California es el estado más rico de Estados Unidos, tiene 39 millones de habitantes y aporta cerca del 20% de su PBI anual. Si fuera un país independiente su economía sería la sexta del mundo, peleando el lugar con Gran Bretaña. Ahora, tras el resultado de la presidencial, comenzó a crecer la idea de la secesión, habida cuenta de que como lo vienen haciendo tradicionalmente, votaron a los demócratas, que ganaron la elección pero pierden en el colegio electoral contra un candidato que representa valores diametralmente opuestos a los liberales que imperan en ese territorio. Para no perder originalidad, lo que plantean, tomando el modelo británico, es el Calexit, que no es dar una vuelta el carrousel sino irse de la Unión.
Mientras tanto, los analistas desmenuzan las razones del triunfo de Donald Trump en lo que se conoce como el «cinturón de óxido», la cuenca industrial ahora venida a menos por la globalización y la deslocalización de empresas hacia confines con menores salarios, México o China.
Entre el óxido de la devaluada Detroit, y la sofisticada tecnología de Sillicon Valley se fue produciendo una grieta que la llegada del misógino y xenófobo Trump a la Casa Blanca puede exacerbar si es que no incorpora los tratos que suele exigir la política estadounidense. La pregunta es cómo pudo ocurrir eso, tanto el triunfo de Trump como la grieta social y económica.
Las respuestas son variadas. Por un lado, la industria de los «fierros» fue perdiendo competitividad con Alemania, China y los países asiáticos. Barack Obama planeaba resolver esa situación con los tratados transatlántico y transpacífico, pero el magnate percibió que ahí había una brecha en la que colar un discurso sencillo pero eficaz. «Hay que poner freno al ingreso de mercadería importada y defender la mano de obra local con frenos aduaneros», dijo, y se ganó la estima de los nuevos pobres blancos.
Las tecnologías de punta estadounidenses marchan a la vanguardia en el mundo, y en el plano específico de la informática, casi nada de lo que ocurre en el planeta queda al margen de algún sistema -incluso de vigilancia- que no pase por Estados Unidos. Allí no necesitan trabas sino más bien que los mercados permanezcan abiertos tanto como sea posible. No sea cosa que el ejemplo cunda.
El obrero del fierro del que se habla es un ciudadano blanco y sin demasiada preparación teórica acostumbrado a salarios altos y beneficios sociales que ya no están a la moda por aquellos sitios. El tecnológico tiene estudios universitarios y trabaja con las mejores condiciones laborales, desde horarios flexibles hasta participación accionaria.
El mundo de Henry Ford se da de bruces con el de Steve Jobs. Por eso en el «rustbelt» se inclinaron por Trump los obreros de cuello azul, mientras que son demócratas las capas medias ilustradas de jean gastado. En California aparecen, en este contexto, voces que se plantean dejar de pertenecer a Estados Unidos. No hay mucha diferencia en lo que plantean desde hace algunos años los catalanes en España. No extrañaría que los escoceses repitieran su deseo independentista, ahora que en Gran Bretaña ganó el Brexit, pero no en ese norte que también supo tener un cordón industrial próspero y orgulloso de su destino.