Con la insensibilidad y la irresponsabilidad que les pertenecen, las famosas redes sociales anunciaron ayer que el dos veces ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez estaba a punto de morirse, y para que fuera más impresionante todavía, dijeron que la agonía se desplegaba en medio de insoportables dolores. Eligieron bien. Todo es posible, y más tratándose de una persona de 80 años que desde hace más de uno cursa un cáncer que, por ahora, no ha hecho la tan temida metástasis. Se trata, además, de un tipo respetado y querido. La prensa de las dos orillas, la de Montevideo y la de Buenos Aires, asimiló rápidamente la versión y le dio ese toque amarillo que tan bien sabe usar para “hacer llorar a las viejas”, como decía un humorista rioplatense ni insensible ni irresponsable ni amarillo.
De todas maneras, como diarios, agencias y radios tuvieron que desempolvar sus archivos, le llegó al mundo un recordatorio que es bueno tener en cuenta cuando se trata de alguien como Tabaré, con todos los valores que ha acumulado en sus años de médico, militante social, dirigente político, tipo solidario que impulsó la fundación de dos clubes, para convertirlos en puntos de encuentro y de cohesión de la gente de las barriadas obreras de La Teja, el Cerro y Paso Molino, los trabajadores de la petrolera estatal, de los frigoríficos y de las fábricas de vidrio y de jabón. En los momentos de descanso de los picaditos jugados en la Plaza Lafone, dicen sus viejos compañeros que Tabaré siempre relataba anécdotas de lo vivido cuando en 1949 su padre obrero pasó un buen tiempo en la cárcel, sólo por haber liderado una huelga en la empresa petrolera estatal ANCAP.
Allí, en los descansos de la Plaza Lafone fue que surgió la idea de crear el Progreso, rojo y amarillo, que en 1989 llegó a ser campeón de la entonces Primera A, y del cual Tabaré había sido su arquero tres décadas antes. Y que mañana lunes, entre el repique de tamboriles y el color de las tres murgas de esa combativa tierra montevideana –Diablos Verdes, la Reina y Araca la Cana– le rendirá un homenaje muy particular, bautizando con su nombre la sala teatral construida a pulmón y con pura fuerza solidaria. Y el otro fue El Arbolito –salón social, policlínico, casa de cultura, comedor comunitario–, el primero en hacerle un multitudinario homenaje el día previo a la entrega de la banda presidencial, el 1 de marzo pasado. Cuentan los viejos vecinos que todos los años –idea de Tabaré– Progreso vendía su mejor jugador, para financiar con ese dinero el merendero del Arbolito.
De esas cosas “pequeñas” pero jugosas del hombre, los medios no se acordaron ayer. Eso sí, hicieron un prolijo memorial de todos los homenajes recibidos –doctorados honoris causa, nombre de cátedras y de aulas universitarias latinoamericanas– por su batalla contra el consumo de tabaco, una pelea que le ganó nada menos que a Philip Morris International, la mayor empresa tabacalera del mundo, lo que permitió que Uruguay fuera reconocido como el primer país libre de humo, con consumo prohibido en lugares cerrados y semipúblicos y en vías de eliminar las publicidades, para que los atados lleguen indistinguibles a los kioscos, todos blancos. Recordaron los homenajes realizados en los últimos meses por el Frente Amplio –que lo designó presidente de honor–, la central sindical PIT-CNT, sus compañeros del Sindicato Médico, las organizaciones de derechos humanos, la Universidad de la República. En fin, todos.
Y recordaron también que Tabaré Vázquez fue el primer dirigente de izquierda en ocupar un cargo electivo. Entre 1990 y 2000 fue dos veces intendente de Montevideo, la mitad del país. Después, en dos períodos (2005-2010 y 2015-2020) fue el primer presidente de la República que llegó al cargo de la mano del Frente Amplio. Hace poco más de un año vino la parte triste de la historia. En julio de 2019 murió su esposa de toda la vida, la ultra católica María Auxiliadora Delgado. Se habían ennoviado cuando eran dos adolescentes del barrio, intercambiando mensaje en una kermesse y, desde entonces, se habían adueñado de un banco del ala norte de la Plaza Lafone. Apenas un mes después, en agosto de ese año, a él, un oncólogo reconocido mundialmente, le diagnosticaron un tumor pulmonar maligno. En mayo pasado los médicos dijeron que había respondido bien al tratamiento y ya no había actividad tumoral alguna.
Después vinieron los mensajes de texto, los trolls, los trinos. Y sobre el sensacionalismo, la versión amarilla, con sus grandes titulares. Todos los periodistas dijeron que contaban con “la precisa”. Y uno de ellos hasta dijo que había hablado con Tabaré, quien le pidió que le recordara a su pueblo las últimas estrofas de un poema de Mario Benedetti que él había leído el año pasado, cuando El Arbolito se adelantó a todos con su homenaje: “No te rindas, aún estás a tiempo/ de alcanzar y comenzar de nuevo,/ aceptar tus sombras,/ enterrar tus miedos,/ liberar el lastre,/ retomar el vuelo”, (…) No te rindas, por favor no cedas,/ aunque el frío queme/ aunque el miedo muerda,/ aunque el sol se esconda/ y se calle el viento (…)”.