Hace tres meses iba firme hacia la reelección. Pero viene de soportar el fracaso de Tulsa, nuevas protestas antirracistas, votos desfavorables en el Congreso y la sospecha de que serían muchos millones los infectados en EE UU. Como opinan algunos analistas: ¿es la antesala de un nuevo gran enfrentamiento interno?
Esta semana no fue la más feliz para el empresario inmobiliario, inquilino de la Casa Blanca desde el 20 de enero de 2017. Fue claro el fracaso en la convocatoria a su lanzamiento de campaña en Tulsa, donde sus asesores le dejaron decir que esperaba un millón de asistentes y apenas cubrió un tercio de un estadio cerrado, el Oklahoma Center, con capacidad para 19 mil personas. Culpó de esa escasa asistencia a los manifestantes “radicales” que llenaron las calles contra la violencia institucional, y a los medios. Pero quizás también influyó un dato de estos días sobre el coronavirus. Cuando avanza el verano boreal y se esperaba que el Covid-19 se fuera diluyendo por la temperatura, muchos estados que iban abriendo sus economías comprobaron un recrudecimiento de contagios y plantean una marcha atrás.
Desde los Centros de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) advirtieron además que la cifra de infectados, oficialmente en 2,5 millones de personas, podría superar los 20 millones. La estimación, confiaron a periodistas acreditados, se basa en la cantidad de casos detectados, multiplicados por la tasa de anticuerpos que revelan las pruebas serológicas, que ronda un promedio de 10 a 1.
Mientras, las protestas antirracistas no cesaron y cuando se cumplía un mes del asesinato del afroamericano George Floyd en Minnesota, el jueves la Cámara Baja, controlada por los demócratas, aprobó un proyecto de ley que prevé una profunda reforma policial en todo el país.
El lema que ahora usa Trump para esta nueva etapa de su campaña electoral es «Ley y Orden». El mismo de la campaña de Richard Nixon en 1968, y se agrega al que usó en 2016, MAGA (Hacer a EE UU grande nuevamente, según sus siglas en inglés). En un eslogan consolida, sin decirlo explícitamente, su búsqueda de apoyos dentro del espacio supremacista blanco, la base más fiel de su electorado.
Por eso respondió con una orden ejecutiva que incrementa las penas para quienes destruyan estatuas y monumentos a personalidades esclavistas. Y espera que el Senado, de mayoría republicana, aborte el proyecto de reforma policial de la oposición, que va contra un DNU previo que se limitaba a recomendar la adopción de “los más altos estándares profesionales para servir a sus comunidades”. Trump rechaza “los esfuerzos radicales y peligrosos para eliminar, desmantelar y disolver nuestros departamentos de policía».
La pelea del presidente contra un establishment asentado en décadas de coalición bipartidista se profundizará más de aquí a noviembre. Trump representa un modelo de América aislacionista, la vereda de enfrente del globalismo. Donde ambos modelos coinciden es que al sur del Río Bravo está el patio trasero del imperio.
Este enfrentamiento hizo recordar a algunos analistas un libro de Kevin Phillips, consejero electoral de Nixon. En The Cousins’ Wars: Religion, Politics and the Triumph of Anglo-America (Las guerras de los primos: religión, política y el triunfo de Anglo-américa), Phillips analiza el modo en que un pequeño reino de los Tudor se convirtió en la potencia hegemónica del planeta al cabo de casi cuatro siglos y tres guerras civiles. La primera guerra es la de Oliver Cromwell contra el rey Carlos I, entre 1642 y 1651; la segunda, la independencia de EE UU, de 1775 a 1783; y la tercera, la Guerra de Secesión, entre 1861 y 1865. El francés Thierry Meyssan y el brasileño Pepe Escobar plantean que las movilizaciones tras el asesinato de Floyd y las disputas en torno de las políticas de Trump pueden ser la antesala de una cuarta guerra civil.
El argumento gira sobre el siguiente punto: al caer la Unión Soviética, EE UU tuvo que inventarse un enemigo que permitiera nuclear a la ciudadanía, como lo había hecho la Guerra Fría hasta 1991. Una mística semejante surgió tras el oportuno ataque a las Torres Gemelas en 2001. Trump eligió como enemigo exterior a China.
En cuanto a la política policial, el que mejor explica el momento es Charles Blow en una columna en The New York Times, donde puntualiza una confesión de John Erlichman –muy cercano consejero de Nixon implicado luego en el caso Watergate– a Harper’s Magazine en 2016, sobre la guerra a las drogas, nacida entonces.
“La campaña de Nixon en 1968, y la Casa Blanca de Nixon después, tuvieron dos enemigos: la izquierda antiguerra (de Vietnam) y los negros. Sabíamos que no podíamos hacer ilegal estar en contra de la guerra o a los negros, pero al hacer que el público asocie a los hippies con marihuana y a los negros con heroína, y luego criminalizar las drogas fuertemente, podríamos perturbar a esas comunidades. Podríamos arrestar a sus líderes, allanar sus hogares, romper sus reuniones y vilipendiarlos en cada noticiero de la noche. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Por supuesto». «
Nada peor que un ex asesor
El libro del ex asesor en Seguridad John Bolton sigue causando escozor en el presidente. Si bien ya se conocían los principales tramos de “La sala donde ocurrió: memorias de la Casa Blanca”, un tramo interesante son las profusas menciones que hace a los avatares de la cumbre del G20 de Buenos Aires, en 2018. Bolton había llegado al cargo en abril de ese año y salió despedido en setiembre de 2019, por lo que ese encuentro en la capital argentina fue el evento más importante en su corto paso por la Casa Blanca.
En página 158 (tiene 570) Bolton cuenta pormenores de una bilateral con la canciller alemana Angela Merkel sobre el deseo de EE UU de abandonar el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, con Rusia. La alemana regañó al presidente porque no habían tenido conversaciones para arreglar las cosas y de todas modos, pidió 60 días antes de anunciar cualquier medida. Cosa que se hizo el 2 de agosto, “¡Un gran día!”, se exalta Bolton.
Tras contar la entretela de discusiones con Recep Erdogan, (cuestiona el “bromance”, la tendencia de Trump a relaciones demasiado cercanas con líderes autoritarios) y de cómo impactó la muerte de George Bush (p) justo el 30N, el exasesor se interna en lo más trascendente: el cara a cara con Xi Jinping, Se atribuye una influencia que seguro le queda grande. “Discutimos (con el asesor chino Yang Jiechi) cómo estructurar la reunión y mi contribución a la paz mundial fue sugerir que Xi y Trump, cada uno junto a siete ayudantes, cenaran el 1 de diciembre”. Y agrega: “(El representante de Comercio Robert) Lighthizer pensaba que un «acuerdo de libre comercio» con China sería casi suicida, pero (el secretario del Tesoro, Steven) Mnuchin estaba entusiasmado por su éxito en lograr que China aceptara comprar más soja, productos agrícolas y minerales, como si fuéramos un proveedor de productos básicos del Tercer Mundo para el Reino del Centro”. La traducción literal del nombre chino para la denominación de su país es Zhongguo, Reino del Centro.
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