Un exmilitar que defiende a la dictadura y es llamado «mito» por sus seguidores

Por: Pablo Giuliano

Perfil del futuro presidente de Brasil.

Jair Messias Bolsonaro tiene en su despacho de diputado, en el Congreso, la fotografía de los cinco dictadores que gobernaron Brasil y que son su referencia para gobernar al principal socio de Argentina con mano dura, economía abierta y una combinación entre el poder militar y el evangélico.

Muchos de sus críticos dicen que su plan de gobierno estará basado en el plan económico de la dictadura pinochetista por parte del economista Paulo Guedes, un financista que es su mano derecha y que prometió «privatizar todo lo posible», inclusive la gigante petrolera Petrobras.

El proyecto es inédito en la historia de Brasil y lo comanda este ultraderechista nacido en Glicerio, interior de San Pablo, el 21 de marzo de 1955, nueve años antes del golpe de Estado que tanto reivindica y que forma parte de un discurso anticomunista que ha encendido a sus seguidores al fanatismo.

Paracaídista del Ejército, Bolsonaro abandonó la fuerza en 1988 con escándalo, acusado de preparar atentados contra el gobierno de José Sarney en reclamo de aumentos salariales. Desde entonces, fue un diputado del submundo, casi folklórico reivindicando a la dictadura, el machismo, la homofobia, el cierre del Congreso como un fujimorazo y hasta la tortura.

El mundo lo conoce por el discurso que sus seguidores más gustan: fue en abril de 2016, cuando hubo que votar el juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff.

«Por la memoria de Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff»», al recordar la prisión política y la sesión de 22 días de tortura a la que ella fue sometida durante la dictadura.

Las declaraciones de Bolsonaro no hicieron mella entre la mayoría de los electores, que colocaron según Mauro Paulinho, de Datafoha, cuestiones como ‘mano dura’ contra la delincuencia, cuestiones morales como educación pública sin educación sexual, y atribuir a su rival del Partido de los Trabajadores el monopolio de la corrupción.

Durante diez años Bolsonaro perteneció al Partido Progresista (PP), la fuerza más involucrada en el escándalo de Petrobras pero se desmarco a tiempo y su figura se fue mimetizando en las manifestaciones con camiseta amarilla a la figura del célebre juez federal Sérgio Moro, quien llego a condenar al exp residetne Luiz Inácio «Lula» da Silva.

La esposa de Moro hizo campaña en las redes sociales a favor de las ideas de Bolsonaro.

Bolsonaro era visto como un chavista de la primera hora en los años noventa pero actualmente está alineado a las formas de Donald Trump, aunque su plan económico está en las antípodas del proteccionismo o los subsidios, sino que alerta a los industriales, que le pidieron no abrir tan rápido las aduanas a los importadores.

Su popularidad, pese a sus declaraciones racistas en un país con el 53% de afrodescendientes, se consolidó desde la cama de un hospital, tras haber sido acuchillado en plena campaña, el 6 de septiembre, lo que lo obligó a estar 23 días internado.

El interrogante de Bolsonaro será sobre su diálogo con el Congreso, la presencia militar en el Congreso y el poder que tiene el general retirado que es su compañero de fórmula, Hamilton Mourao, quien se pronunció a favor de eliminar el aguinaldo.

Un ajuste contra el déficit fiscal récord que deja Michel Temer es esperado por inversores.

Sobre Bolsonaro habrá una amenaza de la justicia electoral: según una investigación del diario Folha de Sao Paulo, sus amigos empresarios financiaron ilegalmente la campaña por Whatsapp con fake news sobre sus opositores. El militar que parecía un solitario gritón en el Congreso llegó a los más alto y busca irradiar su línea hacia el resto de América Latina. «El Mercosur no puede ser bolivariano y ni ser ideológico», es el guiño que dio al vecindario.

Alineamiento a Estados Unidos, Israel y Japón deberán prevalecer por sobre la comunista China, que es el principal socio de Brasil. La apuesta es alta porque Bolsonaro quiere poner en prioridad a Israel y a Taiwán, cambiando radicalmente incluso la visión de los generales Costa e Silva, Emilio Garrastazú Médici, Ernesto Geisel y Castello Branco y Joao Baptisa Figueiredo que comandaron la dictadura y que están colgados en su despacho.

Hasta hoy sus seguidores le decían mito por luchar contra lo que se llama políticamente correcto. A partir de ahora el mito deberá ser presidente.

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