el avasallante andar de la derecha, la Fundación no reivindicó la prioridad ganada cuando el gobierno de Tabaré Vázquez dispuso que éste fuera el año de Benedetti. No, le propuso que rinda homenaje a Quintela, pero incluya en la celebración a Benedetti y a Idea Vilariño, de la que también se cumple el centenario.
Al gobierno de Lacalle Pou le bastó con decir que en este año los médicos se merecen un homenaje. No se atrevió a decir nada contra Benedetti, pero es seguro que lo tiene presente como quien despidió al Che Guevara rindiendo homenaje a “las tres letras mundiales de tu nombre”. Y saludó al guerrillero Raúl Sendic con un “qué bueno que respires, que conspires, como el viento que te da en la nuca y sopla en el sentido de la Historia”.
En un gobierno nostálgico de la dictadura y sus asesinos, también estará entre ceja y ceja el poeta que proclamó que “un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo”.