Los últimos días del año se presentan agitados para el mandatario de EE UU: debió cerrar su fundación por problemas legales, la injerencia de Rusia en la campaña, peleas con la oposición por el muro fronterizo y altos funcionarios de su gobierno que lo siguen abandonando
La noticia de que los soldados estadounidenses dejarán Siria, como suele hacer el mandatario, la dijo por Twitter. «Hemos derrotado al Estado Islámico en Siria, la única razón para estar allí durante la Presidencia de Trump», escribió el mismo Trump y desató la sorpresa en analistas y sobre todo entre funcionarios de su propio gobierno. Todos recordaron que en abril pasado había hecho un anuncio similar y a los pocos días ordenó un ataque con misiles Tomahawk luego de que informaciones surgidas de fuentes británicas y francesas afirmaran que el gobierno de Bashar al Assad había lanzado armas químicas sobre en un hospital, un dato nunca comprobado como real.
A esto agregó que también volverían militares apostados en Afganistán, un país ocupado desde hace 17 años por efectivos estadounidenses y sumido en un escenario devastador. En Siria, todo indica que la decisión de irse fue acordada con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.
El polémico inquilino de la Casa Blanca prosiguió con su fiebre de tuits con uno en el que se justificaba preguntándose si Estados Unidos debe ser el «policía» de Medio Oriente. En otro mensaje consideró que «es tiempo de que otros peleen finalmente» contra los terroristas. A este siguió otro en que señalaba que «Rusia, Irán, Siria y otros muchos países no están contentos con la salida de Estados Unidos (…) porque ahora tendrán que luchar contra EI ellos».
Los primeros en mostrar su descontento fueron los kurdos. EE UU había acordado en 2014 su apoyo en la lucha contra los yihadistas. El plan implicaba que una vez derrotados los extremistas islámicos, podría comenzarse a hablar de construir la nación kurda en los territorios liberados. El punto es que tanto el gobierno sirio como el turco buscan destruir al EI pero no tienen la menor intención de ceder espacio para un estado kurdo. La noticia de que Erdogan y Trump hubieran acordado el retiro de tropas no hizo sino generar alarma en la región.
Esa es una de las razones para le renuncia de Mattis. El general, que mantiene fuerte prestigio dentro de las filas militares, ocupaba el cargo de secretario de Defensa y cuando fue designado tranquilizó a muchos críticos del presidente porque evaluaron que es un hombre racional que no habría de permitir “la locuras de un hombre como Trump”. Ahora, tras el anuncio presidencial, en su renuncia hace hincapié en “la necesidad de tratar a los aliados con respeto”, en referencia a que los kurdos esperaban que no terminaran abandonados por Washington. Pero también a Gran Bretaña y Francia, que en el ataque de abril jugaron su parte y buscan el paraguas estadounidense para irse del todo de esa parte de mundo.
«Usted tiene el derecho de tener un secretario de Defensa cuyos puntos de vista estén mejor alineados con los suyos… creo que lo correcto para mí es renunciar a mi cargo», anotó Mattis en su carta de dimisión. Los más encumbrados dirigentes del Partido Demócrata lamentaron esta decisión. Lo que revela de qué se habla en las esferas del poder en EE UU: Trump anuncia otra vez que se pone en marcha el plan de retiro de tropas de esa región que fue caballito de batalla de la campaña de Barak Obama en 2008. Y Mattis, como dijeron incluso los medios hegemónicos, era el que frenaría las locuras trumpianas.
Otros conocedores de los entresijos del poder en Washington perciben una política no tan pacífica en esta movida de Trump, sino que encarna peligro para los latinoamericanos. De alguna manera el retiro de tropas representa el reconocimiento de una derrota en un territorio en el que durante la gestión Obama, EE UU había intentado asentarse. Una derrota incluso que le deja la zona servida a Rusia, que puso todas las fichas para salvar el gobierno de Al Assad y lo pudo sostener.
Para el francés Tierry Meissan, fundador del portal Voltairenet, Trump en realidad está llevando a cabo una estrategia que surge de su consejero de seguridad John Bolton para meter baza militar en el patio trasero. En la mira de la administración están por supuesto Venezuela y Cuba, para lo cual cuentan con un nuevo aliado de armas llevar desde el 1° de enero, Jair Bolsonaro.
A la lista se fue agregando en los últimos meses Nicaragua. Este jueves, también, dio luz verde a un proyecto que se conoce como la Nica Act, una ley fogoneada por anticastristas fervorosos como Ileana Ros-Lehtinen, Ted Cruz, Marco Rubio y el demócrata Bob Menéndez, que condiciona la aprobación de préstamos internacionales al gobierno de Daniel Ortega a la llamada a elecciones en ese país centroamericano. Ortega fue reelecto con 65% de votos en 2017 y tiene mandato hasta 2022.
Pero todo este zafarrancho fue sazonado, como también suele hacer el presidente, con un toque bizarro. Y en un video, vestido con uno de esos viejos mamelucos de granjero propios de una novela de John Steinbeck, y acompañado por la actriz Megan Mullaly, se lo vio cantando, horquilla en mano, un tema musical de una comedia de los años sesenta, Green Acres. Celebraba así la aprobación de una ley agrícola que otorga ayudas por 867 mil millones de dólares a agricultores afectados por la guerra comercial.
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