Además de colectivero de la línea 378, Gustavo David Álvarez, 49 años, 27 en el transporte público, es muy creyente: “Estamos viviendo una realidad en la que el único que nos puede ayudar es Dios, que hizo arrodillar al hombre por su maldad, hipocresía y avaricia”, asegura.
Lleva cinco años haciendo el recorrido de La Matanza a Ciudadela. “Creo que recién ahora la gente está entrando en razón. La Matanza era un mundo de gente hasta no hace mucho. Hoy todo está más tranquilo. El municipio, los bomberos, la policía y hasta el Ejército están haciendo un buen trabajo para todos los vecinos se queden en sus casas”, señala.
Antes tenía seis francos al mes. Ahora, trabaja día por medio. Todo cambió. “Estamos con un aislante transparente, que nos separa de los pasajeros. Además, se dejan los dos primeros asientos reservados por emergencia sanitaria y todo el tiempo estamos desinfectando la unidad, sobre todo en las cabeceras, cuando entra personal especializado”.
A pesar de contar con todos los elementos de bioseguridad provistos por la empresa, Gustavo toma sus precauciones al llegar a su casa de San Justo. “Vivo con mi mamá, de 76 años, y con mi hermano, que vive de changas y se le cortaron. Estamos haciendo una cuarentena estricta. Con esto no se jode. O te quedás en tu casa o el virus te lleva”.