Primero, el caso: con más de 35 años preso, Ricardo Melogno es el detenido «más antiguo en un dispositivo psiquiátrico», informa la Procuración Penitenciaria de la Nación. Cumplida su condena nadie se anima a firmar su libertad definitiva. A sus 19 años, Melogno cometió cuatro asesinatos idénticos a lo largo de una semana. Luego se detuvo. Durante un mes, la policía investigó sin resultados. La cobertura periodística estaba tan extraviada como la Justicia y daba rienda a morbosas hipótesis.
«Es el que viene», esa seguridad interior impulsaba a Melogno a parar un taxi, dar una dirección cerca de la casa de su madre para luego asesinar fríamente al chofer de un disparo en la sien derecha. Después del homicidio, se fumaba uno o dos cigarrillos en el auto y al terminar se iba a comer a una pizzería del barrio. Más tarde colocaba los documentos de sus víctimas en un pequeño altar en un cobertizo de su casa paterna. Finalmente, su hermano y su padre lo entregaron al juez Miguel Caminos con la promesa de que no lo lastimarían: «Era una policía brava la de aquella época, muy de apremios ilegales», le apunta ese magistrado al escritor Carlos Busqued.
Hace casi una década, Busqued impactó con su primera novela Bajo este sol tremendo. Este año, mantuvo la vara alta con una pieza de no ficción, Magnetizado (Anagrama). Tras un año de conversaciones con Melogno en el pabellón psiquiátrico de la cárcel de Ezeiza, el escritor hizo más que reconstruir un caso enigmático: ensambló las partes de una historia fuera de lo común con dos herramientas tan raras como valiosas: escuchar y escribir.
Busqued decidió aparecer lo mínimo necesario para que el relato fluyera. La voz de Melogno domina el libro, pero no la del joven asesino de 20 años, sino la del adulto que atravesó el infierno del sistema psiquiátrico penal y para sorpresa de muchos no sucumbió. El relato obtiene parte de su fuerza de la química entre el escritor y el convicto, del que habla con simpatía durante toda la entrevista.
«Sintonizo con la gente rota», dice Busqued en un bar luego de que un joven con severos problemas de comunicación se le acercara antes de la entrevista y comenzaran una extravagante conversación que se mantuvo blindada para este cronista. Al terminar, comenta: «Tengo familiaridad con este clima, pero me permito el humor porque de alguna manera me es inevitable. Además no es aburrido, me produce un interés genuino. No quiero exagerar, pero todo lo que me sucede es así. Sintonizo con cosas y personas más bien rotas. Eso me llama la atención y todo lo otro me aburre soberanamente. Me implica un trabajo gigante acompañar el funcionamiento del mundo. Tengo un sobrino contador y disfruta su trabajo. Envidio eso, pero para vivir así hay que seguir las reglas del resto y eso es tremendo».
Sin embargo, para relatar no se pude estar totalmente «capturado», es necesario cierto distanciamiento. «Sí, supongo que al tener un pie en este otro lado, hay una tensión y puedo registrar ese otro mundo. Cuando estás del otro lado, ya vivís ahí y no lo ves como algo a ser contado. Tal vez es esa tensión de un pie en cada lado… Hay un poema de Carver que dice «parte de este mundo y sin embargo parte de aquel», reflexiona Busqued.
La causa de los asesinatos de Melogno, siempre mencionado como Ricardo por Busqued, nunca fue determinada. El misterio sobre el origen del mal que impulsó esos homicidios recorre el libro. Pero también el encanto de una voz capaz de contar los hechos más atroces, de los que fue víctima y victimario, con una honestidad que desarma al lector y le impide detener la lectura.
–Para Melogno, la división en dos mundos es literal.
–La diferencia con el otro mundo es que ahí él era alguien, acá no era nadie. Hay un momento muy lindo de Ricardo en el que, explicando su presencia en el mundo real, dice: «Yo me siento como en un rincón oscuro de una fiesta mirando encantado lo que hacen los otros». No lo dice con rencor. Su posición frente a los otros es esa. La palabra «encantado» le salió limpísima.
–Sin embargo, en algún momento hablás de monstruo.
–Pero no en el sentido moral, sino de lo no usual. Es un monstruo sin regodeo, y eso lo hace inasible. Ricardo es puro desconcierto, eso lo hace inquietante. Sólo hay un regodeo cuando cuenta que estaba matando a un taxista y después se va a comer una milanesa de pollo y una mousse de chocolate. Ahí se regodea, pero en la mousse. Entonces es un desconcierto muy grande, porque ser él es una desgracia que le pasa a él mismo.
–Él relata su vida, la infancia con una madre abusiva, los asesinatos, el tenebroso mundo penitenciario, pero no es un discurso loco.
–Él no es el mismo congelado de aquel momento, hace treinta y pico de años. Es el resultado de todo eso que pasó. Ahora es otra persona, no sabemos bien qué clase de persona, pero sí otra. Él no aliviana su responsabilidad, lo asume como parte de su vida, y a su vez puede pensar sobre eso. No está anclado en esos asesinatos. Pero nadie es el mismo que hace 20 años. Nos filtraron 30 coladores, entonces estamos distintos. Claro que sus coladores fueron bastante más ásperos.
–Además de hablar de su experiencia de un modo tan honesto, tiene hallazgos en frases, pensamientos.
–Incluso hasta cierta poesía. Porque la literatura tiene la comunicación con un otro. Pero todo eso que dice es para él, tiene la poesía de lo que sucede en sí mismo. No es una posición construida ante otro. No es un relato o un mensaje para presentarle al otro. Hay un vuelo que no había sido percibido, ni siquiera por él. Ricardo es una persona notable que estuvo oculta mucho tiempo.
–El libro no plantea los crímenes como un enigma.
–Es un libro sin promesas. Hubiera sido una injusticia, primero porque es una historia muy triste. Es un tipo que estuvo sepultado. Lo más parecido a la justicia que puedo hacer es escucharlo. Porque todo el que habló con él emitió un juicio. Entonces, si puedo hacer una reparación en esta historia, es escucharlo. A la mayoría de los que leyeron el libro, les cae bien, más allá de que siempre hay algún lector facho.
–Cuando trabajaste el libro, ¿pensabas en el lector?
–Sí. Prefiero dejar cosas afuera a aburrir. No me puedo permitir que alguien cierre el libro por estar aburrido. Entonces, sí, está muy editado, pero respetando su voz y para que sea más accesible el costado interesante de la historia. Pero si hasta la vida de San Martín debe ser un embole si no hay un recorte o una edición. Yo soy esa clase de lector. En el único lugar en que no me parece mal ser fascista es cuando leés, porque no jodés a nadie. Me aburriste, te largo. Es mi derecho. Porque cuando me muera voy a extrañar esos diez minutos de mi vida que pasé leyendo un embole.
–Vayamos al centro del relato, los crímenes inmotivados.
–En ese momento, lo más parecido a una reflexión que se me ocurrió era un grabado de Escher que se llama «galería de grabados», que presenta un problema en el centro, que está en blanco. En Ricardo el núcleo de interés es la semana de asesinatos, que tiene un antes que la propicia y un después que es la consecuencia. No sabemos cuál es el camino que nos lleva a ese evento central, no conocemos su naturaleza. El núcleo es un gran signo de pregunta. Explicar esto es un quilombo. Entonces, de unas 20 páginas en las que intentaba explicar esto, quedó ese breve relato del juego de miradas con el espejo. Estamos ante una historia deformada con un núcleo insondable.
–¿Por qué incluiste al juez, a la psiquiatra, fragmentos del legajo, de diarios.
–Para que el lector no caiga en cierto encanto del personaje. Porque nadie tiene el caso en la memoria, entonces dan un contrapeso, y funcionan como un estéreo. El lector tiende a creerle al discurso de la normalidad. Pero al final están en consonancia con lo que él cuenta. El juez que lo detuvo me preguntó: «¡Ah, Melogno!, ¿sigue preso? ¿Cómo anda?». Sentía una curiosidad honesta, sin hostilidad. Pero aun así, son el discurso del orden. Voces que dan una pequeña geometría, porque el centro son los crímenes y están en el medio del libro. No lo guardo para el final. Alrededor de ese núcleo de interés fui armando murallitas, que son esas otras voces. Y la geometría es que el libro abre con palabras de otro cuestionándolo: «Hay gente que te vio levitar». Es decir, sos un monstruo. Y termina él diciendo «quiero ser una persona». Ese viaje alinea todo. «
Historieta y otros vicios
En el libro, Busqued y Melogno tienen un diálogo bastante nerd sobre las historietas de Editorial Columba. Sobre ese tema volvió durante la charla: «Columba es otra parte de la cultura argentina, ignorada casi por completo. Robin Wood ha tenido más lectores que todos los escritores argentinos de toda la historia sumados. Un tipo con vuelo, no es Nik».
«Wood es paraguayo, muy lector e inmensamente culto, después de trabajar en una fábrica, se juntaba con otro a hablar de cultura sumeria: ahí nace Nippur. Vos te comías a esos personajes. Un diseñador de mundos. La historieta culta lo marginó, aunque tuvo algunos reconocimientos. Él dice algo que es cierto, lo leían el policía y el obrero de la fábrica, la verdadera literatura peronista es la mía, decía».
«A la Fierro la quiero», confiesa. Y en la conversación se mezcla otra de sus actividades: ensamblar maquetas de aviones históricos. «Ahora le estoy armando un avioncito a Carlos Sampayo, el guionista de Alack Sinner. Es una historieta muy picante y tardé mucho en entrarle, pero cuando la entendí me maravilló, incluido el dibujo. Lo leí mucho tiempo. ¡La sensibilidad de ese personaje!», dice admirado. «Hace poco conocí a Sampayo y hablamos de aviones. A él le gusta mucho un policarbon biplano y yo tengo uno posterior a ese pero basado en el mismo modelo».