Revisar su cuenta de twitter no es una sorpresa, es la constatación de que el mensaje es fuerte y claro y que emitirlo es tanto una responsabilidad como una provocación para quienes buscan dejar en segundo plano su declarada obediencia a la institución global más misógina, verticalista, patriarcal, odiante de las disidencias sexuales y con poder real acumulado desde el año 0, sin metáforas. Juan Grabois, erigido líder de la Central de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (CTEP), aun si siempre ha representado un sector minoritario de ese espacio (MTE), candidato proclamado la semana pasada del Frente Patria Grande que suma otros dos precoces armados electorales, Oleada y Vamos, sigue a una sola persona en twitter: al Papa Francisco. Con nadie más tiene intercambio, la opinión de nadie le interesa. Juan Grabois, digámoslo, tiene un sólo líder y una sola referencia, la cabeza del Vaticano. Y no es que su cuenta sea nueva, la abrió en 2010 y es evidente que esa única interacción es también una carta de presentación que amplía por fuera de la red virtual, en los hechos. Lo hizo cuando se declaró en contra del aborto legal diciendo que no era interés de las mujeres pobres –hablando por ellas, contradiciendo lo que muchas mujeres pobres que tuvieron acceso a micrófono demandaron para sí y para sus compañeras. Lo hace en el libro que acaba de aparecer, “La clase peligrosa. Retratos de la Argentina oculta” (Planeta) cuando dice que los feminismos “no son una agenda para el pueblo pobre y no le hacen cosquillas al poder real”, después de calificar a ese inmenso y potente movimiento capaz de hacer temblar la tierra –y de hacer temblar subjetividades que no dudan en tomar revancha frente al avance vertiginoso de formas otras de las relaciones sociales y organizacionales– de “moda ideológica”.
Sin embargo, Grabois se rodea para la presentación del Frente Patria Grande de feministas. ¿Qué tipo de utilización del movimiento hace?, ¿qué tipo de legitimidad necesita? Ahí están compañeras referentes del feminismo sea en los medios de comunicación como en los territorios más vulnerados, minas que entendieron la lucha por el derecho al aborto legal en intersección con otros derechos que reclamamos desde hace décadas y que elaboramos en cada pasado Encuentro Nacional de Mujeres, lesbianas, travestis y trans. La intersección que pusimos en acto las tres veces en que el movimiento feminista decidió parar, parar para decir basta, parar para que se note todo el trabajo que mayoritariamente hacen las mujeres y no es reconocido como tal, parar porque la violencia machista no es responsabilidad de locos sueltos si no de un sistema de opresión que nos quiere adentro de las casas para que sigamos produciendo y reproduciendo fuerza de trabajo y obediencia, parar para decir que para esa obediencia y desvalorización de nuestras tareas se necesita la familia heteronormada y cerrada sobre sí misma, bien tapiada por las paredes de la casa propia que se supone un sueño y tantas, tantas veces para nosotras es el calabozo sin reglas porque nadie quiere mirar dentro, porque las cuestiones de pareja se arreglan en casa, es una cosa de dos, aunque el carcelero, con la llave del miedo, con la amenaza del hambre, haga correr sangre.
La familia es uno de los temas predilectos del Papa Francisco, la ve amenazada por “ideologías foráneas” –lo dijo en Tahití hace tres años– que atentan contra la santidad de las mujeres; el matrimonio entre personas del mismo sexo es una “guerra contra Dios” –dixit de 2010–, de lo que él llama “ideología de género” –ese fantasma, ese guión para la caza de brujas que tantos suscriben al pie de la letra y apedrean micros cargados de feministas o las atacan en la calle directamente-; dijo este mismo año que “estos supuestos derechos humanos están destinados a la destrucción del hombre” y también comparó al aborto con el sicariato. El Papa Francisco y toda la estructura androcentrada de la Iglesia Católica nos quiere sumisas y reproductoras de sumisión, nos quiere detrás de las cuatro paredes, nos quiere pariendo a destajo y sosteniendo al hombre. ¿Por qué entonces tantas feministas se suben a la procesión que lidera Grabois y que a su vez sigue, como en twitter, a la cabeza de la Iglesia católica que aunque dispara sus dardos verbales contra los feminismos sigue protegiendo a los abusadores sexuales seriales que son los curas en seminarios, iglesias y escuelas católicas? ¿Por qué se le cree al liderazgo de quien va más directamente en contra del movimiento feminista, en sus deseos, en sus modos de hacer política y de pensar el cambio social? Y estas preguntas no son una condena ni mucho menos hacia nuestras compañeras que están en esos armados, más bien es una pregunta que abre una discusión y que al mismo tiempo que la formulamos no dudamos en sostener que nos encontraremos en las calles y en las asambleas con esas mismas compañeras para darnos fuerza y para potenciar nuestra agenda común.
Se pueden leer por ahí argumentos que hablan de ponerle un freno a las iglesias evangélicas que intervienen directamente en la democracia formal imponiendo sus candidatos legislativos como sucede en Brasil. Como si la Iglesia Católica no hiciera lo suyo para intervenir en la política, tal como lo hizo y con fuerza durante el debate legislativo en torno al aborto legal que terminó desoyendo la voz de la calle para mandarnos otra vez a nuestras casas. No se puede seguir ese argumento, es tan falaz que insulta, porque cuando surgen los movimientos de oposición a una ley fundamental como la de Educación Sexual Integral ahí están juntas las iglesias cristianas, reclamando la propiedad privada de los cuerpos capturados por el gobierno de los padres que dice en nombre de la patria potestad –que ya no existe como figura legal– #ConMisHijosNoTeMetas.
¿Y por qué el seguidor monógamo del Papa llama a las feministas? ¿Por qué elige montar su escenario poniéndolas en primer plano? Pueden usar el pañuelo verde, dice, él no va a hablar de aborto porque no lo dejan, no es su tema -dice-; el acting de ese viraje que no es tal parece reproducir todos los estereotipos que el feminismo viene a conjurar. No lo dejan esas brujas, como dicen los maridos a las esposas a las que les deben una obediencia tramposa: “la jabru no me deja”. El aborto como demanda concreta es una demanda popular, una demanda de sectores diversos, de las mujeres y de cada una de las personas con capacidad de gestar, una demanda que desbordó las calles y los barrios y que cruzó fronteras para animar a la rebelión en las geografías más remotas pero que ahora no se puede del todo porque ahora el tema es otro, es más urgente cómo ganarle a la derecha y lo nuestro puede esperar. Que queden los eufemismos justo ahora que después de años de fortalecer el feminismo popular para que nuestros deseos y decisiones no puedan volver más a la clandestinidad, justo entonces se nos manda a callar aunque se pueda portar el pañuelo verde. ¿Alcanza con el fetiche del pañuelo? Si es que es posible conservarlo, porque ya se vio en otro acto donde también participaron feministas en la basílica de Luján, que para subir al estrado de las alianzas con la Iglesia hay que estar dispuesta al sacrificio, pintarse del color de la bandera nacional que es el color celeste de la campaña anti aborto. Eso es lo que pide la Iglesia bajo amenaza de siete plagas que van cambiando de nombre: sacrificio.
La basílica de Luján no es cualquier iglesia: es la iglesia que amparó la dictadura. Familia y nación, como máquinas conservadoras de sumisión que nos piden obediencia, son las que están queriendo protegerse. Y la Iglesia como institución pretende articular la unidad en su momento de mayor desprestigio histórico, frente al escándalo global de la pedofilia y a la historia de la quema de brujas, a la tortura de herejes, a la persecución macartista.
Sabemos que Grabois es marginal en relación a su capacidad de incidencia electoral. Funciona condensando un objetivo que es otro. Se trata del disciplinamiento al movimiento feminista, a su capacidad de conmover jerarquías, de poner en juego otros modos de hacer política, de inventar códigos diferentes para pensar la acumulación de poder. El disciplinamiento consiste en tratar de bajar el tono, de “bajar un cambio” como aleccionó un legislador a otra que demandaba el derecho al aborto. Se trata de hacernos creer que podemos trasvasar nuestra potencia a un armado electoral que pueda ganarle a la derecha de la Alianza Cambiemos pero poniendo en remojo nuestro deseo de ya no esperar más por el mundo que estamos construyendo ahora mismo. En nombre de enfrentar al gobierno, el discurso de la unidad nos vuelve a disciplinar, a poner bajo la jefatura de los varones más reaccionarios y misóginos. No podemos tolerar este retroceso. No en nuestro nombre. No en nombre del movimiento feminista.
El movimiento feminista disputa espiritualidad política. El feminismo es una mística y un tipo de afectividad que cuestiona las jerarquías de todas las organizaciones. El feminismo es revolucionario porque rompe el pacto obediente con las masculinidades que nos llaman al orden. El movimiento feminista es radical y es masivo, es transclasista y es plurinacional. Por eso ha despertado una ofensiva militar, financiera y eclesiástica con la que nos quieren volver a disciplinar en cada espacio organizativo, a encerrarnos en nuestras casas, a acatar la autoridad de unos padres abusadores. Pero nosotras, a la obediencia y a la clandestinidad no volvemos más. Nosotres estamos para tejer alianzas transversales, para apoyarnos entre feministas aunque pensemos y actuemos en campos políticos diversos. Nosotras, nosotres tenemos la fuerza para jaquear los sistemas de opresión que delatamos, desnaturalizamos, denunciamos. Nosotras no nos callamos más. Entre nosotres nos podemos proteger y no entregarnos en sacrificio, no volver a ser esos cuerpos que cosen botones para que otros se calcen el traje. No vamos a volver a ser las sacrificadas que postergan su agenda y marchan prolijo para no hacerle el juego a la derecha; porque con ese mismo recato de lavar trapos sucios adentro se callaron históricamente los abusos y las violencias: en las casas y en las calles, en el trabajo y también en las organizaciones. En cada ámbito donde queremos revolución. Y el tiempo es ahora. Contra el sistema de sacrificio, culpa y castigo; que propone la iglesia y los patriarcas suscriben porque añoran el orden que protege sus privilegios, nosotras decimos que nos mueve el deseo de cambiarlo todo. Porque a ese régimen que es un calobozo como al que a diario se arroja a los cuerpos lgbtiiq por deambular o por besarse, a las putas por cobrar, a les pobres por existir igual que a les migrantes, a les que resistimos en las calles, a las que deseamos y perseguimos nuestro deseo, a les que abortamos, a ese régimen lo vamos a desarticular y a ese calabozo, como decía nuestra matriarca trava Lohana Berkins, no volvemos nunca más.
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