El miércoles pasado, la Facultad de Ciencias Sociales fue testigo de un hecho no muy habitual para la UBA. El filósofo e historiador ruso Aleksandr Guélievich Duguin, especialista en historia de las religiones pero también experto en Geopolítica, ofreció una conferencia magistral auspiciada por el centro de estudiantes. Con una impronta personal que el estereotipo asocia a la Rusia clásica una barba crecida y canosa al estilo del consejero del zar Grigori Rasputín, Duguin expuso su visión crítica de la actualidad y deslizó algunos conceptos clave de su obra más conocida, La Cuarta Teoría Política. Duguin hizo un durísimo cuestionamiento al liberalismo como filosofía política. También criticó al marxismo y al nacionalismo histórico, teorías políticas que considera agotadas, desmentidas por la historia o perjudiciales para el bienestar del ser humano. Frente a él, en la planta baja de la sede Constitución de Sociales, lo observaba un auditorio compuesto mayormente por jóvenes universitarios y graduados en las carreras que se dictan en esa facultad.
El pensamiento de Duguin no está exento de polémica, al menos en los ámbitos universitarios de Europa Occidental y EE UU. El ruso rescata textos de intelectuales tradicionalistas que llamaron a rebelarse contra la Modernidad, como el filósofo italiano Julius Evola, lo que le valió ser asociado a la categoría de «fascista». En paralelo a su condición de intelectual, Duguin tuvo un paso por la actividad política: fue consejero del Partido Comunista de la Federación Rusa; aportó su pensamiento para la creación del Partido (ilegalizado en 2005 y autodisuelto en 2010) Nacional Bolchevique, del que también formó parte el escritor Eduard Limonov. En 2002 fundó el partido Eurasia, al que alimentó de su visión geopolítica sobre la conveniencia de gestar una alianza que, no por casualidad, promueve Vladimir Putin entre Rusia, Irán y Turquía para consolidar un bloque continentalista, «la civilización de la tierra».
Esa convergencia, según Duguin, se está convirtiendo en un contrapeso global para el bloque atlantista (por la OTAN pero no sólo) y tiene una diferencia sustancial con el otro eje, que lideran EE UU-Gran Bretaña: mientras que el bloque atlantista, plantea el filósofo ruso, se guía por el libre comercio y el liberalismo político, la estructura geopolítica de la tierra (Eurasia) se basa en otros valores: la religión, la identidad colectiva y la tradición de cada territorio. Estos planteos y muchos otros estuvieron presentes en las cuatro ponencias que realizó Duguin durante su reciente paso por Argentina. Considerado por la prensa como un intelectual de consulta del propio Putin, Duguin habló en la CGT de Córdoba, en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra, donde lo escucharon 150 civiles y militares de alta graduación. Las cuatro disertaciones fueron apadrinadas por el Centro de Estudios Estratégicos Sudamericanos (CEES), think tank dirigido por el gremialista Julio Piumato (UEJN) y el filósofo Alberto Buela.
El miércoles, al finalizar la conferencia en la UBA, Tiempo entrevistó a Duguin. La conversación giró en torno a sus fuertes críticas al liberalismo y el regreso triunfante al menos por ahora del neoliberalismo a la Argentina.
¿Por qué el liberalismo encarna un peligro?
El futuro ha sido ganado por el liberalismo. El poder está en las manos del capital global, de la elite política capitalista liberal occidental, que impone las normas, los valores, que declaran ser los valores universales. Ese liberalismo, hoy, no tiene un enemigo. Quiere encontrar, o crear, su enemigo en el islamismo radical, o en la figura de (Vladimir) Putin. El liberalismo, a través de los principios de los Derechos Humanos, quiere establecer la idea de que no hay ninguna diferencia entre los individuos. Que no cuentan ni el género, ni la Nación, ni la etnia, ni la identidad étnica, ni la identidad religiosa. Esa es la idea clave del liberalismo. La supuesta libertad del individuo contra las identidades colectivas. Hoy en el mundo podemos ser liberales de izquierda o de derecha. Incluso, en algunos casos, podemos ser liberales de extrema izquierda, como el AntiFa norteamericano. O la extrema derecha liberal, como los ucranianos nacional-socialistas que luchan contra los rusos, que están a favor del liberalismo occidental. En definitiva, podemos ser liberales de cualquier sesgo pero no somos libres de no ser liberales. Eso es muy importante. El libro más importante del liberalismo en el siglo XX es el libro de Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos. Ese es el programa de George Soros. ¿Qué es lo más importante de ese libro? La primera parte es la parte buena: «todos», «abierta», «sociedad», «invitación a todos a participar», es muy simple. Pero poca gente remarca la segunda parte. Ese tramo, ya desde el título, es muy diferente: «sus enemigos». ¿Qué es lo que nosotros debemos hacer con los enemigos, entonces, de la sociedad abierta? O reeducarlos, o eliminarlos.
Usted sostiene que el liberalismo tiene una cara totalitaria, post humanista, que avanza sin parar. ¿Podría profundizar?
El liberalismo es el proceso histórico de la liberación del individuo. Pero no todo es tan evidente como parece. Porque el individuo no existe. El individuo puro no existe. La persona concreta, el ser humano, es un punto de confluencia de muchas identidades colectivas. Por eso, el proceso de liberación del individuo de las identidades colectivas (la religión, clase social, nación, género) se produce al mismo tiempo que la creación de este individuo, que no existe. (John) Stuart Mill, el autor más importante del liberalismo, decía que existe liberty y existe freedom. Liberty es libertad de algo. Freedom es libertad para algo. El liberalismo es libertad «de» algo. ¿De qué? De esta identidad colectiva. Pero eso es negativo. ¿Quién está realmente liberado? No está claro. Porque quien aparece después de esta supuesta liberación no es ya el hombre: es el simulacro. La máquina, el robot, el cyborg. Porque liberando a este ser indefinido de unas cosas concretas, las identidades colectivas, aparece algo que es post humano. Es post humanismo. No es casual. Y el neoliberalismo, en esa línea, es el nihilismo puro. Cuando la gente no comprende esto, cuando la gente se deja llevar por el progreso, por las tecnologías, por el conformismo y el consumismo, es víctima inconsciente pero sin conocerlo está aprobando este proceso. Todos los pueblos, todas las civilizaciones, todas las sociedades, tienen sus raíces. El neoliberalismo corta estas raíces. Corta las raíces y todos los vínculos. «