Ante las inminentes discusiones acerca del programa nuclear de la república islámica, la inteligencia de EE UU encontró una excusa para desacreditarla y de paso incriminar a Venezuela y a Cuba.
Lo cierto es que se activaron todas las defensas de la cintura cósmica del oeste –habría dicho Tejada Gómez, parafraseándose burlonamente– y la OTAN mantiene bajo alerta rojo a toda su estructura y al aparataje de inteligencia de los 29 miembros de esa caduca alianza bélica propia de la Guerra Fría. Ante lo difícil que resulta mantener en alto una “realidad” de la que nadie está convencido, la parafernalia publicitaria de los gobiernos de Occidente, que prestamente había sido puesta bajo bandera norteamericana, fue declinando. Ninguna verdad se mantiene en el tiempo prediciendo nada menos que el apocalipsis en una monótona sucesión de potenciales y supuestos: se estimaría, se creería, parecería, habría, quizás y hasta un me dijeron. El ritmo fue mermando, pero nadie se desdijo.
La primera versión, la de fines de abril, decía que “la seguridad de Estados Unidos sigue la trayectoria de dos buques de guerra iraníes cuyo destino podría ser Venezuela”. La agencia española EFE agregó a las malas nuevas que “tanto la intención de Irán como la carga de los barcos son un misterio para Washington”. La “verdad” se había originado en unos dichos de John Kirby, uno de los voceros del Pentágono. De delirio en delirio se llegó al 10 de junio, día de la última versión, cuando se aseguró de improviso que los barcos habían concluido su travesía por el Índico y navegaban por el Atlántico hacia el norte, por costas no precisadas, ya fuera de alguna ruta que contemple a Venezuela, y que “entrarían en julio al Mediterráneo, para seguir hacia Siria y hacer maniobras conjuntas con Rusia”.
En la carrera por los supuestos y los potenciales, siempre sin citar una fuente identificable, CNN les ganó a todos cuando en una sola entrega (4/6/2021) dijo en el primer párrafo que “la inteligencia trabaja para evaluar cuáles serían las intenciones de Irán”, en el segundo que “no está claro si los barcos llevan armas” y en el tercero que “se han monitoreado las naves durante dos semanas sin sacar nada en limpio”. En el cuarto las cosas fueron cambiando y señaló que “el barco parece estar cargado con siete pequeños botes de ataque rápido”, y así hasta el sexto, en el que aparece Kirby para decir que “el Pentágono no hablará sobre cosas de inteligencia, pero nos agradaría señalar que la entrega de armas a Venezuela sería un acto de provocación y una amenaza para nuestros socios”.
Fue el británico The Independent el que el 13 de junio le dio un toque mágico a la patética historia del cándido Pentágono y la CIA desnorteada. En la reseña de una sesión del Comité de Servicios Armados del Senado, a la que compareció el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, citó al demócrata Richard Blumenthal, uno de los hombres de consulta del presidente Joe Biden, para decir que “admitir que Irán ingrese armas a la región me causa gran escozor” y rematar fundamentando su preocupación con un “me contaron que esos barcos traen armas para Venezuela”. Durante todo el proceso Irán sólo habló dos veces, y fue para señalar que tiene derecho a navegar por aguas internacionales y a comerciar con todos los países del mundo. No necesitaba decir nada más, ganó la batalla de la propaganda servida en bandeja, sin invertir nada, gracias a las torpezas del enemigo.
En pleno siglo XXI, con telescopios y radares que pueden medir hasta las palpitaciones del corazón de la luna y satélites que pueden violar la intimidad de todas las alcobas, la mayor potencia del mundo no ha podido seguirles el rastro a dos barcos de una armada que recién empieza a desarrollarse (ver aparte). En estos días, tras un intermedio, Estados Unidos y sus aliados más China e Irán volverán a reunirse en Viena para seguir negociando un tratado que le ponga un bozal a un programa nuclear iraní. Si algo no quiere el gobierno de Biden es acordar en algo, cualquier cosa, con Irán, pero promover el fracaso del diálogo fraguando una ayuda militar imaginaria, sólo para asustar a sus socios, parece mucho y demasiado torpe. Claro que por torpe ya se sabe de lo que es capaz un elefante en un bazar.
Un buque y una fragata repletos de fantasmas
Los expertos del Pentágono dicen que el Makran, el barco iraní que protagoniza la versión siglo XXI de la novela de los mares, es “una temible base expedicionaria” a la que poco le falta para equipararse al Caleuche, el navío de la leyenda mapuche que navega por encima y por debajo de las aguas. Es, agregan, una plataforma desde la que podrían desprenderse aviones no tripulados, helicópteros suicidas y naves de ataque. Los iraníes creen, modestamente, que el Makran y su acompañante, la fragata Sahand, son apenas dos buenas muestras del desarrollo alcanzado por su incipiente industria bélica. Especialistas de USA The Drive coinciden con los iraníes y dicen que esos dos barcos no representan ningún peligro para el mundo occidental.
El Makran, explican, es un petrolero de 755 pies convertido en plataforma de apoyo para navegar aguas adentro. No tiene la protección propia de un buque militar, lo que lo hace vulnerable, pero es grande y puede transportar suministros y equipos. Tiene un helipuerto y lleva siete lanchas rápidas Peykaap II que pueden prepararse como torpederas o misilísticas de corto alcance. Cuando se piensa en una fragata, dicen, “pensamos en la USA Arleigh Burke, con 9000 toneladas de desplazamiento y 96 celdas de lanzamiento de misiles, o en la 055 de China, con 13.000 toneladas y 112 celdas. Pero la Sahand sólo desplaza 2000 toneladas y lleva cuatro misiles antibuque y algunos de defensa aérea”. Joseph Trevithick escribió en el USA The Drive que, de existir, “esta excursión iraní sólo es un gesto simbólico con cierto alcance geopolítico”.
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