Los líderes de EEUU, Rusia y Arabia Saudita negocian en una contienda por la energía que mueve al mundo. En un contexto de recesión por la pandemia que tiró los precios del crudo a mínimos históricos.
Complicado panorama para Vaca Muerta.
La pregunta sería como se llegó a este punto. Porque no se trata de una contienda que apareció a medida que el coronavirus se fue extendiendo en el mundo, pero si mucho tiene que ver el estado en que se encuentra hoy ese negocio con las cuarentenas por el Covid-19.Viene a cuento entonces recordar que a principios de marzo los países productores no llegaron a un acuerdo que hubiese permitido bajar la extracción del mineral para mantener el precio, que ya venía en picada por la crisis económica internacional.
Sin acuerdo entre Rusia y Arabia Saudita.
Se derrumban las bolsas por el coronavirus.
Trump se mete en la guerra del fracking.
Pero ni así lograron estabilizar los precios. Un mercado como el del petróleo, en el que se comercializan expectativas -o sea, se vende a un precio que se estima para dentro de un plazo determinado- es impredecible en la recesión actual por el coronavirus.
Pero además, no es fácil reducir la producción en algunos lugares del mundo. Eso implicaría desactivar algunos de los pozos, lo que en ciertos casos puede significar la pérdida total de ese yacimiento por las particularidades del suelo y la tecnología para la extracción.
Cuentan los que saben de eso que en Arabia Saudita la cosa es más sencilla pero en Rusia no resulta fácil cumplir con ese compromiso, somo señala Joshua Yaffa en la revista Newyorker. Pero hay un problema adicional en esta guerra de a tres: Estados Unidos, que con Trump alcanzó la soberanía energética, como no se cansa de repetir, necesita que el barril cotice sobre los 50 dólares porque la producción con que inunda el mercado es de fracking.
Si la industria extractiva ya venía en falsa escuadra antes del coronavirus, ahora es todo mucho peor para la producción norteamericana. De allí que el valor negativo del barril en el petróleo del lunes fue el denominado WTI (West Texas Intermediate), que ya no hay dónde almacenarlo. El Brent, del Mar del Norte, se mantenía en torno de los 20 dólares.
Esta crisis de la energía fósil alentó las esperanzas de que fructifiquen las fuentes renovables o alternativas. En tal sentido, un artículo del portal Huffington Post revela que un grupo de legisladores de Nueva York quieren exigir que los bancos, los gestores de activos y las seguradoras no puedan invertir en negocios del petróleo, el gas y el carbón, en beneficio del medio ambiente.
Entre los objetivos de esos concejales neoyorquinos están el gigante JPMorgan Chase, el fondo de inversiones BlackRock -tenedor de una parte importante de los bonos de deuda argentinos- y la compañía de seguros Liberty Mutual.
Los ecologistas que más conocen de cómo se maneja este mercado, en cambio, alertan sobre los riesgos de un cambio radical en la producción energética. Es así que advierten que si la industria del esquisto de Texas se va al demonio definitivamente y abandonan los pozos en el estado en que se encuentran, el desastre ambiental sería aún peor ya que se liberarían sin control los gases contaminantes.
De todas maneras, para la industria estos momentos no son todos negativos. Por un lado, sólo en Texas, estado petrolero tradicional, el gobierno autorizó la perforación de 1175 pozos, un 30% más que el año pasado.
«La construcción de una nueva infraestructura de combustibles fósiles y la expansión de la producción durante un gran exceso de suministro de petróleo es una locura», reflexionó Collin Rees, miembro de la ONG Oil Change USA, ante el HuffPost.
Lo llamativo es que este crecimiento también afecta al combate del Covid-19, ya que como se quejan muchos profesionales de la salud de esas regiones, la industria del petróleo suele utilizar elementos para la protección de los trabajadores que ahora resultan indispensables para atender a los enfermos, como mascarillas, anteojos y vestimenta segura.
Para sostener a esta industria que ahora reclama ayuda estatal, a pesar de que sigue en marcha como si nada, Trump mantiene su compromiso de siempre. No olvidar que su primer secretario de Estado, Rex Tillerson, era CEO del grupo Exxon y muchos de sus allegados tienen relaciones con la industria energética.
Esa es una buena razón para que ahora haya ordenado a que su gabinete estudie las medidas más adecuadas para un “rescate” de las compañías mas afectadas por el vaivén del precio del crudo.
«Nunca dejaremos caer a la gran industria de petróleo y gas de Estados Unidos», escribió en un tuit. «¡He dado instrucciones al Secretario de Energía y al Secretario del Tesoro para que formulen un plan que ponga a disposición fondos para que estas empresas y empleos tan importantes estén asegurados en el futuro!».
El caso es que, si hay una guerra, también uno puede preguntarse quién va ganando. Las grandes petroleras podrán llevarse una parte de la tajada de subsidios que otorgue el presidente. Las pequeñas, ahora a precio de remate, podrían pasar a manos de grandes inversores que vean la oportunidad.
A nivel geopolítico, si es que hace dos meses Rusia y Arabia Saudita podían torcer el rumbo del mercado golpeando a la producción de fracking, ahora la cosa no esta tan segura. Habían alardeado que podían resistir durante meses a un barril de 20 dólares. Pero terminaron aceptando el consejo de Trump, volvieron a dialogar, ahora por Zoom, y decidieron bajar un cambio en la producción.
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