El feminismo, como cualquier movimiento masivo, no es uniforme. Hay tendencias, hay disputas, hay posiciones encontradas. Eso es sano, siempre y cuando una parte no quiera adueñarse del todo; siempre y cuando se discuta para construir, con sinceridad, con conocimiento.
En el texto “Contra el disciplinamiento, más feminismo” de Ni una menos, encontramos, ya en el título, dos ideas fuertes y falaces. Primero, porque la disciplina es algo que se ejerce fundamentalmente sobre el cuerpo, que tiene que ver con imponer conductas, formas de vida. Y están hablando de la formación del Frente Patria Grande, un frente electoral, que como todo frente, tiene el objetivo de ganar -o aportar para ganar- las elecciones. Espacios distintos se juntan para sumar votos, dejando de lado sus diferencias y acordando puntos en común. Llamarle a eso “disciplinamiento”, es, de mínima, maliciosamente exagerado.
Pero lo peor es el ninguneo que expresa decir que hay que enfrentar eso con “más feminismo”, como si las construcciones que forman parte del frente no lo fueran. Las compañeras del Frente tienen sobrados argumentos para defenderse solas. Así que en esta nota vamos a hablar del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), organización que tiene a Juan Grabois como principal referente; organización que muy pocos conocen.
El MTE, a partir del 2002, lucha por la inclusión laboral de los cartoneros, pero fundamentalmente, de las cartoneras, que son mayoría y tienen los principales espacios de conducción de todas las cooperativas. Con organización popular, cientos de mujeres salieron de la exclusión y de la dependencia económica. Se crearon el laburo a partir de lo más precario y hoy tienen un salario y derechos laborales dignos. Muchas mujeres, compañeras, hijas y hermanas tienen por primera vez una obra social, licencias, jardines nocturnos para dejar a sus hijos bien cuidados.
El MTE fundó y lleva adelante la primera casa comunitaria que recibe a mujeres con problemas de adicciones al paco y a muchas otras drogas. Las recibe con sus hijos, las recibe si son trans, las recibe aunque no tengan un peso partido al medio. Y no solo trabaja por su salud, las acompaña en la restitución de todos los derechos que les fueron quitados. Para muchas, su primera salida de la internación fue ir a la marcha del 8 de marzo. Porque es un espacio de puertas abiertas, donde no se las atonta con medicación psiquiátrica, donde se las entiende como mujeres fuertes, capaces de luchar por su vida y de atravesar las violencias, los abusos, los golpes, la discriminación, las estigmatizaciones, las culpas, y de hacerlo organizadas. Esa casa se sostiene porque son ellas las protagonistas del cambio y cualquiera que conozca ese espacio se da cuenta de que ahí se respira feminismo.
El MTE tiene grupos de promotoras de salud y promotoras de género en los barrios más olvidados. Se embarra las patas para ayudar a las familias y compañeras que lo necesitan. Acompaña a las mujeres que sufren violencia de género; mujeres que están esclavizadas laboralmente; da respuestas a problemas de vivienda, alimentación, trabajo digno. El MTE se pelea con las instituciones del estado cuando discriminan y maltratan a las compañeras trans, por el simple de hecho de ser trans.
Es una organización que discute en las cooperativas y centros barriales con los compañeros hombres lo que significa #NiUnaMenos; que discute sobre la violencia de género, que discute sobre los roles que ocupan las compañeras mujeres dentro de cada unidad productiva.
¿Alguien puede pensar seriamente que una organización de estas características, con este tipo de construcción, puede ser conducida por un macho misógino que odia también a las disidencias y cuyo objetivo es «disciplinar» al feminismo?
Las feministas que no pueden ver más allá de su ombligo a la hora de discutir política acusan a Juan de misógino y conservador, pero no saben de todas las veces que puso el cuerpo por compañeras, en situaciones donde no había ningún “colectivo feminista” presente. Sus compañeras lo sabemos y por eso nos da bronca, impotencia y nos hace sentir la necesidad de salir a hablar. Porque no tenemos cientos de miles de seguidores en nuestras redes; porque muchas veces nos olvidamos de sacar la selfie de lo que hacemos entre tanto quilombo. Pero ese laburo existe.
Discutamos el feminismo y cuestionemos el camino que nos toca recorrer, discutamos la cantidad de políticas públicas que faltan y discutamos con los compañeros. Luchemos contra viento y marea por los derechos que como mujeres aún se nos niegan. Organicemos el colectivo feminista, pero hagámoslo también con todas aquellas y aquellos que no necesariamente levantan todas nuestras banderas; porque la mirada sesgada y separatista solo genera sectas. Si tenemos la capacidad de hacer temblar la tierra siendo cientos de miles en la calle, sepamos diferenciar a los enemigos de los compañeros. Y ahí, vamos a ser millones las y los que logremos hacer real el cambio y que se caiga de una vez el patriarcado que tanto nos daña y nos mata a nosotras, las mujeres.
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