La célebre frase de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton en la campaña que en 1992 le permitió triunfar sobre George Bush (padre) aplica para entender la contundente derrota sufrida por Mauricio Macri y la coalición Juntos por el Cambio en las elecciones primarias.
El rechazo aplastante al gobierno que aplicó un ajuste salvaje e infinito también permite repensar las polémicas de los últimos cuatro años vinculadas a la verdadera densidad política del experimento cambiemita. «La anatomía del hombre es una clave para la anatomía del mono”, sentenció Marx para explicar que los fenómenos desarrollados o maduros permiten comprender su evolución anterior y las etapas previas. En este caso,aunque el ajuste se vista de seda, ajuste queda.
Cambiemos arribó al poder en 2015 montado sobre un antikirchnerismo furioso que creyó que le otorgaba impunidad para llevar adelante con éxito un experimento con duras contrarreformas de claro tinte neoliberal y con respaldo electoral. En 2017 reafirmó sus prejuicios con un triunfo módico que fue fogoneado esencialmente por los anabólicos inyectados a una economía que decrecía, pero que no había entrado aún en zona de catástrofe. Nicolás Dujovne, el ministro de Hacienda, graficó la hazaña con una expresión memorable: “Nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno”, sentenció el hombre que la noche fatídica del domingo pasado debe haber extrañado los “momentos whisky” de sus horas doradas como comentarista televisivo.
Este año, en el marco de la combinación fatal de una recesión feroz y una inflación incontenible, el oficialismo se chocó con la realidad y quedó desnuda su escuálida anatomía política. Quedaron rotundamente desmentidas las teorías que hablaban de una hegemonía basada en la presunta “desconexión” entre la economía y la política. Reducida ésta última al arte de la manipulación en las redes sociales, la magia indescifrable del big data y la “ciencia” de la microsegmentación como herramientas de una maquinaria electoral presuntamente infalible. Era un partido fabricado para ganar, pero también diseñado para chocar la calesita.
El patético fracaso develó también que la fortaleza que pareció inexplicable en estos olvidables cuatro años provino de quienes otorgaron estabilidad y gobernabilidad a esta banda de niños ricos que decidieron jugar a la política, rompieron el país y se lo pusieron de sombrero. Anidaba en la sociedad una furia contenida por aparatos conservadores que fundamentaban su propio quietismo y pasividad en una supuesta conformidad ciudadana con el engendro de la nueva derecha. Increíblemente, la administración que el domingo sufrió una paliza inenarrable estuvo entre las que menos calle debió enfrentar durante su gestión. La excepción fueron las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional, un acontecimiento que inauguró la crisis del macrismo y que todos trabajaron para que no se repita. Esa resiliencia inédita, Cambiemos se la debe a muchos de los que hoy son los opositores más encendidos que tienen los mismos valores de un Miguel Pichetto, sin necesariamente compartir su miopía política. Si la leyenda cuenta que en el peronismo sobran los referentes dispuestos a ir “en auxilio del vencedor”, Pichetto dio el garrochazo en el último minuto para aportar su granito de arena a la consolidación de una derrota histórica. Un visionario.
Los resultados mostraron que la economía determina “en última instancia”, pero cuando determina, lo hace sin asco ni contemplaciones. Si esto fue así para comprender el pasado, incluidos los guarismos impactantes de las primarias, también valdrá para condicionar el futuro que está a la vuelta de la esquina. Un país en crisis aguda, en un mundo hostil y atado de pies y manos a los antojos del Fondo Monetario Internacional. Y una sociedad que está llegando al límite de su lenta impaciencia.