Cuando en 2003 jugaba en la Primera de Defensores de Cambaceres, Juan Bautista Branz inventaba huecos para estudiar Comunicación Social. Leía apuntes en los micros, en los tiempos muertos en la concentración, en cada rato libre que le concedía la vida de futbolista. “Algún compañero me decía ‘qué estás leyendo, puto’. Lo que hacía era de puto”, recuerda. Acaso allí el ex jugador -hoy investigador del Conicet y doctorado en Comunicación- empezó a indagar sobre las masculinidades en el deporte. La exploración lo llevó a publicar Machos de verdad, un libro que investiga la construcción de la masculinidad en tres equipos de rugby de La Plata: Club Universitario, La Plata Rugby Club y Albatros Rugby Club.

-¿Cómo nace el libro?

-Me parecía interesante una divulgación que excediera el campo académico. Decidí convertir la tesis doctoral en un libro para mostrar ocho años de etnografía y trabajo de campo en los que compartí todo tipo de prácticas con jugadores de rugby. Era pensar cómo se modelan las masculinidades y las formas de ser hombre vinculado a la clase social. El rugby aparece como una excusa magnífica para pensar a las clases dominantes y sus círculos de dominación.

-¿Por qué el rugby?

-Parto desde el rugby, pero en realidad me interesa que el punto de partida sea un problema mundano. Intentar explicar por qué muere una mujer cada 30 horas es pensar en cómo se estructura el machismo, cómo nos atraviesa y cuáles son las políticas públicas. El deporte es estrictamente masculino y masculinizante y se expresa con cierta idea de cofradía, de club de amigos. La intención  es comprender para transformar. Mi deseo es que entendamos las lógicas dominantes y veamos cómo incidir en algún tipo de discusión de políticas públicas.

-Hay una anécdota de viaje que resume el espíritu del estudio.

-Me fui a Pinamar y en el hotel me encontré con muchachos que jugaban al rubgy. Tenían la idea de que la masculinidad se tiene que probar todo el tiempo: si no se ve, se tiene que contar, tiene que haber una narrativa de la potencia sexual, política, corporal, económica. Es algo que describe muy bien esa cofradía de los varones.


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-¿Cuál es tu vínculo con el rugby?

-Nunca lo practiqué. Tuve que aprender las dinámicas y las lógicas. Es un deporte muy interesante. Yo fui jugador de fútbol: estuve en Estudiantes de La Plata hasta la Séptima División, después me fui a Cambaceres, debuté en Primera B Metropolitana y me retiré joven. Además, tengo un vínculo analítico y académico: intento indagar acerca de quiénes son los que dominan porque no hay demasiado trabajo realizado sobre deporte y élite.

-¿Por qué el rugby para hablar de identidades masculinas?

-Es un área de vacancia. No hay historia social del rugby. Por ejemplo, venía viendo muchos terceros tiempos y el de los equipos de zona norte fue un shock. Es a la inglesa: manteles y tazas blancas. Me sorprendió la distribución de espacios incluso entre mujeres y hombres. Hay un ranking de capital simbólico y una red que implica poder. Intenté conocer quiénes son las clases dominantes y en esos famosos terceros tiempos se tejen charlas que van por fuera de lo deportivo, existe otro tipo de relaciones y tramas que no tienen que ver con el rugby. Hay personajes muy poderosos.

-¿Encontraste más de lo que creías?

-Cuando arranqué en el 2008 nunca imaginé que íbamos a tener este gobierno. Si bien no son todos, el sujeto de estudio es el gabinete nacional: chicos blancos, medidos, urbanos, caballeros. Revisando la historia aparecen personajes con acceso a agentes del Estado o gremios que median para conseguir tierras fiscales o reuniones con ministros de Hacienda para convencerlos que le den determinada lugar a tal club. Siempre me atravesó la pregunta: «¿Dónde está el poder?». En ese círculo hay mucha red de capitales y de relaciones sociales. En el rugby está esa frase que dice que juegan todos. Bueno, los pobres en términos de capital no lo hacen.

-¿Es el deporte más conservador en términos de masculinidad?

-Me pregunto en qué deporte no predomina la masculinidad dominante. Después lo comparo con el polo en relación a lo exclusivo, excluyente, distintivo y diferente. Es decir, no entra cualquiera a jugar al polo por más que tenga plata.

-Esta semana se denunció un caso de violación en grupo a una menor en Miramar y algunos de los acusados juegan al rugby. ¿Cómo se ven ellos?

-En mi trabajo no hay ni observo casos de abuso. Tienen que ver con el sistema de poder y el machismo patriarcal que ordena bajo la idea de que la mujer es territorio propio. Aunque no se da sólo en el rugby, donde suele haber silencio ante este tipo de cosas. Ellos se autoperciben como caballeros distinguidos y lo otro es de negros. El resumen es la frase de «adentro animales y afuera caballeros». Hay mucha metáfora animalizada: soy un toro, estoy hecho un bulldog. La idea de conjugar lo salvaje con lo civilizado se hace con absoluta consciencia: tiene su costado salvaje, pero afuera son muy civilizados, medidos, blancos.

-¿Cómo opera la violencia dentro del deporte?

-Entre ellos la palabra violencia no opera ni se nombra. La categoría violencia y dolor son propias de mi trabajo, no eran categorías nativas.