En los últimos meses, se han publicado varias notas con un fuerte alegato en contra de las neurociencias, utilizando sobre todo tres tipos de argumentos: que la neurociencia es de derecha, que niega la subjetividad y que nos retrotrae a un positivismo ramplón. Paradójicamente (o no) esto convive con una plétora de charlas, cursillos y manuales en donde se ensalza a la neurociencia como la solución a todos nuestros males. Así podemos ver promociones de programación neurolinguística, neuroarte, neurofútbol y neuronegocios.
Es comprensible entonces la irritación de nuestros colegas frente a la neuromoda, pero ¿no será esta una reacción excesiva? ¿No se estará atacando a una potencial fuente de reflexión, teoría y práctica? Nosotros consideramos que la neurociencia tiene mucho para aportar al debate de varios temas de interés, como las políticas de drogas, la educación, la violencia y la pobreza. Por eso nos interesa abrir algunas preguntas al respecto.
¿Hay ciencias buenas y malas?
Como toda ciencia, la neurociencia puede usarse para hacer mal o bien. Hay psicólogos que se han especializado en las técnicas de tortura (por suerte no muchos); otros en aliviar el dolor que esta genera. De la misma manera, la neurociencia, que está detrás de varios de los métodos que se emplean en la moderna ciencia de los datos, puede usarse para mejorar la calidad de vida de los lesionados medulares, o bien para pilotar naves no tripuladas en una guerra. En cualquier caso la ciencia es la forma que nos hemos dado los humanos para la búsqueda del conocimiento sistemático. Siempre habrá disputas metodológicas y epistemológicas dentro y entre los diferentes campos. Nunca ha sido sano tratar de resolver estas disputas por la vía de la arenga política, etiquetando grandes cuerpos de conocimiento con algún epíteto descalificatorio que evoque reacciones viscerales en un amplio conjunto de la población.
¿La neurociencia es una ciencia “de derecha”?
Más allá de considerar si es posible hablar de ciencias “de derecha” o “de izquierda”, hay dominios en que las teorías neurocientíficas se alinean con concepciones de izquierda, del campo popular o que desafían dogmas hegemónicos. Hay investigaciones en neurociencia cognitiva que cuestionan el actor racional de las teorías económicas neoclásicas; otras que explican el origen natural de las intuiciones morales y sus limitaciones; y hasta hay estudios que van en contra de la “teoría del derrame”. En Uruguay, la opinión de varios neurocientíficos estudiosos del desarrollo fue crucial para convencer a la población que la baja de la edad mínima de imputabilidad penal no era una buena idea. La organización El gato y la caja ha sintetizado valiosos aportes acerca de cómo es mejor lidiar con los problemas que generan las drogas ilegales o los que genera el hecho de que las drogas sean ilegales. Es difícil sostener que estos aportes constituyen un programa de derecha. Esto no quiere decir que no pueda hacerse una lista de resultados que abonan propuestas de derecha. Pero la vida política versa sobre decisiones, mientras que la (neuro) ciencia se refiere a descripciones.
¿La neurociencia y el psicoanálisis son necesariamente opuestos?
El estudiar cómo funciona el cerebro y cómo eso produce la actividad mental no quiere decir eliminar o silenciar otros aportes. La mayor parte de los neurocientíficos se apoyan en concepciones de la psicología, y es creciente el número de psicólogos que buscan entender cómo el cerebro es el sustrato de la actividad mental. Incluso algunos reconocidos neurocientíficos se han embarcado en comprender los correlatos neurobiológicos de las estructuras teóricas freudianas en lo que se ha dado en llamar neuropsicoanálisis. Nadie duda del impacto de muchas de las ideas de Freud y para algunos (por cierto, no para todos) incluso algunas de sus ideas acerca del sueño y la terapia han sido corroboradas experimentalmente.
¿La neurociencia es conductista?
Es frecuente leer que la neurociencia lleva al conductismo. Nada más errado. La neurociencia cognitiva es heredera de la llamada revolución cognitiva, que iniciaron George Miller, Chomsky y otros, volviendo a poner en el tapete a la mente, que el conductismo pretendía eliminar. Se ha dicho, que la Ciencia y en particular la neurociencia, no tiene nada que hacer en lo subjetivo. Esta afirmación es por lo menos dudosa. En primer lugar, porque hay enfoques en la neurociencia y la fenomenología que han sido tremendamente influyentes en las ciencias sociales (como el de Maturana y Varela). En segundo lugar, porque pueden convivir lo general y lo individual. Veámoslo con una analogía más concreta: asistimos hoy en día a la personalización de la medicina; eso no se logra tirando a la basura los libros de fisiología y fisiopatología. De la misma forma que sería extraño decir que el postular el complejo de edipo elimine la subjetividad, es absurdo pensar que el hablar de formas en las que el cerebro aprende elimina la subjetividad del individuo que lo hace.
Si estamos convencidos de que saber es mejor que no saber, ¿por qué negarnos al uso de uno de los instrumentos más revolucionarios que la humanidad ha generado, como es la investigación científica? Nótese de paso que decimos instrumento. No decimos única forma de lograr conocimiento. El cultivo de la ciencia ha permitido cambiar radicalmente el mundo. Es irónico que la búsqueda del conocimiento, tan atacada por las derechas de todo pelo y color sea aquí puesta como ejemplo de reacción. Los científicos, incluso esos mismos que luchan hoy por mantener su fuente laboral, se alinearán políticamente de diversas maneras, no (necesariamente) dictadas por su disciplina. Ante este panorama, la discusión de los méritos de las teorías científicas debería hacerse con arreglo a lo que pueden explicar y cambiar y no al pelo de los científicos ni a las vicisitudes de la moda.