Rafael Araya Masry, chileno de origen palestino, es presidente de la Confederación Palestina Latinoamericana y del Caribe (COPLAC). Miembro del Consejo Central de la OLP y del Consejo Nacional Palestino, como periodista despunta el “vicio” de corresponsal de Radio Universidad de Chile.

-A un año de los ataques en Gaza y Cisjordania, y ahora ataques al Líbano, la última reunión de mandatarios de la ONU no incluyó estos temas en su agenda. ¿A qué se debe?

-La ONU, recordemos, es el más grande e importante organismo multilateral a nivel global. Debemos reflexionar sobre la distorsión flagrante que existe hoy de sus factores fundacionales. Nació como una respuesta necesaria para prevenir la repetición de guerras y garantizar la paz, pero con el tiempo, ese objetivo se fue distorsionando y ha caído en un inmovilismo absoluto frente a la gravedad de los acontecimientos. El veto constante de EE UU en el Consejo de Seguridad a cualquier resolución de condena a Israel es la demostración palmaria de lo que afirmo. El no acatamiento de las resoluciones emitidas por el propio Consejo de Seguridad pone en evidencia la nula capacidad de la ONU para hacer cumplir las medidas coercitivas que obligarían a Israel a someterse a derecho. Los EE UU y la mayor parte de las potencias occidentales han logrado inmovilizar la decisión mayoritaria de la Asamblea General. Tristemente, son esas potencias quienes imponen la agenda.

-Netanyahu acusó a Mahmud Abbas de negarse por más de 20 años a sentarse a la mesa de negociaciones.

-Netanyahu es un mentiroso consuetudinario, más preocupado por aferrarse a su cargo que por buscar soluciones y un camino de paz con justicia para el pueblo palestino. Camino que está claramente señalado por la ley internacional como la ratificación del derecho a la libre autodeterminación del pueblo palestino y a construir su estado independiente sobre las fronteras existentes a junio del ’67, con Jerusalén Oriental como capital, y garantizar el derecho de retorno de los refugiados. No se entiende qué quiere negociar Netanyahu. Él ha dicho que jamás permitirá la existencia de un Estado Palestino en la tierra de Israel y lo ha hecho ratificar en la Knesset (Parlamento). Las negociaciones que propone no son más que ganar tiempo para aumentar la colonización que, a estas alturas, ya fragmentó el territorio palestino y cortó su continuidad territorial, haciendo prácticamente inviable la llamada “solución de dos estados”. Somos testigos del accionar de Netanyahu cuando ante cada “peligro de acuerdo” ha impuesto nuevas exigencias. Esto quedó demostrado en el proceso de negociación con Hamas para lograr la liberación de los cautivos israelíes y la retirada de las tropas israelíes de vastas zonas de Gaza, de acuerdo al plan del 2 de julio de Joe Biden. Cuando todo estaba para resolverse, él impuso el tema de seguir ocupando el Corredor de Filadelfia, en el borde de Gaza, cuestión que echó por tierra la posibilidad de establecer un alto al fuego y una tregua.

-¿Cómo interpreta este momento?

-El sionismo hace 76 años que nos viene mostrando una crueldad extrema. Con mayor o menor intensidad, desde 1948 se ha llevado a cabo un proceso de limpieza étnica implacable. Recordemos que casi 800 mil palestinos fueron expulsados de sus tierras y robadas sus propiedades cuando allí había poco más de 1 millón de habitantes. Lo que acontece hoy es tal vez el pico más alto de esa catástrofe, que no ha sido otra cosa que un proceso continuado de desposesión y expulsión. También, la implantación de 700 mil colonos, todos ilegales según la ley internacional, que es la muestra más brutal del proyecto sionista en Palestina. Colonos que actúan como fuerzas paramilitares. Se ha impuesto un modelo de apartheid peor del que existió en Sudáfrica. Hay dos modelos de justicia, una civil para israelíes y otra militar para palestinos, impuesta por la ocupación. Carreteras segregadas para israelíes y palestinos, restricción de la libertad de trabajo y de movimiento… un modelo de ocupación que desmiente cualquier afirmación israelí de que quieren dialogar y encontrar soluciones.

-Estados Unidos está transitado un proceso electoral. ¿Cuál es a su criterio la posición que tomará quien asuma la presidencia respecto a esta situación?

-Vemos que el propio Israel se ha conformado como parte de una experiencia neocolonial que hoy responde a los intereses norteamericanos y ejerce como el más grande de los portaviones de EE UU en el Asia Occidental para vigilar los recursos naturales de la región. Podemos concluir que las diferencias entre Demócratas y Republicanos equivalen a la diferencia entre el vino blanco y el vino tinto. Tienen diferencias, pero en esencia, son vinos. Basta con recordar el extraordinario discurso que realizó Barack Obama en la Universidad de El Cairo en su primera salida al exterior como presidente, cuando se rasgó las vestiduras en defensa de los derechos palestinos. Luego, la realpolitik terminó con esas intenciones, reencausando las “convicciones” presidenciales a lo que dictara el establishment. Salvo la abstención de EE UU ante la Resolución 2334/16 del Consejo de Seguridad, nada se modificó en el terreno porque los propios EE UU se negaron sistemáticamente a condicionar su apoyo material y económico al Estado de Israel.  Kamala Harris, ha sido muy presionada por la comunidad árabe en Michigan, que necesita imperiosamente para ganar y la llevó a manifestar cierta empatía con el sufrimiento palestino. Pero sus expresiones a Israel no han mermado y no la vemos dispuesta a modificar la alianza de EEUU con Israel. 

-El conflicto regionalizado atentaría contra los intereses de Occidente. ¿Este podría ser un condicionamiento para ponerle fin a la agresión israelí?

-En Occidente, y sobre todo en Europa, existe un silencio cómplice sobre el genocidio en Gaza. Esto se explica por la posibilidad de que Israel pueda convertirse en el reemplazo de Rusia como gran proveedor de gas hacia ese continente. El proyecto “Gaza Marine”, impulsado por Yasser Arafat, estaba destinado a una explotación binacional palestino-israelí que llevaría valiosos recursos económicos al empobrecido pueblo palestino. Pero Israel, en connivencia con petroleras británicas y estadounidenses comenzaron la explotación unilateral. Por eso dificulto que muchos países europeos accionen contra Israel: sus necesidades energéticas van a depender de ese país como producto del robo liso y llano de los recursos palestinos. O sea, Europa actuará como “reducidor” de un producto enajenado de sus dueños originales.

-Algunas encuestas dicen que la sociedad israelí aprueba con más de un 45% la tortura y el asesinato de niños y niñas palestinas.

-Tristemente, la cifra sobrepasa el 70 por ciento. Creo que la dirigencia israelí del más alto nivel nos da todos los días muestras claras de sus intenciones hacia el pueblo palestino. Desde pedir que se arrase Gaza con bombas nucleares, o que se asesine a todas las madres palestinas, calificar a los niños como terroristas y hasta proclamar planes y proyectos inmobiliarios en Gaza una vez que hayan expulsado a toda la población. Si hasta el propio yerno de Trump, Jared Kushner, manifestó sus intenciones de construir grandes proyectos turísticos para “aprovechar las hermosas playas de Gaza”.

-Casi no hay voces que se opongan…

-En el propio Israel existen diversos grupos y organizaciones que se oponen al genocidio, lo denuncian y reclaman la protección de la población palestina. Por primera vez hemos visto en las calles de Tel Aviv manifestaciones con carteles y consignas exigiendo el fin de la agresión. Tal vez no es masivo, pero es esperanzador que existan voces que claman por la paz y la convivencia en medio del genocidio. Eso constituye un hálito de fe en que las cosas pueden ser diferentes.

-A esta altura del conflicto, ¿cree que la salida sigue siendo la de dos estados?

-Esa alternativa es la más aceptada y promovida por la comunidad internacional. Es la que se aprobó también en los Acuerdos de Oslo. Dos estados conviviendo en paz y seguridad. Yo creo que es la solución más factible de acometer en lo inmediato, aunque no sea la única.

-El presidente argentino se negó a participar en un encuentro con diplomáticos de la Liga Árabe en la Mezquita Rey Fahd porque estaba presente el encargado de negocios palestino Riyad Al Halabi. ¿Cómo fue tomado este hecho por las organizaciones que usted representa?

-A nosotros nos cuesta comprender aún el dramático cambio que ha experimentado la política exterior argentina. El gobierno ha roto una visión y una práctica histórica de respeto irrestricto a la legalidad internacional. La Argentina siempre apoyó las resoluciones y recomendaciones de la ONU sobre Palestina y más aún, en el contexto de una enorme valoración internacional por ser un país profundamente respetuoso de los Derechos Humanos y signatario de todos los convenios internacionales sobre la materia. Ese desaire de Milei no es más que una anécdota que ratifica ese giro en el posicionamiento geoestratégico del país, aunque los usos, costumbres y buena educación marquen lo contrario. La política y las relaciones internacionales están basados en gestos y señales, y en ese aspecto, se trata sólo de eso. De un gesto reafirmatorio de una política asumida.