Como sucede con la producción de todo creador trascendente, el arte de Alexander Calder (Estados Unidos, 1898-1976) ha dado lugar a numerosos análisis de especialistas. Pero en Calder se da un fenómeno particular: su obra no sólo trascendió las fronteras, sino también los espectadores tradicionales de la escultura. Aun quienes no frecuentan el ámbito de las artes visuales han visto alguna vez la imagen de sus móviles, esas esculturas aladas de alambre y chapa que fascinan con su movimiento y cuya enorme difusión es posible que haya dejado en una zona más sombría el resto de su producción.
Afortunadamente, hoy se puede ver en Proa una muestra, Teatro de encuentros, que a través de unas 60 obras pasa revista a seis décadas de su producción. La exposición está organizada por Fundación Proa en colaboración con Calder Foundation y cuenta con la curaduría de Sandra Antelo-Suárez. En ella pueden verse dibujos, esculturas de alambre, stabiles (constituidos por diversos planos de chapa) y sus famosos móviles, bautizados de ese modo por Marcel Duchamp.
¿Pero cuál es exactamente el lugar que ocupa Calder en el arte del siglo XX? ¿Cuáles son los aportes que constituyeron un punto de inflexión en el campo de la escultura y de la plástica en general?
La curadora de la muestra le contesta a Tiempo Argentino: «Calder contribuye en rupturas con la tradición, tanto formal como conceptualmente. En los parámetros formales-tradicionales, su trabajo es un game changer y rompe reglas de composición y estructuras. En lo conceptual, lo más importante de la contribución de Calder a la historia del arte es cómo su trabajo produce una gran cantidad de colaboraciones abiertas entre la obra de arte, su entorno y la participación activa del espectador».
Y agrega, sintetizando los distintos períodos creativos del creador: «En cada etapa de su producción artística, Calder revolucionó el concepto de escultura del siglo XX. En la década de 1920, desafió las nociones tradicionales de la escultura tridimensional utilizando alambre de acero para modelar figuras en el espacio, actualizando los medios tradicionales de mármol sólido, arcilla o bronce. Los críticos denominaron ‘dibujos en el espacio’ a estas esculturas de alambre, que eran volúmenes transparentes en tres y cuatro dimensiones. En 1931, Calder comenzó a crear obras motorizadas abstractas, acuñadas como ‘móviles’ por Marcel Duchamp, y en 1932, a sus 34 años, creó el primer móvil suspendido del techo. Al no ocupar espacio a nivel del suelo, como lo hacían las esculturas hasta ese momento, los móviles colgantes de Calder representaron un cambio radical en la historia del arte. Realizados de chapa y alambre, se mueven de forma impredecible mediante el azar, las energías atmosféricas, la luz y la humedad, o la intervención del espectador. El artista también es famoso por sus ‘stabiles’, multiplanos de chapa atornillados o unidos en ciertos puntos, que van desde la miniatura hasta el tamaño monumental. ‘Tienes que caminar alrededor o a través de un stabile; un móvil danza delante de ti’, para citar al artista».
Que Teatro de encuentros sea el nombre de la muestra no es un hecho casual. «Se llama así –explica Antelo-Suárez– porque se concentra en la parte conceptual de la contribución de Calder a la historia del arte. En mis estudios sostengo que el acto estético en su obra reside en el encuentro. La obra de arte no es en él un producto, sino un evento, un momento de la vida en sí misma, un hecho continuo donde no hay principio ni fin. Es la existenciarelacional perpetua entre los elementos de la obra de arte y la imaginación del espectador, moderada sólo por el azar y el tiempo. El mundo de Calder es un teatro de encuentros en el que los múltiples desarrollos son un compromiso con el ahora.»
Cuando se le pregunta a la curadora cuál fue el criterio que subyace en la selección de las obras para dar un panorama de la producción del artista a través del tiempo, contesta que no hubo un solo criterio. «Por una parte –explica– mi objetivo fue trabajar con el Calder que yo conozco y con el que yo me relaciono. Desde mi perspectiva, le encuentro más relación con Duchamp, aunque la historia lo relaciona con Mondrian. Por otra, me propuse explorar esa lectura del ‘encuentro’ y del teatro que hay en su producción.»
Quien recorra Teatro de encuentros podrá comprobar que la obra de Calder, además de ser un manifiesto estético en sí misma, es también una invitación al espectador para que abandone la actitud pasiva y participe de ella. Es también un acto de modestia. Prefirió el alambre y la chapa al mármol y el bronce, y con esos elementos cotidianos demostró que ningún material resulta humilde en manos de un gran artista.
De martes a domingo de 11 a 19, en Proa, Pedro de Mendoza 1929, CABA. «