Primero dijo que los tenía él. Después, que su mujer se los podía haber llevado de la casa que compartían y que podían estar en la casa de su suegra o en la del cuñado de ella. Finalmente, justo a tiempo, volvió a cambiar y dijo que los quemó en la parrilla de su casa. En otras palabras, que los cuadernos que desataron el caso judicial del momento se hicieron humo. El fiscal federal Carlos Stornelli no terminó de creer en la versión de la carbonización. «No es definitivo», respondió en una entrevista en la que le preguntaron por la declaración en la que el chofer arrepentido Oscar Centeno dijo haber quemado los cuadernos cuya autoría se había atribuido horas antes. La búsqueda continúa pero su derrotero accidental comenzó mucho antes.
La historia de los cuadernos en los que quedaron registrados los supuestos movimientos del exsecretario de Coordinación del Ministerio de Planificación Federal, Roberto Baratta, empezó hace más de diez años y está atravesada por las detenciones del exfuncionario y por la historia de desamor de Centeno y su exmujer, Hilda Horovitz, quien le advirtió a él y a su jefe que contaría todo lo que sabía de ellos. Tiempo accedió a relatos judiciales de tres causas distintas con las que se pueden reconstruir las tensiones en las que se vio envuelto chofer-escritor hasta que estalló la causa.
«Yo tomé la costumbre de anotar todo por si me pedían volver a algún sitio», fue la explicación que Centeno le dio a la Justicia sobre cómo fue que empezó a registrar cada movimiento de Baratta. La argumentación puede resultar difícil de creer a la luz del escándalo que desataron esos textos, pero es la que consta en la declaración con la que el chofer y ex suboficial del ejército se convirtió en arrepentido ante el juez federal Claudio Bonadio, según informaron fuentes judiciales.
«Siempre llevaba las libretas al costado del asiento o en el buche de la puerta y si me indicaban concurrir al mismo lugar del día anterior, consultaba en el cuaderno. Aclaro que solamente son ocho los cuadernos, no tengo más», relató Centeno. Se mostró como cualquier conductor de taxi o remís metódico que al final de un viaje anota cuál fue la tarifa que cobró para poder hacer un arqueo de caja al final del día. Pero era el chofer de un viceministro.
En esa misma declaración, Centeno aseguró que tenía los originales en su casa. «Se los entregué a un amigo policía, Jorge Bacigalupo, para resguardarlos de mi exmujer cuando yo presentí que ella los leía y empezaba a andar mal la relación. Yo no se los mostraba pero los tenía en el ropero y temía que ella los hubiera leído», relató ante la Justicia.
Centeno dijo que puso los cuadernos bajo la custodia de Bacigalupo en noviembre de 2017. ¿Qué había pasado por esos días que lo hiciera sentir amenazado? El 19 de octubre, Baratta, que todavía lo tenía como chofer de sus hijos, quedó detenido en la causa en la que Bonadio ya lo investigaba por presuntas irregularidades en la importación de Gas Natural Licuado. Esa detención impactó en la familia de Centeno que incluso tuvo que declarar en ese expediente.
El 1 de noviembre de 2017, Horovitz se presentó espontáneamente ante el juez Bonadio para dar testimonio en la causa del GNL. Dijo que Baratta y Centeno recorrían «cuevas» en busca de dinero «que era transportado en bolsos». También dijo que su expareja le había comprado su casa de Olivos con dinero que le había dado su jefe para que nunca lo delatara. Y que en la remodelación intervino el mismo arquitecto que trabajaba para Baratta.
Horovitz estaba dispuesta a declarar todo lo que sabía en contra de Centeno y Baratta. Le contó a la Justicia que en 2013 el chofer le había comprado una casa a su hermana en Salta y que tenía dos plantas, garaje y pileta, algo que, según el relato, él no podía pagar. La denuncia incluía supuestos recorridos, bolsos, dinero negro y salpicaba a Baratta, ingredientes similares a los de la causa de los cuadernos. Pero Bonadio se comportó distinto: extrajo el testimonio y lo envió a sorteo. Un nuevo expediente por enriquecimiento ilícito se abrió en el juzgado de Sergio Ramos.
En aquella oportunidad, Horovitz le blanqueó a medias a Bonadio que estaba decidida a presionar. «A Baratta le fui adelantando por watsap (sic) que me iba a presentar en el juzgado a realizar esta exposición», le confesó, según consta en la declaración que forma parte de dos expedientes. Casi un mes más tarde fue por Centeno. El 29 de noviembre de 2017, le mandó un mensaje: «Hola! Buen día. Quería saber si querés hacer un trato. Si me depositas los $ 10.000 que vos te comprometiste. Si te llamás a silencio ya que no querés, viste que no te tuve miedo, con tus cartas documento (…) pensaste que con el departamento de Ezeiza me quedaría callada». A lo que Centeno se limitó a responder «¿qué trato?», según consta en un expediente por extorsión que se inició tras una denuncia suya.
El 1 de diciembre, Horovitz volvió a conectarse por mensajes de WhatsApp con su ex pareja: «El trato sería que del 1 al 10 de cada mes me depositás $ 20.000 y con eso me das la razón en todo lo que dije en Comodoro Py. Si te llamás a silencio, no querés, te echás para atrás (…) no te olvides tengo las pruebas. Si me llaman otra vez las entrego». Centeno presentó la denuncia asesorado por el abogado Norberto Frontini. Pero, una vez conocidos los cuadernos, diría que el abogado se lo puso Baratta y rehusaría de sus servicios.
Los cuadernos del escándalo llegaron a manos del periodista Diego Cabot de La Nación el 8 de enero, según él mismo relató en un artículo que publicó en ese diario. Mientras el periodista y dos colegas se sumergían en la investigación de esos escritos, el 8 de marzo Baratta salió de la cárcel luego de que la Cámara Federal le concediera la excarcelación y sostuviera que la pericia utilizada para la causa del GNL había sido mal hecha.
El dato no pasó inadvertido para Centeno que en «abril o mayo» le volvió a pedir los libros a Bacigalupo, según relató el día que logró convertirse en imputado colaborador o arrepentido e ingresar al programa de imputados protegidos. Con Baratta en libertad, Centeno quería volver a tener los cuadernos. «Se los pedí porque desconfié, porque cuando se los pedía para verlos me dijo que los había mandado a lo de un amigo en Córdoba, entonces le digo vamos a verlos a Córdoba, y le insisto diciéndole vamos ya. Ahí Jorge habla por teléfono y me dijo que mañana los tendría disponibles», sostuvo. Desde el 10 de abril las copias de los cuadernos estaban en manos de Stornelli.
Al día siguiente, Centeno pasó a buscar sus cuadernos. La caja en la que los había dejado estaba abierta. «Cuando le entregás algo a alguien tiene que saber qué hay adentro», le dijo su amigo. Discutieron. El chofer se fue con los cuadernos en la parte trasera de su auto. En el camino de regreso a su casa se detuvo a contarlos. Cuando llegó, los guardó en el armario de su habitación y los tapó con carpetas, según le dijo a la Justicia. Después les perdió el rastro. Hasta que creyó recordar que los había quemado. «