«Mirá –dice, y extiende los brazos–: no tatuajes, no cadenas, no relojes». Gabriel Hauche, el goleador del Argentinos Juniors líder de la Superliga, tiene apenas la cintita roja contra la envidia en la muñeca izquierda. El jugador que aún se avergüenza elige muchas veces pasar desapercibido, y otras desprecia la fanfarronería de un futbolista. Nunca se mudó de la zona sur bonaerense: de Temperley a Adrogué. Y cuando juega, dice Hauche, es el que iba en bici a entrenar, el que jugaba al 25 en la calle –y a la paleta con la línea de brea como red–, el que paraba en una esquina del barrio a ver pasar los autos. «No me imaginaba llegar a donde llegué, porque mi esencia sigue siendo la de ese chico humilde de Temperley». Campeón con Racing en 2014, cinco partidos y tres goles en la Selección, Hauche está de nuevo a los 32 años en Argentinos. Y aún sueña.
–¿Qué ves que antes no veías en el fútbol?
–Cuando los resultados no se dan se pone en duda si uno hace bien o mal las cosas. Y no es así. Uno hace muchísimo esfuerzo, se entrena más que cuando los resultados se dan, y esa duda que se genera te da bronca. Cuando era más chico les prestaba atención a esos comentarios. Ahora, muchas veces llego al club, están hablando de algo que se dijo en algún lado, y estoy afuera de ese comentario. Antes yo era el que llegaba y me enroscaba. Aprendí a estar con la crítica. Si las cosas van bien, te elogian. Si van mal, te critican. Pero uno no tiene que cambiar la manera de ser.
–¿Cuánto ego tiene un futbolista?
–Siempre hay: que te hable un técnico, que te aplaudan más o menos. A veces no te pasa nada, a veces en parte. Lo principal es entrenarse y jugar en beneficio del equipo, que es el único que te termina salvando cuando las cosas no salen. Cuantos menos jugadores tengan el ego alto, mejor. Tuve compañeros muy grossos y a la hora de relacionarse eran uno más, aunque uno sabe internamente que no es uno más. Pero te lo hacen notar sólo desde el juego. No te marcan: «Corré vos, que yo jugué en tal lado». Eso es un ego negativo. Si el ego va para adelante, es importante. El otro no me gusta. El ego de decir y no hacer es dañino en el fútbol.
–Diego Dabove, tu entrenador, dijo que eras un «líder positivo». ¿Qué significa?
–Porque ahora estoy más grande y cada tanto meto un gol. Un líder positivo es cuando te pones más viejo. Uno puede ser líder siendo chico y no con 32 años. Desde la acción, el comportamiento, el compromiso. Eso me enseñaron desde chico, a pesar de haber empezado en Temperley en la Primera B. Siempre cuento una anécdota de (Mario) Finarolli. Yo estaba terminando el colegio, tenía 17, y me toca empezar a entrenar con el plantel profesional. Mi mamá me dice: «No vas más: te vas a quedar libre del colegio». Y tuve que ir a explicarle a Finarolli, porque si no mi mamá me mataba. Me dijo: «Vaya a su categoría, y cuando resuelva lo del colegio, hágamelo saber de alguna manera». Al tiempo lo resolví y me hizo subir de nuevo. Esos son líderes positivos, los que te marcan al principio, cuando no sabés para dónde arrancar. Entonces mañana, si veo a un chico que está por dejar la escuela, ahí está la experiencia, ese liderazgo positivo.
–¿Cómo fue la experiencia de dar clases como profesor de Educación Física mientras jugabas profesionalmente?
–Terminé el profesorado estando en Racing, y ahí se me conocía más. Me tocó hacer las prácticas en la Escuela Nº 6 de Adrogué. Si eran de primaria, no me conocían. Pero el último año en Racing me tocó en la secundaria Del Carmen. Cuando llegué había un selectivo de vóley: eran más grandotes que yo. Y les di fútbol, pero con conceptos tácticos y técnicos. Uno me empezó a cantar que nos íbamos para la B, porque en ese momento andaba mal con Racing. Lo tuve que aclarar de movida, que venía a ayudarlos a ellos, y ellos, a mí. Si yo no avanzaba con el fútbol ya había empezado una carrera. Lo hice paralelamente en esos años que uno tiene más ganas. Hoy tengo el título: soy profe de Educación Física.
–Sin embargo, tenés cuadernos con ejercicios que anotaste para ser entrenador.
–Me recibí de técnico. Me gusta anotar, no olvidar algunos ejercicios piolas. Copiar, pegar, copiar, pegar. Por ahí el día de mañana alguno me sirve. Trato de tenerlos, aunque a veces, yendo para un lado y para el otro, los pierdo. He tenido buenos y malos entrenadores. Muchos de los malos entrenadores que he tenido me empujaron más a animarme a intentarlo que los buenos. Y los ves que siguen trabajando en cualquier nivel, y digo: «A este lo tuve, y mirá». No digo que sea fácil. Voy a tratar de animarme.
–¿Qué hacen los malos entrenadores?
–Cuestiones de manejo de grupo. Uno se da cuenta cuando molestó a alguien o al equipo. La gestión es la parte más difícil de un entrenador: tener a todos contentos. Después, todos entrenan bien, lo intentan. Hay técnicos que en esa parte quedan más expuestos y te van dando esos pies. De esas actitudes malas se aprende.
–Estuviste seis meses en Europa pero jugaste menos de 90 minutos. ¿Qué pasó?
–Ir a Chievo Verona fue un desafío deportivo. En Racing, en tres años, casi siempre había jugado. Sabía dónde estaba. Pero había normalizado ir a entrenar al Cilindro, aunque internamente sabía que no. Era un privilegio, como estar hoy en Argentinos. No es normal tener tantos partidos en Primera, haber jugado en tantos equipos. Me imaginaba debutando en Temperley, pero después veía que era difícil, porque muchos querían tu lugar. Y tenían muchas condiciones, pero no sólo es el talento: hay que reunir otras condiciones. Todavía me sorprendo.
–Una hincha de Racing llegó a tatuarse tu firma.
–No es normal. Le dije: «Vos estás enferma». Y no lo hizo después de que salimos campeón. Fue el semestre anterior, cuando fuimos un desastre. Me sonrojaba. En Temperley me invitaban a cumpleaños de 15. Esas situaciones me dan vergüenza, me hacen huir.
–¿Qué hace el fútbol?
–Locuras. Las entiendo si les pasan a jugadores de élite. Yo me considero un jugador terrenal hecho a base de sacrificio. Pero siempre hay un loquito que le gusta cómo uno juega. Hay cosas que ni yo sé que saben los hinchas. Hace poco me dijeron que superé los 500 partidos, que soy el jugador que más goles hizo en el estadio Diego Maradona. Esos datos me hacen caer en la realidad. Y decir: «Tan malo no soy». Pero no es normal.
–¿Te tirás abajo porque no te gusta ese ego negativo?
–No es que no me haga cargo. El fútbol, para mí, es trabajar, competir, y después, si te gusta o no cómo juego, allá los otros, que hablen. A veces salen exjugadores: «Yo jugaba acá, y hacía esto y lo otro». Estoy lejos de esa situación. Sí me la creo mucho internamente, como tiene que ser. Siempre es bueno ser humilde, buen compañero, ubicado. Uno a veces va a un lugar y entra un futbolista y ve actitudes que no comparto. Yo si voy a un lugar, cuanto menos sepan qué hago y qué digo, mejor. A veces voy a pagar la tarjeta y me dicen: «Vos jugás en tal lado». Lo que pasa es que Lola, mi hija de seis años, dice todo lo que no quiero decir. Y ahí cagué.
–»¡Qué grande Hauche!», dijo Alberto Fernández el miércoles, después de que le dijeran que Argentinos había ganado con un gol tuyo y era líder. ¿Ya te dijeron que van a salir campeones porque el presidente electo es hincha?
–Ojalá sea tan fácil porque llegó a ser presidente…