Alan Shearer metió 330 goles en 19 temporadas en el fútbol inglés, entre Southampton, Blackburn Rovers y Newcastle, de 1988 a 2006. Y 30 más en 63 partidos con la selección de Inglaterra. Uno de cada cinco fue con la cabeza. «Y por cada uno que marqué de cabeza, lo metí mil veces en los entrenamientos». El máximo goleador en la historia de la Premier League sufre hoy, a los 49 años, pérdidas de memoria. Lo cuenta en el documental de la BBC La demencia, el fútbol y yo (2017). Los «impactos repetitivos no conmocionales», según estudios, llevan a que los futbolistas profesionales tengan más posibilidades de sufrir daños cerebrales y, en el tiempo, enfermedades neurodegenerativas, como el mal de Alzheimer que sufría José Luis Brown desde hacía una década, fallecido a los 62 años. El Tata, defensor central, fue el autor del gol de cabeza en la final del Mundial de México 86 ante Alemania. Su único gol en los 36 partidos con la camiseta de la Selección Argentina. Un campeón del mundo al que el fútbol le rinde homenaje.
La Federación Inglesa impulsa investigaciones acerca de la relación entre cabezazos y topetazos y las enfermedades cognitivas tempranas, preocupada después de cerca de 400 casos como el de Shearer y con el antecedente perturbador de Martin Peters, Nobby Stiles y Ray Wilson, campeones del mundo con Inglaterra en 1966 a los que les diagnostican Alzheimer. En 2017, el Hospital de Neurología y Neurocirugía y la University College de Londres analizaron, con el permiso de familiares, seis cerebros de futbolistas muertos por algún tipo de demencia. Todos tenían signos de Alzheimer. Y en cuatro de los seis encontraron evidencia de Encefalopatía Traumática Crónica (CTE). Un porcentaje mucho más alto que el de la población en general (12%). La CTE es conocida como «la enfermedad del football americano». El impacto de choques de cabezas que sobrepasan los cascos. Un estudio de 2017 analizó el tejido cerebral de 111 jugadores de la NFL muertos prematuramente. En 110 había CTE.
En el fútbol continúan las investigaciones, que llegaron hasta la FIFA. Cambiaron los modos de entrenamiento y el peso de las pelotas. Sin embargo, hay señales de alerta: en Estados Unidos, después de que un grupo de padres presentara una demanda judicial, la Federación prohibió que los menores de diez años golpeen la pelota con la cabeza y determinó que entre los 11 y 13 años se limitaran a las prácticas. «Me metí en el fútbol sabiendo que al final de mi carrera seguro podría esperar tener algunos problemas en rodillas, espalda y tobillos –contó Shearer, capitán en Francia 98, donde enfrentó a Argentina–. Pero no contemplé ni un segundo que existía la posibilidad de que golpear la pelota con la cabeza podía afectar mi cerebro». Lo que se conoce es que en 1906 los doctores alemanes Alois Alzheimer y Emil Kraepelin descubrieron que el origen de la patología se centra «en cierto ocio depresivo». Mucho tiempo vacío, el fin de un trabajo a una corta edad, el drama de ya no ser, el olvido de la sociedad. El fútbol.
Cuentan que el húngaro Ferenc Puskás volvía una y otra vez a la infancia: comía golosinas y sonreía sin saber por qué cuando lo visitaban sus viejos compañeros. «El fútbol me gusta, y quizá más que la vida», dijo. Murió el 17 de noviembre de 2006. En Argentina, además del Tata Brown, fallecieron por el mal de Alzheimer, una enfermedad diagnosticada cada cuatro segundos a una persona en el mundo, Néstor «Pipo» Rossi, Rubén «Hacha Brava» Navarro y Agustín Mario Cejas. Muchos casos ni siquiera salen a la luz. Como la depresión, suele ser un tema tabú en el fútbol. A Gerd Müller, el delantero campeón del mundo con Alemania, autor de un gol en la final de 1974 ante Holanda, lo encontraron perdido una mañana de 2011 en el centro de Trento, Italia, durante una pretemporada con Bayern Munich. Era el entrenador de la Reserva. Cuatro años después, el club comunicó que Müller sufría Alzheimer. «¿Cuánto hemos condicionado de nuestro cuerpo, y también de nuestra mente, por cumplir el sueño de jugar profesionalmente al fútbol? –se preguntó el ex defensor y médico Juan Manuel Herbella en su columna en el diario Perfil–. Es una pregunta que no tiene respuesta y tampoco tiene sentido ponerse paranoico buscándola, pero sí es indudable que no ha sido gratis». Los capitanes de los equipos de la Superliga ya juegan la tercera fecha con un agujero en sus camisetas en honor al Tata Brown. Después de su gol de cabeza en la final de México 86, Dieter Hoeness lo chocó y le provocó una luxación de hombro. Siguió: se mordió la camiseta, abrió un agujero, trabó el dedo pulgar derecho y afirmó el torso. «Pasé por un millón de cosas difíciles –contó años más tarde–. ¿Y qué? ¿Iba a dejar de jugar una final del mundo por un golpe en el hombro? Ni loco. Nadie se da una idea del orgullo que siento por haber hecho ese gol». No hay enfermedad que haga olvidar aquel gesto y aquel gol único en un Mundial.